Arold Fleites estudió el oficio de técnico medio en corte de metales. Sin embargo, decidió no ejercer la carrera para mejorar económicamente a su familia. Estudió idiomas y se hizo albañil, pero en la casa se mantenía la vida en torno a una máquina de coser.

Por Laura Rodríguez Fuentes

Cierto día, la madre de Arold le obsequió un metro de vinil y le comentó: “¿por qué no inventas algo de aquí?”. De aquella pieza resultaron tres pequeñas carteras que, para su asombro, se vendieron como pan caliente. Movido por ese talento que acababa de aflorar comenzó un camino que ya es exitoso.

“Empecé en talleres de otras personas y tejiendo en la casa. Lo mismo raspaba suelas que montaba zapatos, hasta que llegué a preparador, que es lo que siempre me gustó. Tenía experiencia porque mi mamá me enseñó a coser desde niño”, me cuenta.

 ¡Quería comprar el Capitolio! 

“Llevaba el dinero en las medias pa´ por si acaso. Creía que era una fortuna. ¡Imagínate!”. Pero con el tiempo y el éxito de su negocio, Arold logró comprarse la primera máquina de coser propia. Contrató ayudantes y así armó un taller con seis trabajadores, que hoy le acompañan. Las carteras producidas bajo la marca AF se han vuelto muy demandadas por vendedores de toda la región central del país.

“La mujer cubana necesita un bolso en el que pueda echar lo mismo una libra de tomates que una jaba de leche en polvo, porque aquí no te dan estuche de papel cuando haces compras. La idea es que cada cartera dure más o menos un año o dos. Yo no creo en eso de hacer las cosas de mala calidad para que se rompan rápido y me compren más”, explica Arold mientras fiscaliza un lote que saldrá con su firma hacia ferias capitalinas.

Productores como Arold sortean trabas a la hora de adquirir los materiales y ahí se traba todo el emprendimiento.

“La materia prima que uso la compro fundamentalmente en las tiendas de divisa, pero la que encuentro es muy limitada en tipo y en cantidad”, argumenta.

Además de su factoría personal, este joven cuentapropista fundó junto a su madre el taller La famille y ya se registraron como equipo en el Fondo de Bienes Culturales. 

Desde que tiene un taller y se contrata a través de la agencia intermediaria puede concertar contratos mayores con empresas estatales e incrementar la venta de sus productos, una salida por la que optan muchos artesanos de la provincia de Villa Clara.

Actualmente, gran parte de los artículos de seguridad y protección comprados para obreros cubanos son manufacturados en pequeños talleres particulares.

“Como cuentapropia —explica Arold— yo no puedo comercializar en divisa y los contratos grandes los hago mediante el Fondo de Bienes Culturales. Ellos nos hacen los pedidos y nosotros ejecutamos la producción al por mayor. Hacemos portafolios, carpetas, portalaptops, estuches de celulares…Pero es realmente agonizante el tema de la materia prima”, recalca, y cambia de lugar.

“Más que competir con los demás artesanos lo que hacemos es ayudarnos mutuamente. Tiene que ser así. Estamos al tanto de lo que hay en el mercado y lo compartimos. La principal dificultad del cuentapropia cubano es la ausencia de un mercado mayorista, eso todo el mundo lo sabe, porque nosotros compramos al por mayor. Necesitamos precios más bajos para así bajar nosotros los nuestros. Tú no sabes lo que se gasta en hilo, vinil, agujas, y hasta aceite para las máquinas”.