Ilustración: Wimar Verdecia

Ilustración: Wimar Verdecia

Los médicos, los más expuestos

13 / mayo / 2020

El 8 de abril de 2020 el ministro de Salud Pública José Ángel Portal Miranda informó en la Mesa Redonda que 25 trabajadores de la salud se habían contagiado con el SARS-CoV-2 en Cuba. Nueve días más tarde, la cifra aumentó a 92, incluyendo a 5 estudiantes de Medicina. Ese 17 de abril, los casos confirmados de personal de salud o trabajadores de servicio asociados al sector eran el 10 % de las personas enfermas. No se conocen otros datos actuales.

“Algunos se contagiaron de manera extrahospitalaria, debido al contacto con extranjeros y determinados casos confirmados; otros, por el manejo de pacientes que no aparentaban tener ningún síntoma respiratorio vinculado a la COVID-19; y, también han enfermado por violaciones de las normas de seguridad”, explicó Portal Miranda.

Los eventos de trasmisión en los hospitales Hermanos Ameijeiras, Manuel Fajardo y Calixto García de La Habana, Antonio Luaces de Ciego de Ávila, y recientemente el Julio Aristegui de Cárdenas —puesto en cuarentena completamente— muestran cuán expuestos están los profesionales de la salud.

Cuba aplica el protocolo de uso racional del equipo de protección personal frente a la COVID-19 indicado por la OMS. Sin embargo, más allá del uso de los medios de protección y la responsabilidad individual, el contagio será siempre el principal riesgo del personal sanitario.

¿Por qué se está enfermando el personal de salud en el mundo?

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Aquella noche, además de su bata de médico, Ronny llevaba guantes y mascarilla. Las gafas protectoras no habían llegado aún al hospital, pero él sabe que el virus no entró por sus ojos pardos. Al menos no aquella noche, cuando hizo todo lo posible para salvar a un hombre con un paro respiratorio.

“El paciente había ocultado los síntomas por varios días y llegó muy deteriorado al hospital”, cuenta. “A esa hora uno no piensa en los riesgos que corre, sino en salvar la vida de la persona que llega enferma”.

El hombre murió y la COVID-19 le fue confirmada post mortem. Inmediatamente, el personal médico que había tenido contacto con el fallecido fue aislado. Así lo establece el protocolo. Días más tarde Ronny recibió los resultados de su PCR: positivo.

Fue uno de los primeros médicos confirmados con el SARS-CoV-2 en Cuba. Sin embargo, él no se contagió directamente con el paciente, sino luego, en el aislamiento con uno de sus colegas. Ronny estuvo reportado de cuidado, evaluación médica para los pacientes con mejor estado.

“Pasar de ser médico a paciente es un giro tremendo e inesperado y, si te soy sincero, no es placentero, a pesar de la buena calidad de la atención que recibí en el hospital”, dice.

“Cumplí de forma disciplinada las indicaciones del personal médico y de enfermería y siempre les recordaba a los colegas que me trataban que debían cuidarse, que cualquier cuidado era poco, que se vieran en mi espejo”.

Ya de alta hospitalaria y cumpliendo el aislamiento domiciliario indicado por 14 días, Ronny tiene ganas de volver a su consulta de hospital.

Allí le espera un par de gafas protectoras donadas por trabajadores del sector no estatal, también otros recursos que llegaron recientemente como parte de donaciones internacionales.

“Creo que todos los profesionales de la salud a nivel mundial somos partícipes de un pacto silencioso y no declarado: Si te caes te levantas y sigues caminando sin importar los vidrios rotos en el camino, sin importar cuánto sangraste”, concluye.

Tres médicos cubanos contra la COVID-19

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Reynaldo tiene poco sentido del humor. Si haces una analogía a la escafandra con su traje protector de la COVID-19, dirá que no sabe qué se siente ser un cosmonauta, que él nunca ha estado en una nave espacial.

Sin embargo, la forma en la que explica los cuidados antes de quitarse un traje de protección remite, inevitablemente, a esas películas de ciencia ficción en las que el astronauta pasaba un proceso riguroso para quitarse el atuendo, para desinfectarlo.

“Cuando sales del área roja es el problema, porque retirarte el traje es muy peligroso y debes hacerlo con calma y sin violar las medidas de seguridad. En ese proceso está el mayor riesgo de contagio”.

Reynaldo asegura que los trajes no pesan, pero molestan si se llevan puesto mucho tiempo. “El CO2 se acumula en la mascarilla —dice— y puedes tener hasta mareos. El calor es otro factor complicado que se suma al calor del estrés mantenido”.

