Imaginemos que estamos en el pequeño país X, en el que la capacidad de generar electricidad a gran escala es considerada un bien público (propiedad del Estado) y que dicha capacidad se ejerce a través de una empresa pública; digamos, la hipotética Empresa Eléctrica (EE).
Luego de una situación coyuntural, la EE no puede generar la electricidad que satisfaga la demanda nacional. Para desarrollar una respuesta al problema momentáneo, la dirección de la EE, por instrucciones del Gobierno de X, decide segmentar el mercado y establecer prioridades.
Así, la dirección de la EE (y un equipo de especialistas externos que la acompañó) dividieron metodológicamente la demanda en dos grupos: hogares y empresas. De ahí derivaron dos alternativas principales:
1. No satisfacer la demanda de un porciento de las empresas y priorizar los hogares. Es válido aclarar que no es literalmente retirar el fluido eléctrico a las empresas, sino que puede ser, por ejemplo, orientarles no consumir electricidad (que no es lo mismo, pero es igual).
2. No satisfacer la demanda de un porciento de los hogares y priorizar todas las empresas.
Con las dos soluciones básicas, y obviando las combinaciones de ellas, los resultados más probables son:
1. Priorizar los hogares. Un grupo de empresas (privadas, estatales, militares, de todos y de nadie, las que sean) dejará de hacer una parte de su producción, por lo que caerán sus ingresos finales. Así se verán afectados la reposición del capital empleado, la ampliación de la capacidad productiva y los ingresos básicos (y por rendimiento) de sus trabajadores. Al verse afectados los ingresos de los trabajadores, se reduce la capacidad de consumo de los hogares, porque mientras se reducen los salarios, disminuye la demanda de bienes y servicios, lo que hace que los ciudadanos queden con necesidades insatisfechas.
Lo que sigue es una larga cadena de efectos de menos consumo, que incluye electricidad o cualquier bien o servicio. Se puede incluso dar el caso de hogares imposibilitados de pagar su consumo de electricidad. En pocas palabras: el espíritu de una crisis económica llega para quedarse.
2. Priorizar las empresas. Las empresas que producen eficientemente pueden sostener sus niveles de oferta y, al mismo tiempo, los niveles de salario, que son los que garantizan la capacidad de pago de los demandantes. Lo normal, para la teoría económica, es que ocurra esta relación orgánica.
Además, las empresas pueden reponer el capital empleado y ampliar sus capacidades productivas con nuevas inversiones y garantizar los pagos de electricidad a la EE.
Como las empresas pagan impuestos, y estos son los ingresos por excelencia del Estado, con los montos de los tributos bien podría el Gobierno resolver o aliviar el problema de la electricidad. Primero, puede aumentar la compra de petróleo y así abastecer la demanda de electricidad. Segundo, puede realizar reparaciones en sus antiguas termoeléctricas o, basado en la solvencia de las empresas, pedir préstamos a otras naciones para la inversión energética (ya que podrá pagar gracias a los tributos en el tiempo de esas empresas nacionales). Por último, no se agotan las variantes en las que el Gobierno puede gastar sus ingresos de forma directa para resolver la situación asociada a la EE. Una de ellas sería destinar a subsidiar costos de dicha empresa (ya sea salarios, maquinaria, comercialización, entre otros). También puede apoyar el consumo de los hogares mediante cupones de consumo, renta básica, entre otros mecanismos e incluso subsidiar las utilidades negativas de la empresa eléctrica.
Por no mencionar que existen otros mecanismos, como un impuesto especial a las empresas que permita aumentar el dinero del que disponga el Gobierno para dar solución a la coyuntura.
Los resultados (puntos 1 y 2) de ambas decisiones se pueden resumir en: para que los hogares puedan consumir, las empresas (incluida la de electricidad) necesitan producir, ya que los que viven en los hogares trabajan en las empresas; las empresas son las fuentes de ingresos naturales de los hogares.
