No puedo decir que lo conozca bien. Lo veo eventualmente: una vez cada mes, o puede que dos. En apariencia es un hombre común: estatura promedio, imagen corriente; ni demasiado delgado, pero tampoco gordo.
Pasaría inadvertido si no estuviese casi siempre asfixiado de maletines. Son maletines negros atestados de la mercancía más variada que pueda imaginarse: desde ramos de girasoles y ropa hasta juguetes para niños y… ¿botones?
Sí, Ernesto distribuye a sus “puntos” (vendedores) casi cualquier cosa: botones, agujas, hilo, pistolas de plástico, protectores de celulares, bolsos de mujer, canastilla, cintos, adornos de pared, estimulantes para la erección masculina…
Eso sí, todo lo que trae debe ser liviano. Menos peso significa más libras disponibles. Y más libras, más venta. Y por supuesto más venta es también más ganancia. Así funciona su mente: un algoritmo donde analiza precio del boleto de avión, gastos de estancia, dinero de la Aduana y finalmente los beneficios de venta.
Ernesto tenía 28 años, en 2009, cuando salió de Cuba por primera vez rumbo a Ecuador. Hoy, mientras conversamos, prepara su viaje número 53 hacia Quito.
“De Ecuador lo que se puede traer son boberías: misceláneas. En Quito cuando me ven comprar flores plásticas por cantidades, imagino que se pregunten:” ¿y ese loco para que quiere eso?” Lo que no saben es que aquí todo tiene salida. En las tiendas estatales apenas hay mercancía. Yo he comprado hasta bolsas de bolas (canicas) para jugar los niños. Allá cuestan 50 centavos de dólar y aquí me las quitan de las manos por 5 CUC”.
Ernesto se ve a sí mismo como un “hombre de negocios”. Aclara mucho que no es un improvisado. Presume, además, de conocer al dedillo la capital ecuatoriana y de ser bueno con los números. “Estuve cinco años en la universidad para tener mi título de Licenciado en Contabilidad y Finanzas, aunque lo ejercí un solo mes. Cuando me pagaron 250 pesos en moneda nacional, me di cuenta que ahí no había futuro para mí. Después estuve algún tiempo criando cochinos para vender y con lo que reuní me fui a Ecuador. Si ahora hay poco en las tiendas, antes había menos. Así que traer ropa para comercializar parecía buen negocio.
“Desde hace años me casé con una ecuatoriana. Le di 2500 dólares y ella me facilitó la residencia. Puedo entrar al país cuando quiera. Tengo luz larga y me imaginaba que lo del libre visado no sería para siempre. En Ecuador me siento cómodo: el mismo idioma, conozco los lugares para comprar, el clima no es tan diferente. Ahora… Rusia ya es otra cosa”.
Menciona Rusia y en mi mente se dibujan cuentas: 1200 CUC cuesta el pasaje de ida y vuelta, más los gastos de hospedaje y comida y un equipaje que (una vez al año) puede ser de 125 kilogramos, para pagar los impuestos de aduanas en moneda nacional (en ese caso lo más que llegará a pagar serán 40 dólares por todo). Sigo sumando números y no dejo de preguntarme cómo puede ser rentable un viaje a Rusia.
“Quien diga que de Moscú trae ropa y misceláneas, como de Ecuador, está mintiendo. Eso no da beneficio, es más, te aseguro que da pérdida. En Europa es más cara la mercancía, y el boleto de avión es el doble comparado con Quito. A Rusia se va a traer piezas de carros. Las piezas de Ladas, por ejemplo, allí no valen nada y aquí tienen mucha salida.”
Comienzo a comprender. En este país caribeño donde los autos de la extinta Unión Soviética se disputan la primacía en las carreteras con los vetustos “almendrones” de fabricación pre-revolucionaria; vender en el mercado subterráneo piezas de repuesto para mantenerlos circulando es negocio redondo para quien se lance. Sobre todo porque estos “vendedores” cuentan con la inapreciable ayuda de un mercado oficial prácticamente inexistente.
“Venir de Rusia cargado de piezas tiene sus riesgos, porque entrar al país puedes tener problemas en la Aduana”, aclara Ernesto. “También la experiencia de Rusia es dura: un idioma que no conoces en lo absoluto, para comunicarte en las tiendas es muy complicado y, sobre todo, mucho gasto.”
¿Y Cómo garantizas el hospedaje?, le pregunto…
“Contacto por Internet con cubanos que viven allá y ahora han preparado casas de huéspedes para los que viajamos eventualmente. Se reserva con antelación porque hay mucha demanda. No solo para quienes traemos cosas para vender, hay otros que van hasta Moscú para intentar llegar a Estados Unidos desde allí. Una parte lo ha logrado, otros han virado sin un peso”.
Basado en su experiencia, Ernesto segmenta sus mercados de suministros: de Ecuador es rentable importar “misceláneas”, las piezas de auto las compra en Rusia y para equipos electrodomésticos ha incorporado a su itinerario un nuevo destino: Panamá.
“Panamá me parece que es la mejor opción. De allí he podido importar motos eléctricas, de las cuales obtengo entre 800 y mil CUC de pura ganancia. También se pueden traer un par de aires acondicionados tipo Split y enviar cuatro más por agencia, a dos personas en Cuba. Todo eso se vende aquí como pan caliente.”
Y no es que no exista una contraoferta estatal para las mercancías que vende. Las tiendas cubanas también tienen motos eléctricas y aires acondicionados. Sin embargo; a los compradores en Cuba les resulta más barato comprar la mercadería importada “por cuenta propia” que asumir precios en el mercado oficial con un 240% de impuesto sobre el costo.
“Este negocio no es bien visto. Nos quitaron la posibilidad de vender la ropa libremente, así que ahora lo hacemos a escondidas. Quitaron el libre visado de Ecuador, y la gente empezó a viajar para Guyana y Rusia. La Aduana cada vez se pone más recia, y si quieres pasar un poco más de lo establecido tienes que soltar dinero. Aparecen trabas todo el tiempo pero el cubano ha aprendido a buscar alternativas…
Y ahora, como para hacer una profesión de fe, Emilio articula guturalmente, prepara una frase con dejo entre irónico y angustioso: “Los cubanos lo que somos es eso: unos sobrevivientes”.
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