Unos días sin traje son un alivio para él, aunque ahora —sin ese medio de protección—, a veces se sienta más expuesto.

“Ahora que estoy fuera aún no me siento completamente relajado, pero imagino que cuando pasen los días me sentiré mejor. Contagiarse es siempre una posibilidad”.

Aunque según la OMS “para atender a los pacientes con COVID-19 no se necesitan trajes de protección completos, guantes dobles ni capuchas que cubran la cabeza y el cuello”, en Cuba hay elementos básicos como el nasobuco, los guantes, las botas, las batas, las gafas, las caretas y los trajes protectores para quienes están en la zona roja.

Según afirmó en conferencia de prensa el Dr. Francisco Durán García, director nacional de Epidemiología, pese a las limitaciones para que lleguen hasta Cuba, el personal de salud cuenta con los medios de protección necesarios, tanto importados como de producción nacional.

Sin embargo, “no es lo mismo una persona que está en el consultorio del médico de la familia, a alguien que está en un cuerpo de guardia de servicios respiratorios o un médico que atiende en una sala con pacientes confirmados”, detalló.

Reynaldo estuvo 21 días en el área de terapia intensiva del IPK. Así trabajan todos los especialistas. Están 15 o 21 días seguidos atendiendo pacientes y luego hacen una cuarentena de 14 día más antes de reunirse con su familia. Descansan en el hogar unas semanas y vuelven a los hospitales.

Aunque nunca trabajaban solos, en las salas el miedo era constante: al contagio, a no poder salvar una vida. “Pero cuando estás frente al paciente no piensas mucho en tu seguridad y haces lo que tengas que hacer, incluso procederes invasivos”.

Según cuenta fueron tres semanas de descansar poco, de dormir “con un ojo abierto”.

“En el IPK las habitaciones de los médicos están en la misma sala de terapia intensiva: para estar más cerca, para estar disponible siempre”.

El reto de los datos abiertos en Cuba

Y entonces se esconde el rostro

De acuerdo con la OMS los equipos de protección personal (EPP) se componen de guantes, mascarilla médica (quirúrgica), bata, pantalla facial y gafas de protección. El protocolo cubano también los incluye, sobre todo para quienes atienden a pacientes confirmados o sospechosos.

Sin embargo, no todos los cubanos cuentan con la totalidad de estos medios. Carmen, por ejemplo, atendía la consulta de Infecciones Respiratorias Agudas en su policlínico, pero no tenía mascarilla autofiltrante la noche en que se contagió. Usaba un nasobuco de tela, cuya eficacia para prevenir el contagio aún no ha sido probada científicamente.

“Me protegí con los medios disponibles”, cuenta. “Estaba en una consulta separada del resto del servicio del policlínico. Entré de guardia y recibí a dos personas que ya habían sido identificadas como sospechosas: tenían síntomas y habían regresado de EE. UU.”.

Carmen llevaba pijama, sobrebata, nasobuco, guantes, gorro, botas. Se sentía protegida y mantuvo esa seguridad hasta que llegó la ambulancia que trasladaría a los dos pacientes sospechosos.

No recuerda haber violado ninguna medida de bioseguridad, pero reconoce que en cualquier contacto hay riesgo.

“Estuve con ellos hasta que llegó el SIUM (ambulancia del Sistema de Urgencias Médicas). ¿Cómo iba a imaginar que en unos días yo estaría en la misma situación?”.

Tras ser confirmado uno de los pacientes con la COVID-19, Carmen se convirtió en su contacto directo. Fue trasladada a un centro de aislamiento para personal de salud. Allí recibió la noticia de que era positiva a la enfermedad.

“Estuve asintomática todo el tiempo”, cuenta. “Mi evolución fue satisfactoria. Para nosotros los médicos ser enfermos es un poco complicado porque sabemos a lo que nos enfrentamos, a todas las posibles complicaciones”.

Contagiarse de COVID-19 y luego contagiar a sus familiares es el mayor miedo de los trabajadores de salud. “Por eso no basta con extremar las medidas de protección, también hay que exigir que se nos entreguen los medios”, afirma Camilo, uno de los médicos confirmados con COVID-19 en el país.

En Santa Clara, ese ha sido un reclamo que ha trascendido los medios locales. En la radio provincial, varios mensajes han denunciado los insuficientes medios de protección en las áreas de urgencia de los hospitales que no tratan pacientes con COVID-19 pero mantienen los servicios de urgencia. Este lunes 4 de mayo, en la revista especial de Telecubanacán, se expuso la misma preocupación de los profesionales de la salud en el municipio de Caibarién.

En otras partes del país pasa igual. Henry, médico de La Habana, cuenta que los medios de protección en algunos hospitales e instituciones de atención secundaria de salud no son del todo eficaces.