De ahí que, ante una incapacidad de la EE de cubrir la demanda, priorizar los hogares trae un menor malestar en el plazo inmediato, pero en poco tiempo se agravará. Por eso, lo mejor es priorizar la producción en las empresas de forma tal que se generen los ingresos para salir de la crisis (falta de combustible, capacidad insuficiente de las termoeléctricas, etcétera).
Por otro lado, lo relevante de las dos decisiones es que ambas reflejan la incapacidad del Gobierno X de asumir financieramente el asunto. Es decir, un Gobierno que marche a buen ritmo en su dirección tendría la solvencia para asumir los gastos de la coyuntura o tendría buena credibilidad para pedir préstamos y luego recuperar el dinero (para destinarlo a otras políticas públicas o pagar el préstamo) con el camino explicado en el punto 2.
Por último, para que la historia termine bien, dado que este es un caso imaginado, quedémonos con que X tiene un Gobierno de primer nivel, por lo que asumirá financieramente el problema mientras espera que la economía siga produciendo a buen ritmo (y recuperar el dinero empleado en hacer frente a la situación).
Ni hogares ni empresas
Olvidemos a X. Ya no estamos en X, ahora es Cuba.
El archipiélago tiene una crisis de generación de electricidad, visible en los apagones. Por su parte, desde la oficialidad parece que se pensó igual que en X y lanzaron la misma dicotomía: hay que escoger en qué priorizar la electricidad, si en los hogares o en las empresas. Y según la dirección del país escogieron, no faltaba menos, los hogares.
Si bien es difícil constatar a través de fuentes oficiales la aplicación y el alcance de esa política este año, no es primera vez que se lleva a cabo, ni es nueva en centros laborales estatales, donde se establecen prácticas como dejar de consumir electricidad en horarios pico o recortar la jornada laboral, sobre todo, en entidades «no indispensables».
Pero imaginemos que escogen, como en X, las empresas. ¿Cuál sería el resultado?
-Si actualmente la política del Gobierno cubano —si es como afirma— es priorizar los hogares, y aun así los apagones son de largas horas y diarios, sobre todo en el interior del país, entonces la capacidad de las termoeléctricas cubanas es bastante baja en relación con la demanda.
Según declaraciones oficiales, la disponibilidad técnica de muchas plantas eléctricas está por debajo de la mitad. Por lo que priorizar al sector empresarial dejaría a los hogares, en el plazo inmediato, peor que como están ahora (y ya es bastante significativo el número de apagones hoy).
-La cantidad de empresas estatales improductivas (con pérdidas) al cierre de febrero fue de 480. Dada la magnitud de la cifra y que no debe haber mejorado mucho hasta finales del primer semestre de 2022, si el Gobierno cubano prioriza el sector empresarial, afectará a un número determinado de hogares y gastará recursos (electricidad) en varias empresas improductivas.
Una empresa improductiva, económicamente hablando, es aquella cuyos ingresos son menores que sus costos, por lo que se ve afectado el pago de salarios de trabajadores, la renovación o ampliación de sus capacidades productivas. En casos como ese, lo «normal» es el cierre o que alguien haga un rescate (inyecte dinero, realice un préstamo) bajo la certeza de que con otra administración se generen utilidades.
No obstante, en Cuba se subsidia la ineficiencia, así que de algún lugar (ingresos e impuestos de/a otras entidades que sí son rentables) sale dinero para que funcionen las empresas que generan pérdidas (y consumen electricidad).
Conclusión: se desatenderán hogares y no ocurrirá lo expuesto en el punto 2 (crear riqueza), sino que será el resultado del 1 (crisis, más crisis). Sería gastar electricidad por gusto, si se le pone a empresas improductivas.
