Fue la última mañana en que oiría una de aquellas máquinas de coser industriales. Graduada de obrera calificada en Confecciones Textiles, a Yanay no le gustó ninguna de las ubicaciones en un puesto estatal que le ofrecieron.
Por: Emilio L. Herrera Vila
“La escuela me ofreció trasladarme a una tabaquería, pero eso no me gustaba. Había estudiado para ser costurera, no tabaquera. Estaba sin hacer nada hasta que mi esposo, empleado de una galletería, habló con el jefe para que me contratara y aquí estoy, en mi primera y única experiencia laboral trabajando con harina”.
Yanay González Espinosa, de 18 años, “ha sudado” los primeros seis meses de su vida en este negocio y ya domina las interioridades: “Nosotros ganamos de acuerdo a la cantidad de masas que hagamos en una jornada. Yo soy empañadora. Cuando el sobador saca la galleta y la pica yo la organizo arriba de la bandeja que se va a hornear. Eso es empañar. Y es lo que menos se cobra. En esta galletería pagan siete pesos por masa y casi siempre produzco diez masas. En un día puedo ganarme 70 pesos, un sueldo impensable si trabajara con el estado”, asegura la joven.
Según fuentes oficiales en el municipio de Placetas existen 35 galleterías legalizadas. Pero se desconoce la cifra exacta de trabajadores, pues muchas de estas fábricas declaran un número menor de asalariados para conseguir más ganancias y evitar los altos impuestos que supone declarar a todos los obreros.“No busques muchas causas –me dice la empañadora- aquí todos estamos por el dinero. Pregúntale a los demás. Es evidente, todos producimos en la galletería para hacer más dinero y poder tener nuestras cosas.
Entre nosotros hay músicos, instructores de arte y todos han abandonado sus carreras para ser horneros o sobadores. En Placetas las galleterías son un buen lugar para ejercer como empleado cuentapropista.”
Aquí hay cinco personas en turnos alternos y casi todos somos menores de 30 años.
“Yo soy la única mujer. Sí conozco que existen galleterías y empleados ilegales, pero son los menos,” afirma.
Además del tiempo que le ocupa la galletería, esta joven está decidida a superarse profesionalmente. No sabe explicarse por qué no quiere trabajar “nunca” con el estado, pero desea obtener su título de bachiller, porque según sus propias palabras “hace falta”.
“En estos momentos trato de sacar mi doce grado y estoy en la galletería el tiempo que no estoy estudiando. Mi vida se alterna en esos dos períodos. La facultad es a partir de la 5:00 pm los martes y los jueves. Cuando tengo el turno de trabajo por la mañana sí me da tiempo. En cambio, esos días por la tarde, busco que alguien me cubra para ir a la escuela. Eso no tiene problema alguno porque el jefe me entiende y el resto de mis compañeros me apoyan,” dice.
Como un pequeño robot programado para organizar las galletas de forma rápida y eficiente, Yanay trabaja y trabaja mientras conversa y sueña: “Mi economía ha mejorado mucho. He visto el resultado de mi sacrificio. He podido comprarme ropa, zapatos y cosas para la casa. Quién sabe si en un futuro pudiera disfrutar de mi propia galletería ¿Te imaginas? Buscarme mis máquinas y tener mi clientela. Me gustaría, pero hoy me conformo con seguir aquí…”
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Eduardo