Fatalismo

Fatalismo

El fatalismo

22 / septiembre / 2020

Querido Curbelo:

No, no sabía nada de eso. No sabía que había reventado una moto eléctrica en Lawton. Ahí vivió mi sobrina los primeros años de su infancia. Me gustaba Lawton de vez en cuando. En general solo me gusta el Vedado, pero esa zona, esa zona fue maravillosa, en algún momento. Y digo en algún momento porque creo que Lawton, Santo Suárez, el Cerro, Centro Habana, son los lugares donde a esas desgracias les gusta ir a armar la cosa. Todo allá está muy destruido. Hasta la gente, por mucho que quiera luchar, por mucho que se compre cosas con las mulas que llevan contrabando de licras, tenis Adidas falsos y rímeles a Cuba, termina destruyéndose. Hay cierto fatalismo que absorbe esas zonas de La Habana. Un fatalismo relacionado con los objetos, con el consumo. Todo se les rompe.

Por ejemplo, a mi tutora de Cuba, cuando el tornado de 2019, el viento le llevó una ventana y dejó caer un carro frente a su casa. Dice ella que todavía el carro sigue ahí y que la ventana la tuvo que arreglar. Dice ella que le daban deseos de desprender la puerta del carro y ponerla en el hueco que le quedó en la pared. Yo me quedé muerta con esa historia. No supe qué decirle y, la verdad, pude librarme un poco de la plática porque mientras eso pasaba en Santo Suárez, yo estaba en un vuelo con turbulencias, de regreso a México. En el aeropuerto nunca nos dijeron qué estaba ocurriendo. Entonces, mi tutora y yo nos concentramos en mandarnos correos imaginando los posibles escenarios en los cuales se caía el avión y miles de cosas por el estilo. Eso hizo que, tanto ella como yo, disimuláramos la impotencia y la incomodidad que genera hablar de esos lugares específicos de La Habana y de cómo todo está roto, viejo, sucio.

Es duro cuando lo poco que tienes se te rompe, se te rompe y se te rompe. Yo te entiendo perfectamente. ¿Tú te acuerdas de La tostadora valiente? A mí esa película me afectó mucho y de grande me afectó más y cuando entendí la fenomenología, más. Más al cubo. Me daba una tristeza tremenda cuando veía a la tostadora, a la aspiradora, a la mantita, al radio rojo y a la lámpara de escritorio, intentar desesperadamente volver a casa. Esos objetos sabían que aún no era su final. No era el momento de desprenderse. Pero eran viejos. Inspiraban pobreza y las personas no quieren inspirar pobreza.

He pasado por muchas hipótesis con esa película. Cuando era niña pensaba que se trataba del valor de las cosas. Cuando estudiaba en la universidad, pensaba que era una crítica férrea al capitalismo consumista, que desecha lo que no le produce satisfacción ni a la vista ni al ego. En mis primeros años de posgrado pensaba que era una clara alusión a la bildung hegeliana; a la idea de que un objeto es y se modifica a partir del sujeto que lo produce y viceversa. O sea, que la tostadora y sus amigos se conforman y confluyen a través del niño, y el niño crece, se desarrolla y es, a partir de todos estos objetos. Que ambos, equipos y niño, están en una relación inquebrantable por los siglos de los siglos. Ahora siento que sí, que se trata de todo lo anterior, pero también de la dependencia emocional. Y la dependencia emocional es, igualmente, dependencia a los objetos.

Que te roben la computadora, siento que son todas estas cosas que están en la tostadora valiente. No es un robo solamente material, sino sentimental.

A mí me pasó algo parecido. Estaba terminando de escribir el segundo ensayo que debía hacer para entregar dos días después. De repente, el enchufe hizo un corto con el cargador y mi computadora se apagó. Nunca más encendió. Perdí los trabajos. Tuve que pedir, desesperada, una computadora prestada para poder, en chinga, hacer los dos ensayos. De quince páginas cada uno. Y eran de pura teoría. Uno de ellos, precisamente, sobre fenomenología. Me sentí supremamente triste y encabronada porque el corto fundió mi laptop, pero no mató una cucaracha que estaba caminado entre el enchufe y el cargador. No era justo. La cucaracha tenía que morir y no mi laptop. ¿O no? Porque la cucaracha es un ser vivo y la laptop solo era una pequeña parte de mí: un trocito de riñón, un cuarto de mi uña. Puedo vivir sin un trocito de riñón, o sin un cuarto de uña.

Todo eso lo digo ahora, pero en aquel momento quería mi laptop de vuelta. No pude. Ahora analizo diferente lo de la cucaracha y lo de las prioridades, y de desprenderme de los objetos materiales lo más que pueda. Hipócritamente, podría decirte que lo hago porque quiero ser mejor persona, más desprendida, etc. Pero la verdad es que cada día veo la pobreza muy de cerca. Creo que en México también hay fatalismo, fatalismo objetual. A muchos no se les cae la casa o se les rompen las cosas, simplemente no tienen casas ni tienen cosas y pues ya, viven en la calle sin darle muchas vueltas. No pueden estar pensando en eso. El que es pobre no puede pensar en eso. Pensar en esas cosas es un lujo para ellos.

Yo, como tú, siento que estoy cada vez más cerca de la pobreza. Difícilmente no voy a vivir en la calle porque puedo agarrar un avión e irme para Cuba, a vivir con mi mamá, pero sí cada vez siento que puedo tener menos cosas. Que puedo comprar menos. Que puedo consumir menos. Y lo que tengo se me descompone rápido y no puedo reemplazarlo por algo nuevo. Entonces, está más chido pensar que soy alternativa y desprendida de los objetos materiales, a decir que soy alternativa y desprendida porque no me queda otra opción. Es como convertir la pobreza en algo cool, en ser cool. Esa es la moda ahora.

Está de la verga, pero qué te puedo decir. Fatalismo en regiones de Cuba. Fatalismo en regiones de México. Fatalismo en regiones del mundo. Fatalismo en ti. Fatalismo en mí.

Te quiero, amigo. No te compres una moto eléctrica, please.

Amanda

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