Los perros enfermos son los más vulnerables al maltrato porque las personas los apartan. Foto: Kyn Torres (elTOQUE)
Animalistas que con recursos propios y comunitarios impulsan iniciativas de protección en Cuba
21 / febrero / 2020
Un burro recorre la ciudad. Toca las puertas con una de sus pezuñas delanteras. Quiere pan. Los vecinos no le dan la espalda: lo acarician, lo protegen, lo alimentan. Tiene un solo dueño, pero muchos cuidadores. Anda solo por las calles. Nadie le teme, nadie lo golpea, nadie lo recoge. Se llama Perico y son los años ‘30 y ‘40 del siglo XX en Santa Clara, una ciudad al centro-norte de Cuba.
Gustavo Mena Artola sabe esa historia de memoria. La recuerda a veces, mientras “bucea” entre la basura. Encuentra tanques oxidados y sin fondo, viejas gomas de carros, jarros y cazuelas. No le importan que le llamen buzo por hurgar entre los desechos, tampoco que lo crean loco. La única locura de Gustavo es por sus perros, esos 40 perros que cuida en uno de los refugios de animales de Santa Clara.
Gustavo no tiene licencia ni permiso. Tampoco existe ninguna prohibición para tener animales en su propiedad. Los vecinos no se quejan. Por el contrario, ayudan en todo lo que pueden: con comida, con limpieza, con medicamentos.
“Mi nieto trae a sus amiguitos y me ayudan con muchas cosas del refugio: a limpiar, alimentar los animales, a cuidarlos”, dice.
Aunque hace años ya Gustavo tenía varios animales en su casa, el refugio San Lázaro Vigía existe desde 2018. Como este existen solo dos en Santa Clara, donde vive casi un centenar de animales. Sin embargo, no es suficiente.
PERICO ES PUNTA DE LANZA
Cuentan que el burro Perico acompañaba a los estudiantes en las manifestaciones. Incluso, en su lomo cargaba carteles contra el gobierno de turno o alguna otra autoridad. Quizás por su historia transgresora, cuando se soñó en Santa Clara una marcha por el bienestar animal, el destino final era la escultura de Perico. Pero aquel fue un intento fallido que Javier Larrea prefiere no recordar, ni contar.
Sin embargo, Larrea todavía lidera aquí la lucha por una ley de bienestar animal y otras iniciativas que protejan a perros y gatos callejeros, o cualquier animal; y contribuyan a aumentar la cultura y respeto hacia estos.
“Cuando estaba en el servicio militar varios amigos y yo nos íbamos al zoológico a ayudar con los animales”, cuenta.
Javier recuerda en su infancia en Caibarién, con su abuelo, sus inicios en el rescate de animales. Actualmente, centra sus mayores esfuerzos en el proyecto Bienestar Animal Cuba (BAC), una red de colaboración integrada por animalistas de La Habana, Camagüey, Matanzas, Santa Clara y Sancti Spíritus, fundamentalmente.
“Mucha gente cree que el objetivo es tener a los animales en un refugio y esa es solo una solución a corto plazo”, explica Javier. “Esta red permitirá que quien no pueda tener un animal en la casa y también quiera contribuir pueda hacerlo con comida, alimentos, alguna donación, tener al animal en su casa unos días —casas de tránsito—, etc.”.
Convocados a través de las redes sociales fundamentalmente, Javier cuenta que varias personas se han involucrado y han hecho ya, incluso, rescate de animales.
“Personas que nunca habían hecho nada, o que no sabían qué hacer ni cómo, aprovechan la red para incorporarse al movimiento en cada uno de sus territorios”, dice Javier.
ANIMALISTAS: TAN REALES COMO PERICO
En su perfil de Facebook Maykel Iglesias, director coral de Santa Clara asegura que la historia de Perico debe ser la principal motivación de la ciudad para abogar por el No Maltrato de los Animales. “No olvidemos que tenemos por herencia un burro que caminaba por nuestras calles y que esta ciudad amó al extremo; no olvidemos que una ciudad se paralizó el día de su muerte porque lo amaba”, escribió el músico.
“Para mí Perico es un símbolo de protección animal”, cuenta Maykel mientras sueña con que el movimiento animalista pueda lograr más cosas.
Leydi Laura Hernández también es activista y aboga por impulsar el movimiento en Santa Clara. Aunque no sabe a ciencia cierta cuántos están a favor de una ley de protección animal, supone que sean unos cuantos, al menos por las interacciones en las redes sociales. En Facebook, fundamentalmente.
“Cuando se necesita algo lo publicamos en esa red social”, dice. “A veces alguien se brinda y aparecen personas nuevas que se suman, aunque en ‘la concreta’ seamos siempre los mismos”.
Lizandra Martín, actriz del grupo teatral Mejunje y activista, cuenta que fue a través de una publicación que supo lo que se hacía en Santa Clara.
“Yo estudio en La Habana, pero en cuánto vi lo que estaban haciendo acá me quise sumar”, dice. “Le dije a Leydi que lo mío no era palabrería, que me iba a meter tanto en esto que se iba a cansar de mí, y así ha sido, —no la parte de cansarse, claro—”, bromea.
Los activistas aseguran que varias veces han tratado de mezclar la política con el bienestar animal y eso ha desvirtuado el verdadero sentido de su lucha. Además, reconocen que muchos miran con recelo, desde lejos, cada uno de sus movimientos, y eso hace que muchas veces les cierren las puertas.
“Afortunadamente siempre hay quien quiere ayudar y el apoyo de la actriz Roxana Pineda —de gran reconocimiento local y nacional—, por ejemplo, ha sido fundamental”, cuenta Lizandra.
