Feria Internacional del Libro / Foto: Sadiel Mederos

Feria Internacional del Libro / Foto: Sadiel Mederos

El futuro del libro en Cuba

24 / enero / 2022

En febrero de 2020, después de haber merodeado por la Feria Internacional del Libro, recuerdo haber publicado un texto sobre el peligro de precipitar una transición al libro digital en Cuba en un momento en el que no había papel, pero en el que tampoco había un acceso generalizado a los lectores electrónicos, ni siquiera a los teléfonos inteligentes ni a las computadoras personales. Antes de la pandemia y del agravamiento de la crisis económica el libro en Cuba se encontraba en una situación preocupante: planes restringidos, tiradas pequeñas, escasa o nula promoción de los títulos y autores, librerías desabastecidas. Dos años después las cosas solo han ido a peor.

Conviene detenernos rápidamente en la estructura económica. El libro en Cuba constituye un producto subsidiado, dependiente de dos ministerios, el de Cultura (que se ocupa de las editoriales) y el de Industrias (la impresión se clasifica como «artes gráficas» dentro del departamento de Industria Ligera). Los presupuestos del Ministerio de Cultura no suelen ser tan problemáticos, porque a los escritores y a los editores se les paga en pesos cubanos. En cambio, el Ministerio de Industrias necesita divisas para importar materias primas, y es natural que se prioricen otras producciones más urgentes en medio de la escasez.

La industria del libro se ve muy afectada por esta partición en dos, porque es cierto que ahora mismo no es rentable, pero incluso si lo fuera seguiría teniendo las manos atadas: sus recaudaciones están absolutamente desconectadas de la posibilidad de reinvertir en impresión. La impresión de libros está administrativamente secuestrada por las contingencias de la producción de jabón y papel higiénico. Es como si la industria musical cubana dependiera del arbitraje del Ministerio del Transporte, y por mucho que se planificara un concierto la rotura de una locomotora pudiera paralizarlo; o como si el cine y la televisión compartieran presupuesto con el Instituto Nacional de Deportes, Cultura Física y Recreación, y una mala recaudación en los estadios de béisbol pospusiera un año la filmación de una serie televisiva.

No soy uno de los que le exigen a la industria del libro una rentabilidad a empujones. Me parece justo y evidente que el libro sea subvencionado. De lo que estoy hablando es de cómo se administran los recursos que se tienen: no está mal que el Estado pague por los libros, pero lo ideal es que los libros no dependan solamente del Estado. Porque cuando hay una crisis económica, como ahora, el sector permanece detenido, y me atrevo a decir que en peligro de morir o de quedar irreversiblemente dañado.

¿Qué se estaba imprimiendo en Cuba antes de la llegada de la pandemia? ¿En qué cantidades? La Feria del Libro de 2020 no solo fue triste por los libros que no se imprimieron, sino por los que se terminaron imprimiendo: la prioridad era dar una gigantesca palmada en la espalda al país invitado (por sus implicaciones geopolíticas), la prioridad no eran los lectores. Si terrible es la absoluta dependencia del libro a la subvención del Estado, todavía es más terrible su dependencia a un único evento atropellado y carnavalesco, que deja desierta la vida editorial del resto del año, la Feria del Libro. La idea detrás de la Feria del Libro en el fondo es retrógrada y despreciativa: los lectores cubanos solo compran libros una vez al año, así que hagamos un gran evento en el que acabemos con el asunto de una vez y por todas.

Alguien puede argumentar que la culpa no es de la Feria del Libro en sí, que el objetivo es que siga existiendo la Feria y que además haya una vida editorial durante el resto del año; pero cualquier persona que haya administrado un presupuesto (incluso un niño que recibe una mesada) sabe que a menudo hay que elegir o una cosa o la otra. A menos que se duplique el presupuesto (cosa que no va a pasar), hay que elegir entre tener un único gran evento anual en todo el país y una vida editorial fluida el resto del año.

En términos prácticos, ¿a qué me refiero? Para empezar, a que los planes de las editoriales se hacen de manera anual en función de la Feria del Libro. Mientras que en otros países el tiempo que transcurre desde que el escritor entrega el manuscrito al editor, hasta que el libro llega a las librerías es de cuatro o cinco meses, en Cuba dura años. Un «metabolismo» tan lento no puede satisfacer las demandas de consumo. Los escritores no pueden seguirle el ritmo a sus lectores ni viceversa.

