El cochero sin látigo

El cochero sin látigo

15 / noviembre / 2015

Tiene 26 años y más anécdotas con mascotas que muchos ancianos. “Mi coche lo hice sin enganche para poner la fusta, porque no la uso ni pienso utilizarla”, cuenta Osvaldo Montero Pérez quien dice haber recibido críticas y burlas de sus colegas cocheros por esa actitud. La crisis económica y los problemas de transporte subsecuentes han llenado el país de coches tirados por caballos y también de escenas en la vía pública donde los cocheros azotan sin piedad a los animales, con tal de sacarle más rendimientos a los viajes y a la cantidad de personas transportada.

“Yo ando al paso de mi caballo, no tengo más apuro que nadie por llegar”, asegura “Osvaldito”, quien llamó a su caballo Pochola por un personaje de telenovela que al final de la trama se queda con toda la fortuna de su jefe. “Le puse así por afortunado, porque la yegua que lo parió casi se muere preñada y, sin embargo, nació él. ¿Cómo voy a maltratarlo si es casi mi mejor amigo?”, asegura.

Este transportista privado ejerce un oficio de fuerte raíz campesina, en el medio de una de las mayores ciudades del país, Camagüey, donde Osvaldo a veces queda como un “bicho raro” porque asume actitudes ‘civilizadas’ opuestas a tradiciones violentas.

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El maltrato a los caballos es muy frecuente entre los cocheros. Foto: Rogelio Serrano Pérez

“De niño viví en la finca de mi padrastro, Jose, que es como si fuera mi papá; a él siempre le gustó la cría. Heredó de su padre un caballo, Camarón, con el que se araba la tierra dándole solo voces de mando. Vivió los últimos años de su vida pastando en un potrero; tenía como 30 años cuando murió y Jose lo enterró. No dejó que se lo comieran las auras ni la gente, como hacen muchos dueños”, sigue con su hablar sencillo este joven de ademanes campesinos en plena ciudad.”

“Hay gente que ignoran el beneficio y la buena energía que los animales te transmiten. No tendrán intelecto, pero saben muchas cosas. Yo mismo monté en mi infancia a Florecita, una vaca huérfana que criamos. Le tocaba la ubre desde chiquitica y se agachaba, y yo me montaba arriba de ella y, ¡a caminar! No dejaba a más nadie hacer eso. ¡Me subía arriba de un animal cerrero! Creció, y no cambió conmigo; yo le tocaba las ubres y se echaba en el piso como si fuera un perro, y dejaba que yo me le montara arriba.”

“Ahora tengo en la casa una perra y dos perro, uno de ellos un cachorro dálmata que me regalaron. Mantenerlo no es fácil, y lo hago porque tengo la suerte de que mi hermana me ayuda desde Estados Unidos para comprar, por ejemplo, las vacunas, porque a ese ya le he puesto dos y cuestan 12 dólares cada una. La comida también está difícil, porque come carne roja. Duerme después que come, pero solo si le pongo su colchita, su agua al lado, ¡y hasta un ventilador, que si no, no duerme!”

Por esas atenciones no dejan de caer las bromas sobre Osvaldo, pero a él ni siquiera le interesan: “Me dicen que si le doy más atención al perro que a mi hija, que tiene unos meses de nacida. Las críticas han llovido, pero el perro me lo recompensa. Él ni se siente aquí en la casa, y apenas llego ladra y no para hasta que lo acaricio”.

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Foto: Rogelio Serrano Pérez

La conducta de un joven como Osvaldo (que dice mantener “la química con su caballo al punto de que solo la voz basta para entenderse con él”) contrasta a diario con los muchos abusos que sufren los animales en Cuba.

“Adonde vayas verás animales sueltos, llenos de pulgas, garrapatas, flacos… Debería haber leyes que castigaran a los que lastiman a las mascotas; eso hacen en muchos países. Aquí no sé si hay ley, pero si existe no se cumple. A mí me preocupó lo que me dijeron unas amistades, que en el zoológico de Camagüey les han echado para comer perros a los leones y pollitos a los monos. Yo veo eso muy mal, imagínate que los niños vean eso, le inculcas la agresividad y la crueldad.

“Para mí, las personas que no quieren a los animales no son seres humanos. El maltrato es la vía que encuentran algunos para sacar la violencia que llevan dentro, que quedan impunes. Eso no es de gente ‘humana’ –razona- porque amar a los animales es lo que nos hace más humanos”.

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Gabriela

Hermosa reseña, en nuestro país hacen falta muchos más Osvaldos.
Gabriela

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