Comenzaron de puerta en puerta ofreciendo comprar y cambiar los vidrios de colores en las luceras de las casas, por unos transparentes. Al inicio hasta los padres se les opusieron, no podían admitir que sus dos hijos, uno de ellos arquitecto, dejaran la profesión para dedicarse a la fabricación de vitrales. Pero vencidas las resistencias para arrancar el proyecto, David Sánchez Prieto y su hermano ya sostienen Daluz, una conocida marca en el mundo artesanal de la ciudad de Camagüey.
“Nos pasamos siete años sin reconocimiento legal alguno. Hace solo unos meses que pudimos asentarnos en el Registro del Creador”, dice este muchacho de 29 años, que apenas cumplió su servicio social dejó su trabajo, y hasta una maestría, para hacerse artista.
“En el camino completé obras para dos exposiciones personales. En la primera, que recrea en vitral pinturas de Guayasamín, trabajé por más de dos años. Se montó en la Casa dedicada al ecuatoriano en La Habana, en la Casa Cultural del ALBA, en el Museo de Bellas Artes y hasta en el XVIII Festival de la Juventud y los Estudiantes, en Quito”.
“Por la experiencia, la del 500 aniversario de la fundación de Camagüey fue más llevadera. Allí aparecieron más elementos en 3D en los cuadros, y con esta salimos en la televisión nacional. Por eso nos contactaron en la Inmobiliaria del Turismo. Ya tenemos vitrales en dos hoteles de Camagüey, el Santa María y La Sevillana.
También en el centro de convenciones Santa Cecilia. Nuestro primer trabajo, ya con papeles, fue en el Telecentro. Y ahora mismo trabajamos en la nueva sede del Instituto Superior de Arte”.
Con tanto éxito resulta impensable lo que revela David, con una mezcla de perseverancia y resignación: “No estamos afiliados a ninguna institución cultural. Hemos aspirado a la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas, pero nos han denegado varias veces”.
“La última vez que nos plancharon fue el año pasado, que nos dijeron que había mal diseño y emplomado, y que los cuadros no decían nada. Uno se mortifica porque en el 2014 entraron 450 nuevos miembros a la ACAA y nosotros teníamos una obra avalada. Pertenecer a esa entidad nos hubiera facilitado registrar nuestra marca, y la adquisición de vidrios con el Fondo Cubano de Bienes Culturales”.
“Fuimos al Ministerio de Cultura y le dirigimos una carta al Ministro, contándole lo ocurrido y pidiendo una excepcionalidad para poder comercializar. Después de un año por fin nos permitieron inscribirnos en el Registro del Creador”.
“Aunque todavía siguen sin saber qué hacer con nosotros. En la Asociación Hermanos Saíz nos remiten a la ACAA, y allí nos dicen que hacemos arte, no artesanía, y por tanto no tenemos lugar con ellos.
Sin embargo, en el 2008 presenté mis cuadros en el Salón de artes visuales Fidelio Ponce y los rechazaron por ser artesanía. En el 2010 nos presentamos a la UNEAC y no nos aprobaron, y el año pasado insistimos y, extraoficialmente, nos dijeron que no nos habían aceptado. Seguiremos probando, creemos que allí tendremos sitio”.
Cualquier podría pensar que no vale la pena, o quedarse con la duda de por qué es tan importante para ellos obtener cualquiera de las membresías. Es que, cuando se vive en un país tan “institucionalizado” como Cuba, para mantener y hacer crecer un emprendimiento cultural es imprescindible estar “integrado”.
Nuestra aspiración es vender sin intermediarios. Ahora va al Estado casi el 50% de las ganancias.
“¿Qué nos falta? Mucho. Nos preocupa el futuro porque en Cuba no hay vidrio, ni siquiera en el ?Fondo?. Ya no nos sirve ir de casa en casa por pequeños vidrios, pues el diseño de los vitrales exige cristales grandes.
“Nos falta mejorar en la tecnología, para cuidarnos más de la contaminación por plomo, por ejemplo. Y la superación, pues la ayuda escasa viene de contados colegas cubanos, que heredaron mañas de sus antepasados; en Cuba el vitralista es un oficio familiar. Pero el extranjero, que es donde pasan más cosas, por ahora nos está vedado”.
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