A Deinier Mora Sánchez nadie nunca le ha regalado nada. Al menos no en el sentido más espectacular del término, de ponerle en las manos –tal vez– un carro, una finca o una maleta llena de dinero. A sus 31 años, Deinier tiene una pequeña siembra y un tractor con los que se “gana los frijoles”, pero ambos han salido de su esfuerzo, de muchos días bajo el sol cortante del Valle de Cubitas, al norte de Camagüey.
Allí la tierra roja parece levantarse en una nube de polvo que se pega a la piel en capas adheridas por el sudor. Cualquier camagüeyano sabe que bastan unos minutos en esos campos para que las ropas se cubran de esa costra rojiza que solo podrá desprenderse al cabo de mucho lavado… a veces ni a así.
La vida es dura en Sierra de Cubitas, lejos de la ciudad y su abanico de oportunidades. Las opciones siempre se han concentrado en la agricultura, los trabajos en dependencias estatales o el “invento”. A ellas se sumó hace un par de años la construcción de la infraestructura turística de la Cayería Norte, a casi un centenar de kilómetros al oeste.
De entre todas, Deinier apostó por el campo.
Poco más de dos hectáreas han sido por años el centro de su mundo, entre viandas y frutales que ocupan hasta el más pequeño espacio de la tierra que cuida. Hasta que una tarde descubrió que también ese horizonte le resultaba pequeño.
Cuando supo que necesitaba más espacio para cultivar, se dirigió a la delegación municipal del Ministerio de la Agricultura para solicitar el arriendo de otras cuatro hectáreas que colindaban con su terreno. Estaban cubiertas por un espeso monte de marabú que le llevaría muchas semanas de esfuerzo derribar, pero en ellas él adivinaba la fertilidad que garantizaría buenas cosechas.
“Eso fue en 2014, estando ya el decreto ley 300. Han pasado casi dos años y a pesar de que sé que nadie más solicita ese terreno y de haberlo limpiado a machete en tres ocasiones, yo sigo esperando el dictamen que me declare oficialmente como el tenedor de la parcela”.
Un extraño ejercicio de lógica establece que para recibir un terreno el solicitante debe antes eliminar sus malezas y ponerlo en condiciones de ser empleado para la actividad agrícola o ganadera a que se le destinará. Se supone que así evidencia su compromiso para trabajar la tierra.
El problema de está “lógica” está en dos aspectos esenciales: sin el otorgamiento oficial de la estancia no es posible adquirir créditos y otras ayudas similares para desmontar el bosque de malezas, y además, en la mayoría de los casos el proceso de entrega demora mucho más de lo establecido.
Deinier ha tenido la mala suerte de experimentarlo en primera persona. “El decreto dice que una vez formalizada la solicitud la Agricultura y sus dependencias están obligadas a emitir su resolución en un plazo de 114 días, pero eso es lo primero que no se cumple y nadie da una explicación concreta del porqué”.
Detalle más, detalle menos, la misma historia resume los últimos años en las vidas de Omar Díaz Peña y Dorley Leal Guzmán, dos vecinos de Deinier. Leal Guzmán solo se distingue en que ya tiene –al menos– un capítulo feliz.
“Hace poco recibí el certifico de tenedor”, dice con orgullo, aunque aclarando que fue demasiado tiempo de espera: “tres años”, certifica. Sin embargo, todavía le falta por enfrentar otros molinos.
“Yo pensé que ya lo había visto todo cuando me dejaban esperando porque no tenían transporte para venir a medir la tierra o me mandaban de una oficina demorando todos los pasos del expediente. Me equivoqué. Ahora mi batalla es con el banco, que ha rechazado varias veces mis solicitudes de crédito debido a problemas en su confección, detalles formales que a mi modo de ver ellos mismos pudieran ayudarme a subsanar.”
Es una batalla tan larga y desgastante.
Entiendo por qué tantas personas desisten de coger un pedazo de monte y ponerlo a producir. Omar, en tanto, solo añora porque más temprano que tarde se imponga la cordura. “¿Cómo se puede entender que hayan tantos marabuzales en esta zona y a la vez nos pongan trabas a los que queremos eliminarlos para sembrar y criar ganado? Eso es algo que tendrá que caer por su propio peso”.
Hace quince meses debió recibir respuesta a su solicitud de seis hectáreas para sembrar tabaco.
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