Dos tipos en la escalera del Ameijeiras: A Fulano de Tal, de No Sé Dónde, le facharon el cuello: siete puntos. Facharon quiere decir rebanaron. Y una cuadra después, los carnavales.
En Malecón dos policías azules y uno verde cargan a cochinito a una mujer medio muerta, cuanto menos, desmayada, que cayó redonda al lado de un baño portátil de esos. La llevan a la ambulancia, que está parqueada en el Parque Maceo, es decir, a un costado. En el parque hay vendedores de caramelos largos y de uvas en racimos y de rositas de maíz en nailon. Cajitas de Planchao a 25. En los quioscos de adentro está a nueve la cerveza dispensada. En una esquina del parque un cordón de policías cachea a todo el mundo y a mí, que tengo cara de que aquí me van a fachar el cuello, ni me miran.
Hay un millar de quioscos y baños plásticos y rumba en vivo con tambores, cornetas, bailarinas llenas de mallas y barrigas planas, disfraces de colores y jirones de telas en los hombros y hombres que les dan vueltas a rombos de cartulinas en palos que se llaman faroles. Hay asientos delante de unos andamios, de frente al malecón, donde desfilan. La gente normal, que no tiene tique ni tarjeta de pase, que no puede cruzar la valla y sentarse en las gradas, ve el espectáculo desde la valla. Son las 9:40 del domingo 19 de agosto. Un niño de tres años se menea con un globo en la mano y la otra mano en la mano de su madre. En las gradas está la presidencia, que evalúa las carrozas y las comparsas. Yo las veo iguales. Carrozas iguales a otras carrozas, comparsas iguales a otras comparsas. Esta de ahora canta el Mozambique. Algunas personas que tienen pases los muestran a los de seguridad y cruzan la valla. Vaya, me atormenta. Máscaras grandes de papel maché. Banderas azules y rojas en los postes.
Sobre las 10 empiezan las carrozas. Laritza Bacallao, pelo tipo Rihanna y pomo grande de agua en la mano, grita desde una que suenen, suenen, suenen los tambores. Las carrozas traen muchas guirnaldas y gentes con pelucas que agitan globos y que se menean. Están estructuradas como barcos. Laritza va donde va el timonel y la orquesta abajo, donde van los piratas. Veo ruedas debajo de los flecos de telas verdes y un tractor delante las hala. La carroza frente a la de Laritza marcha con un silencio casi fúnebre. Laritza arenga, pide bulla, gritos, manos arriba. Cuando acaba el tema, bebe del pomo, un pequeño silencio, y después canta que ahora su vida está en un carnaval, oe, oa. Así pasa frente al jurado. En Belascoaín, fin del cuento, perpetuidad del silencio.
Dos carrozas más tarde, una amarilla, donde un grupo de timba vestido de amarillo habla de que te ponen a guarachar y los que guarachean son niños en los hombros de sus padres, un hombre en silla de ruedas, vendedores de granizados; los del grupo hablan de que esa mulata es una fiera/ cuando va por la carretera y las mulatas fieras levantan las cervezas, despedazan cajitas con comida, filman con los teléfonos. Un hombre vende máscaras de Spiderman, globos con forma de perros, aretes que parpadean y cintillos con orejas de Minnie. Una mulata le echa pila a un yuma. Ella, cuerpona, rizos sobre los hombros. Él, short, barbita rubia, cara noble. Cada vez que tropiezo con alguien me disculpo cortésmente por si un acomplejado me apuñala. Pero nada. Dicen que los problemas empiezan a las 12.
En las carpas, pan con jamón a cuatro, pan con bistec a 10, refresco TuKola a 10, bistec de cerdo, 18, lomo ahumado, 16, ron Corsario, 74. No se acepta CUC.