“Los artistas como líderes de opinión son muy importantes para causas como estas”, reconoce Lizandra. “No solo por su capacidad para mover masas, sino también por esa tozudez de decir sí cuando nos digan que no”.
Además de las páginas que ya existen sobre bienestar y protección animal en Cuba, creamos un grupo en Facebook para involucrar directamente a quienes son de la ciudad.
“Le pusimos Por Una Voz Animal Santa y Clara y ahí publicamos información de los rescates de animales, de mascotas extraviadas, de posibles adopciones, de campañas de vacunación, desparasitación y esterilización, y cualquier otra información que creamos relevante”.
Leydi, Javier, Lizandra y Gustavo coinciden en que las redes sociales tienen un poder determinante en la lucha por la protección animal. No solo para visibilizar lo que se hace en cada territorio o convocar a acciones concretas, sino también para unir esfuerzos y enviar mensajes a las personas.
“El pasado 17 de diciembre hicimos una actividad infantil y adopción de perros en el Mejunje y fueron más de 100 personas”, cuenta Leydi. “A través de las redes sociales fundamentalmente la gente tuvo acceso a la información. Algunos fueron con sus mascotas otros adoptaron allí mismo y varios se quedaron con las ganas de llevarse un animal. El próximo 29 de febrero haremos otra actividad como esta”.
Gustavo, de forma más individual, publica en su perfil personal fotos de animales rescatados, de niños y adultos que lo ayudan en su refugio, y hasta de sus “buceos” en la basura buscando cualquier cosa que mejore las condiciones de sus animales.
Reconoce que no siempre tiene la mejor redacción y ortografía —“es que soy un ñame y el telefonito no tiene corrector”, dice— pero gracias a esas publicaciones recibe ayuda y puede dedicarse a su refugio.
“Solo en comida son casi 15 libras de arroz diariamente y 20 kilogramos de alguna proteína”, dice. “Para colmo desde que hay problemas con la comida la gente ha dejado de adoptar, porque creen que no pueden costear ‘otra boca’. Pero con dedicación las mascotas dejan de ser una carga”.
EL FANTASMA BUENO DEL BURRO PERICO
El burro Perico fue la mascota del pueblo de Santa Clara. El jumento contaba con el cariño, la admiración y el cuidado popular. Cuentan que solía caminar alrededor del parque Vidal y todos lo miraban con ternura, lo acariciaban, lo mimaban. Los perros alrededor del parque, sin embargo, no cuentan con la misma suerte. Las personas, en su mayoría, los ignoran. Algunos también los maltratan.
“Por eso decidimos marcarlos”, cuenta Leydi Laura. “Les pusimos un collar con una tarjetica con su nombre, número de teléfono de alguien de nosotros, y datos sobre su esterilización y desparasitación”.
Les llaman los “perros comunitarios”, y desde que andan así entre el bulevar y el parque Vidal, las personas los alimentan más, los cuidan y hasta llaman al número de contacto que aparece en la tarjeta si algo les sucede.
“Hay quien le pasó mil veces por al lado al perro, pero lo veía como un callejero”, lamenta Leydi. “Sin embargo, cuando ve esta información colgando de su cuello, ya siente que tiene algún dueño y no lo mira ni trata igual”.
La iniciativa, que tomaron de una similar de la Oficina del Historiador de La Habana, permitió “marcar” seis perros. No obstante, eso no los salva de ser llevados a zoonosis.
“Hace un tiempo me llamaron para decirme que a Negrita se la había llevado el carro de zoonosis”, cuenta Leydi.
La perrita estaba recién parida en el área del bolevar y fue recogida. Leydi la rescató junto a los cachorritos y los llevó a su refugio. Ahora tiene 48 perros.
“Por eso es tan importante la campaña de esterilización, pero ese es un proceso que lleva tiempo y recursos”, comenta Leydi. “Para colmo casi nadie quiere adoptar un perro adulto”.
Dice Gustavo que es un mito que un perro adulto no se pueda enseñar. “Mucha gente solo quiere cachorros porque cree que los perros adultos dan más problemas, pero en muchos sentidos son mejores”, reconoce. “Aquí yo los recibo a cualquier edad y todos se han adaptado a mi horario y disciplina”.
Leydi y Gustavo saben, como nadie, del sacrificio económico y personal que requiere tener un refugio para perros. Aunque varios voluntarios los ayudan, y algunos donan ropas, comidas, medicamentos, el refugio debería ser solo una solución temporal, pero para algunos perros será su casa toda la vida.
“Algunos perritos tienen ‘apadrinamientos’, que son aquellas personas que no pueden tenerlos en sus casas, pero vienen los fines de semana, los sacan a pasear, les traen comida, juegan con ellos, etc.”, cuenta Lizandra. “Lo ideal es que terminaran adoptándolos, pero entendemos que no siempre se puede”.
Explica Leydi que también hay instituciones, empresas y centros de trabajo que han “adoptado” sus propias mascotas y a veces la llaman para que las vacune, desparasite, esterilice y cure cuando están enfermas.
Aunque hay veterinarios que también los ayudan, no siempre están disponibles cuando ellos los necesitan. Sin embargo, el grupo de animalistas de Santa Clara ha aprendido con la experiencia, el deseo y sobre todo el amor a los animales, a cuidarlos de la mejor manera.
“Yo he tenido perros con sarna que se han curado con baños de ‘escoba amarga”, asegura Gustavo. “Un animal solo necesita comida y cariño para ser feliz”.
Tras cada rescate los activistas se hacen una foto y la suben a las redes sociales. Quieren que quede constancia de cuánto hacen, aunque aún sea insuficiente. Como las suyas, también las fotos del burro Perico siendo alimentado por los vecinos corroboran que existe en Santa Clara una tradición intrínseca de protección animal. Estos animalistas la están reviviendo.
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