Autor

Lilibeth Alfonso

Lilibeth Alfonso

Soy periodista en Guantánamo, una provincia a más de 900 kilómetros de La Habana y a unos 30 de una base naval norteamericana. Todo ello condiciona mi visión del mundo. El otro color de mi prisma es mi hija, para ella y su futuro, escribo.
Vivir en Guantánamo, para mucha gente, es como decir habitar otro mundo. El otro extremo del país, una tierra casi desconocida que más de uno imagina de calles de tierra y fango.
No creo en la autocensura, o sí creo en ella, digamos que la veo o la imagino en la gente que prefiere frustarse, pero no la practico. A mí, hay que decirme que no
Hay una gran diferencia entre la Cuba que sale en las revistas, la que se llevan quienes se van y la que cargo en mis recuerdos y mi corazón. Ninguna es menos cierta que la otra
¿En qué instante un hombre se convierte en un asesino? ¿qué interruptor, cuál es el clic determinante para que la furia, la inestabilidad, el odio, el extremismo, empiecen de pronto a escupir fuego? Un fuego, además, que nos toca.
Hace más de 15 años me negué por primera vez a ser militante de la Juventud, y no me arrepiento. A la Revolución le he dado lo que tengo, sin papeles ni intermediarios
Vivo en una esquina. O casi. Viviría totalmente en una esquina si mi bisabuelo paterno, al triunfo de la Revolución, no hubiera donado un espacio de 4X4 metros que, desde entonces, ha sido la carnicería del barrio. Y que conste que no es un reproche.
Ayer la bandera multicolor que desde la pasada década del setenta representa al movimiento LGBT ondeó sobre las calles de Guantánamo. Es un gran paso, pero en cuestiones de inclusión y respeto a las diferencias, es necesario ir más profundo
Llegamos a los treinta y tantos. Y se siente bien. Todavía somos jóvenes y la Organización Mundial de la Salud nos da la razón, aunque no tanto como los que andan en los veinte. Estamos, como aquel programa televisivo, justo al medio.
Una oportunidad a veces es más que eso. Excelente si salimos airosos aprovechándolas. Fatal si no estamos a la altura. Ante los nuevos escenarios, nuestros dirigentes no la tienen para nada fácil.
Un video sobre niños bailando reggaetón en Cuba escandaliza las redes sociales. Aunque los de mi generación, al menos la que yo conocí, no éramos tan diferentes y aquí estamos
Los tiempos cambian. Cambian las personas, las ciudades, los espacios donde crecimos. A ritmo vertiginoso. Cambian lo que creemos necesario para vivir, lo que nos parece atractivo, glorificable, cambian los símbolos, lo que nos hace reír o llorar.
Abuela decía que los trapos sucios se lavaban en casa. Los conflictos más profundos podían dirimirse sin salpicarnos del fango de las opiniones y miradas ajenas. Esa filosofía de resolver las cosas en casa, también se aplicó al país.
Así es. La mítica novela del británico George Orwell acaba de publicarse en Cuba, como parte de las novedades de la todavía itinerante Feria Internacional del Libro. Desde que lo sé está en mi lista de la compra.
Para un guantanamero, la base de EE.UU. anclada a las puertas de nuestra bahía puede significar mucho o nada. Boquerón o Hatibonico, esos sitios que casi nadie conoce pero donde la base ha marcado cada calle.

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Lilibeth Alfonso

Lilibeth Alfonso

Soy periodista en Guantánamo, una provincia a más de 900 kilómetros de La Habana y a unos 30 de una base naval norteamericana. Todo ello condiciona mi visión del mundo. El otro color de mi prisma es mi hija, para ella y su futuro, escribo.

Vivir en Guantánamo, para mucha gente, es como decir habitar otro mundo. El otro extremo del país, una tierra casi desconocida que más de uno imagina de calles de tierra y fango.
¿En qué instante un hombre se convierte en un asesino? ¿qué interruptor, cuál es el clic determinante para que la furia, la inestabilidad, el odio, el extremismo, empiecen de pronto a escupir fuego? Un fuego, además, que nos toca.
Ayer la bandera multicolor que desde la pasada década del setenta representa al movimiento LGBT ondeó sobre las calles de Guantánamo. Es un gran paso, pero en cuestiones de inclusión y respeto a las diferencias, es necesario ir más profundo
Un video sobre niños bailando reggaetón en Cuba escandaliza las redes sociales. Aunque los de mi generación, al menos la que yo conocí, no éramos tan diferentes y aquí estamos
Así es. La mítica novela del británico George Orwell acaba de publicarse en Cuba, como parte de las novedades de la todavía itinerante Feria Internacional del Libro. Desde que lo sé está en mi lista de la compra.
No creo en la autocensura, o sí creo en ella, digamos que la veo o la imagino en la gente que prefiere frustarse, pero no la practico. A mí, hay que decirme que no
Hace más de 15 años me negué por primera vez a ser militante de la Juventud, y no me arrepiento. A la Revolución le he dado lo que tengo, sin papeles ni intermediarios
Llegamos a los treinta y tantos. Y se siente bien. Todavía somos jóvenes y la Organización Mundial de la Salud nos da la razón, aunque no tanto como los que andan en los veinte. Estamos, como aquel programa televisivo, justo al medio.
Los tiempos cambian. Cambian las personas, las ciudades, los espacios donde crecimos. A ritmo vertiginoso. Cambian lo que creemos necesario para vivir, lo que nos parece atractivo, glorificable, cambian los símbolos, lo que nos hace reír o llorar.
Para un guantanamero, la base de EE.UU. anclada a las puertas de nuestra bahía puede significar mucho o nada. Boquerón o Hatibonico, esos sitios que casi nadie conoce pero donde la base ha marcado cada calle.
Hay una gran diferencia entre la Cuba que sale en las revistas, la que se llevan quienes se van y la que cargo en mis recuerdos y mi corazón. Ninguna es menos cierta que la otra
Vivo en una esquina. O casi. Viviría totalmente en una esquina si mi bisabuelo paterno, al triunfo de la Revolución, no hubiera donado un espacio de 4X4 metros que, desde entonces, ha sido la carnicería del barrio. Y que conste que no es un reproche.
Una oportunidad a veces es más que eso. Excelente si salimos airosos aprovechándolas. Fatal si no estamos a la altura. Ante los nuevos escenarios, nuestros dirigentes no la tienen para nada fácil.
Abuela decía que los trapos sucios se lavaban en casa. Los conflictos más profundos podían dirimirse sin salpicarnos del fango de las opiniones y miradas ajenas. Esa filosofía de resolver las cosas en casa, también se aplicó al país.
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