La carroza de la FEU es majestuosa. Más de lo mismo, pero majestuosa. Blanca, luces doradas. Mientras avanza la gente la sigue bailando conga. En una tarima frente al Hotel Nacional, a un costado de la Piragua, hay concierto de las Anacaona. Un negro y una negra se manotean y se caen a gritos. Ella hace como que se está riendo, como que se lo tira todo a bonche, él dice que ni pinga y se molesta. Anacaona dice que la calle está prendía. Los hombres dan cintura con las piernas abiertas, las mujeres, con las nalgas empinadas. En el suelo hay latas, un viejo limosnero con una caja que tiene a San Lázaro, una familia que hizo una acampada en un toallón de playa. Patrullas y ambulancias en las calles perpendiculares a Malecón. Los policías avanzan en grupos cuadrados como los guardias romanos, algunos de espaldas y otros de frente, entre los que persiguen la carroza de la FEU, desde donde una orquesta que no conozco dice, a golpe de conga, que a ellos La Habana les queda chiquita y vamos a tirar botellas. Y nada, por si vuelan las botellas, regreso rápido, abriéndome paso dificultosamente hasta el silencio de Belascoaín.
El viernes 24, sobre las nueve, entro por la Piragua y los vendedores empinan papalotes, proponen globos y chucherías que tienen en cestas. Una pareja baila casino con un tema de Van Van que sale de la tarima donde el domingo tocaban las Anacaona. Huele a pollo frito. Anuncios de Christian y Rey Alonso. Hoy, sin embargo, me parece linda la manera en giran los faroles y me parece que, después de todo, tienen su encanto todos los disfraces y que la gente necesita de esto, de esta orquesta donde un mulato mueve la cintura y dice oh, felicidad, donde una mulatona frente a él mete una cintura espesa. Mírame cómo tiro mi pasillo, dice el mulato, mira, suavecito, y se menea despacio hasta abajo mientras la orquesta sube la intensidad y el público da cintura suavecito hasta abajo. La orquesta se llama Sello Latino.
Hay un punto intermedio donde se mezclan todas esas músicas y uno no sabe hacia dónde tirarse y los oídos no saben qué escuchar: a la izquierda de la timba, hay rumba, reguetón a la derecha. Una conga se acerca por la calle con sus tambores y sus bailarinas. Pasan frente a la timba y se la tragan. La timba para. Luego, a 20 metros, se acerca una carroza despacito, con reguetón. A medida que pasa, la gente alza los brazos como se hace la ola en los estadios. Esta carroza frena exactamente frente al Nacional y el cantante pregunta si se le escucha, Charanga Latina, una bulla, mujeres, te fuiste/ y si te fuiste, perdiste/ yo no, yo me quedé. Unas niñas juegan con marionetas de poliespuma que son perros dálmatas. Las hacen caminar y dar salticos en el pavimento.
Desde que hay luces LED en Malecón las cosas se ven más nítidas. Huele a orine, a cigarros, a fritanga. Un hombre solo mira hacia la nada empinándose un pomo con alcohol. Otros hacen una coreografía con una musiquita setentera. Después de Calzada, tranquilidad. Parejas apretándose en el muro del malecón y gentes que conversan. En las carrozas prueban los micrófonos. La de la FEU, que cierra el espectáculo, está parqueada frente a la Tribuna: altoparlantes y bocinas en la proa, dentro, la batería de micrófonos, sillas, el que controla el audio en una consola, referencias, altoparlantes que apuntan hacia atrás, una escalera al costado, focos, barandas, tubos de luz fría, una plantica eléctrica en la popa. Uno de los organizadores dice que hoy tocan Charanga Latina, Guaracheros de Regla, la Aragón, Tambores de Bejucal.
Hay un borracho con chancletas y gorra que se desboca detrás de la música. Otro saca un pañuelo y baila una rumba hermosa y se muerde las encías. Una blanca en tacones casi cayéndose sobre la grava. Chamaquitos de 17 años con una rufa de delincuente viejo. Hay un momento después de las nueve en que los policías se cierran, no dejan pisar la acera, y hay un momento después de las 12 en que se relajan, tiran su pasillo. El pedacito de luna, los nostálgicos de cara al mar y mucha, mucha gente que empieza a aglomerarse bajo la carroza de la FEU, que ahora pone a Un Titico mientras espera su turno de arranque. ¿La FEU? ¡’Chacho! ¡Candela!, me dice una mujer medio borracha. En otros tiempos me lo hubiera dicho un policía de Batista.
Texto publicado originalmente en Magazine AM:PM
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