-El Gobierno cubano puede darse un baño de eficiencia y priorizar las empresas productivas, lo que permitirá que no ocurra lo expuesto en el párrafo anterior. Así, solo gastará en empresas que generen oferta y utilidades suficientes. Pero, dado el monopolio en el manejo de las divisas del país, las utilidades de esas empresas son en CUP. Luego, el CUP no tiene convertibilidad alguna ni es medio de pago a extranjeros fuera o dentro de Cuba (ni siquiera le gusta a empresas extranjeras dentro de Cuba). Así, cuando las empresas estatales con utilidades tienen que renovar o ampliar capacidades productivas mediante importación, dependen de la asignación central de divisas desde más arriba. Y en una economía altamente importadora, no sirve de mucho tener utilidades y circulante en CUP que no se puede convertir en divisas. Incluso, condiciona más la inflación.
De hecho, desde el propio discurso oficial se ha hablado de utilidades de empresas que generan inflación, a lo que añado que es expresión de la incapacidad de estas de convertir esas ganancias en crecimiento de su capacidad productiva; sobre todo, de adquirir insumos y maquinarias.
Es el equivalente a tener un dinero de juguete, que solo vale en el tablero de juego para el que fue hecho (Cuba). ¿Se puede comprar con CUP más petróleo para generar electricidad? ¿Se puede pagar con CUP la importación de piezas para arreglar termoeléctricas? ¿Se le puede pagar con CUP a una patana arrendada a Turquía para que genere electricidad desde el puerto de La Habana? Tres veces no.
Para que aprovechar la electricidad priorizando empresas sea un método efectivo, se debe apostar por abastecer las empresas con utilidades que aportan divisas. ¿Cómo se invierte electricidad para «producir» más remesas? (Habrá que apostar por las restantes fuentes de divisas porque, por lo menos esa, que es la primera, sale gratis en materia de inversión de electricidad).
La magia semiótica
Entonces, parece que, cuando la dirección del país afirma que prioriza hogares, es la «mejor» alternativa que tienen.
¿Esto quiere decir que, siendo así, el pobre Gobierno cubano está en un callejón sin salida y se ve obligado a tomar esas decisiones? Sí, a lo del callejón; no, a lo de pobre.
El Gobierno cubano se introdujo solo en ese callejón sin salida económica, con tal de proteger su hegemonía sobre la ciudadanía. Durante décadas ha sacrificado las condiciones de generación de riqueza y el bienestar de las mayorías para mantener el control. Por eso, ha preferido un sector empresarial ineficiente que condiciona una moneda débil, de poco valor y puesta en segundo plano por el propio Gobierno cubano cuando creó las tiendas en MLC, antes que ver prosperar empresas en manos de otros (conciudadanos).
Ese afán que lleva a evitar, negar y dilatar en el tiempo reformas imprescindibles es el responsable del panorama de empresas ineficientes que, si hay que escoger, sea preferible (y se puede) no darles electricidad; total, ¿para qué?
La dicotomía planteada por el discurso oficial, y en la que se priorizan los hogares, tiene mucho sentido económico, pero solo porque es una expresión más de la crisis sistémica y crónica a la que el Gobierno ha llevado la economía.
Creo que no lo he dicho lo suficientemente claro: es resultado del «modelo» cubano lograr tal desconexión entre empresas y hogares que convierte la economía nacional no en un todo medianamente armónico y orgánico, sino en un conjunto de partes pegadas a la fuerza, por orientación. Por consiguiente, el nivel de vida de varios hogares puede subir o bajar más por el turismo que por el rendimiento empresarial estatal (militar, etcétera) y viceversa (las empresas pueden mejorar su rendimiento y los hogares seguir igual), como si una parte no dependiera de la otra. Esto no es lo normal para la teoría económica.
Por eso estamos ante algo que sí ha logrado el «modelo»: darle sentido a un sinsentido de la teoría económica, creando los amamos el amor y odiamos el odio —enunciada por Miguel Díaz-Canel—, esa cursilería de la poética de la continuidad, pero en una versión económica, real y concreta.
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