Cuello de cisne

Foto: Carlos Melián

Cuello de cisne

28 / septiembre / 2016

Hace unos años me llené de coraje e invité a salir a una muchacha que me gustaba mucho. Soy inexperto, falto de sentido común, egoísta, así que la llevé a ver Bailando en la oscuridad, un filme al que hago culto.

A Selma la condenan a la horca. Veamos: hermoso en su miseria como pocos antagonistas, un policía amigo de ella le confía que le van a embargar la casa, está en la ruina, pero necesita comprarle unos muebles nuevos a su esposa. Selma promete guardar el secreto y para tranquilizarlo le confiesa está casi ciega por una enfermedad hereditaria degenerativa. Ha ido a América para curar la futura ceguera de su hijo, y tiene ahorrado casi todo el dinero. Día y noche trabaja en una infame fábrica de fregaderos.

El policía toma nota y sabiéndola ciega, roba esos ahorros. Al ser descubierto por Selma le ruega que lo mate pues teme perder a su bella y estúpida esposa americana. El policía no se defiende, Selma le aplasta la cabeza a golpes, y acto seguido sale a pagar la operación del hijo. En el juicio no rompe la promesa hecha al amigo, más bien sueña que baila y, fanática a los musicales, inventa que es hija de un famoso coreógrafo checo.

La escena final es la ejecución. Encapuchan a Selma y ella chilla histérica que no le tapen la luz, la oscuridad la asfixia. Su carcelera, una mujer contradictoriamente sensible, logra que se lo concedan, ¡es su maldita última voluntad!

Selma comienza a cantar a capella mientras le acomodan la soga al cuello, y la amarran a un tablón, le aseguran las manos y los pies con hebillas y cintos. El espíritu de Selma trasladado a la forma musical abstracta hace olvidar al espectador que está a punto de ver el ahorcamiento de su heroína.

El final es un mazazo que roza el efectismo.

Conozco de memoria lo que sigue y me vuelvo discretamente hacia mi bella acompañante. Tiene un hermoso cuello de cisne. He ido haciendo mía la película, plano tras plano, hasta experimentar el siniestro regocijo de su realizador ante la eficacia de la escena.

Cuando se abre repentinamente el agujero bajo los pies de Selma, y la soga le tuerce el cuello cortando la canción, mi bella muchacha da un saltico en el asiento, y rompe a llorar. Suben los créditos.

Minutos después me preguntó por qué la había llevado a ver esta monstruosidad. Le dije que era mi película preferida. Fuimos a la heladería y la relación no resistió las dos horas de cola que siguieron.

¿Qué misteriosa alquimia puede hacer optimista a un filme como este? ¿Qué clase de monstruo –concedo- podría ver optimismo en él? La primera vez que vi este filme, sin conocer un ápice de su recorrido mundial ni la ficha de Lars Von Trier, salí del cine radiante de goce estético, feliz, el mundo valía la pena.

Mi amiga tenía una escasa sensibilidad. Sus juicios sobre todo lo que la rodeaba eran superficiales. Para ella el cine no era como para mí un fabuloso dispositivo nacido del ingenio y la libertad creativa humana. Su hermoso cuello de cisne, por ejemplo, -ah, debí decírselo- era para mí un suceso estético, un prodigio hereditario.

Un filme, una obra literaria, una pieza musical, un urinario y cualquier otro artificio humano o natural conllevan una moral profunda, interna, ligada al acto y la pasión de crear que no tiene que acompañar obligatoriamente a su moral empírica y manifiesta.

Que Selma muera, efectivamente, no quiere decir que con ella mueran los valores que defiende. Su muerte apuntala más el valor moral extraordinario que la impele a no revelar en el juicio el secreto que prometió guardarle al policía. Algo sobrenatural por arbitrario –la fidelidad como “el cuello de mi amiga” – le impele a tragarse aquel secreto.

Su vulnerabilidad como inmigrante, el poco valor de su palabra, la carga que será en lo adelante para su hijo siendo ciega y su estoicismo en relación a todo ello, también rebelan en última instancia la enormidad de este personaje.

El gesto de Selma, no es, en efecto, pasivo. Es un faro potente, hermoso. Pero la propaganda común no lo comprende así, trabaja sobre espíritus como los de mi amiga-cuello-de-cisne.

Construir con ingenio y de forma brillante la moral de un personaje es un acto creativo y edificador en sí. Es una ingenuidad creer que esto debilita al capitalismo, en todo caso lo revitaliza.

¿Entonces los grandes filmes pesimistas son profundamente hipócritas? Diría que apenas el hecho de haber sido generados los hace un testimonio ejemplar de triunfo y optimismo sobre el caos y la nada. Por eso el pesimismo unánime de E. M. Ciorán me parece un embauque menor. Por eso amo tu cuello de cisne.

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