“Un nasobuco de tela —aunque sea de tres capas—, un gorro de tela y una bata de tela, no previene que la ropa de abajo se contamine y, por ende, uno mismo”, afirma.

Tanto la OMS como el protocolo cubano indican el uso de medios específicos como las batas desechables o impermeables para el personal de salud que atiende pacientes confirmados y en unidades de cuidados intensivos.

Sin embargo, también el gobierno cubano y la OMS han reconocido los faltantes de algunos medios de protección ante la creciente demanda mundial por la pandemia.

Henry asegura que este asunto tiene que ver además con la gestión de los administrativos. “En algunos sitios, se ha resuelto la falta de medios de protección con algunas alternativas, pero aquí —en el Fajardo— la gestión ha sido deficiente.

La responsabilidad también protege

Sergio no ha estado en la zona roja directamente, al menos no de forma consciente. “Estoy en contacto con pacientes que bien pueden ser asintomáticos y pasar inadvertidos. No obstante, a todos los trato como potenciales enfermos de COVID-19”.

Cada día pesquisa a unas 300 personas de su comunidad, todas las mañanas y tardes, de lunes a lunes. El sol es insoportable, el nasobuco exacerba el calor, pero no se queja. A veces, en su recorrido mañanero, despierta a las personas. Al principio le daba un poco de pena. Ya no.

“Soy de la vieja escuela, de cuando para ser médico había que tener 98 puntos de promedio”, cuenta. “Me inculcaron una conciencia humanista que cada día se ve menos”.

Sergio sabe que nadie va al médico en vano, pero le duele que algunos colegas olviden el principio de empatía de su juramento hipocrático. “Las personas van a verte porque se sienten mal y tu deber es alegrarles el alma, aunque su enfermedad no tenga cura”, reconoce.

“La pesquisa —cuenta— no es solo preguntar si alguien ha tenido fiebre o tos. También atiendo otras dolencias que me informan cuando visito a las personas en sus casas”.

Pero Sergio toma, exageradamente para algunos, todas las medidas de protección higiénico-sanitarias.

El regreso cada tarde a su casa incluye una rutina de desinfección inviolable: “entro sin tocar absolutamente nada, echo la ropa en un nailon, me baño y luego subo a jugar con mi niño. Él y mi esposa me ven llegar desde el balcón —el cuarto está en un segundo piso— y esperan a que yo esté listo para abrazarlos”.

En su consulta tiene una mochila con los artículos de uso personal necesarios. Está preparado en caso de contagio. Conoce los riesgos.

“Mi esposa sabe que el día que yo sienta algún síntoma sospechoso me quedo en el policlínico y no regreso a casa”.

Proteger a quienes protegen

Médicos que reciclan películas de rayos X para hacer sus propias caretas faciales, trabajadores por cuenta propia que donan pantallas protectoras y cabinas de acrílico para la intubación, son algunas de las iniciativas que contribuyen a la protección del personal de salud en Cuba.

El no ingreso de pacientes con síntomas respiratorios —aun cuando no sean sospechosos— y su traslado directo a los centros donde se atiende la COVID-19, o la aplicación preventiva de Interferón Alfa 2b recombinante al personal sanitario, son también algunas de las medidas para proteger a ese sector de mayor riesgo.

La OMS sugiere otras como el uso de la telemedicina y la atención telefónica para evaluar inicialmente a los casos sospechosos de COVID-19 y la utilización de barreras físicas como pantallas de vidrio o de plástico para reducir la exposición al SARS-CoV-2.

A pesar de los temores, aquellos que cumplieron sus días de cuarentena obligatoria tras concluir el trabajo en hospitales, o quienes se incluyen en la lista de pacientes activos o recuperados, ya quieren regresar al trabajo.

“El miedo nunca se va —dice Carlos—, pero la vocación de servir es más fuerte”.

Aún convaleciente, a la espera de la prueba PCR negativa que le confirme el alta clínica, Ronny envía un mensaje a sus colegas: “Cuídense mucho y extremen las medidas, que todo cuidado es poco. Seguiremos luchando por la salud de los demás, pero primero tenemos que protegernos para poderlo lograr”.

 

*Ronny, Reynaldo, Carmen, Sergio, Camilo y Henry son nombres ficticios de médicos cubanos. No dieron su testimonio en calidad de anonimato. La decisión de ocultar su verdadera identidad fue nuestra, para protegerlos de posibles represalias por ofrecer entrevistas a un medio independiente. Estos “héroes de batas blancas” —como les llama con razón la frase en boga del momento— no deberían ser anónimos… nunca más.

 

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