Hay hoteles que se han construido más rápido en Cuba de lo que un texto terminado ha llegado a las manos de su lector. Lo otro es que los libros más solicitados por el público (esperados por años, literalmente) se agotan en la Feria del Libro, sin esperanzas de reimpresión a mediano plazo (cortesía de la dependencia de la Industria Ligera), y solo llegan a las librerías los libros que nadie quiere. Y no me refiero a las tres o cuatro librerías más o menos abastecidas de La Habana Vieja y el Vedado. Me refiero a las librerías periféricas, las de los demás municipios, las de las demás provincias; esas librerías que solo tienen en sus estantes libros de hace cuatro o cinco o diez años que nadie ha querido comprar. Me refiero a las únicas librerías a las que puede acceder el 90 % de los lectores cubanos.

Desde luego, las ferias del libro no fueron un invento del Instituto Cubano del Libro. Existen incontables alrededor del mundo, sin que por ello la vida editorial del resto del año se vea interrumpida. Lo que sucede es que durante el resto del año las librerías organizan lecturas y presentaciones de autores al menos un par de veces semanales, sacan novedades, tienen ambientes acogedores, a veces venden café y dulces. Constituyen por sí mismas espacios de socialización. Sin mencionar las campañas efectivas en redes sociales para capturar nuevos clientes.

Las librerías cubanas (salvo unas poquísimas excepciones) no hacen lecturas ni presentaciones, no cuentan con recursos como para invertir en buenos estantes ni en buena iluminación, y no tienen presencia en redes sociales. No es culpa de los libreros, es culpa de la estructura. Tampoco es culpa necesariamente de que las librerías sean estatales (no estoy proponiendo una privatización, que en última instancia solo devendría en una liquidación de los espacios). Es culpa de que pertenezcan a un sistema centralizado y rígido que contempla los libros como si fueran cajas de fósforos. En un sistema en el que los libros son subsidiados en su totalidad, las librerías deben a la vez ser subsidiadas por el Estado, lo cual las convierte en aburridos repositorios, en museos en los que el público puede ver qué cosa nadie compró en las ferias del libro de los años anteriores.

Repito: no estoy diciendo que se deban eliminar los subsidios del Estado a los libros, lo que digo es que editoriales y librerías deberían poder contar con otros ingresos adicionales. Las reformas económicas de los últimos años han dado en apariencia más libertad a las editoriales, pero esa libertad sigue estando limitada: 1) los planes se subordinan a los del Instituto Cubano del Libro y a su gran evento anual, la Feria, y 2) la impresión sigue quedando fuera de sus manos, una vez que responde a un ministerio distinto y a una asignación de divisas que es independiente de las ventas de los libros. Las reformas lo único que han hecho, en todo caso, es exigirle a las editoriales ser más rentables sin ofrecerles las herramientas para que lo sean. Es decir, sin dejar que una editorial pueda decidir si quiere publicar un libro en particular en los próximos meses, y si tiene éxito, reimprimirlo al instante para que llegue a más lectores.

Esa es la razón por la que en Cuba ya no existen fenómenos editoriales, porque un gran éxito de crítica y de ventas no se ve correspondido con reimpresiones y reediciones. Lo que sucede es que un libro gana un concurso literario, se imprimen mil ejemplares, y no se vuelve a ver su título en ninguna parte, nunca jamás. ¿Cuándo fue la última vez que se reimprimió un Premio Carpentier? ¿O un Premio Uneac? ¿O un Premio David? ¿O un Premio Calendario?

Queda claro que quizá solo uno de veinte premios Calendario merezca reimprimirse, pero debería existir esa posibilidad. La estructura está hecha para que la literatura nacional sea un mosaico de tiradas por compromiso entre instituciones (la Uneac, la AHS, el Instituto Cubano del Libro, la UJC…), de las cuales las editoriales constituyen apenas intermediarias. En muchos casos, las editoriales cubanas son solo gremios que las instituciones contratan para editar los textos que ellas han decidido previamente publicar. La labor de gestión editorial en sí la estarían haciendo (mediante diferentes mecanismos, con frecuencia ineficaces) las organizaciones e instituciones, y para los editores quedarían solamente las decisiones sintácticas y ortográficas.

Para que el sector del libro florezca en Cuba se deben dar una serie de condiciones. No basta con una lenta recuperación de los demás sectores económicos. Las editoriales deben tener una tasa de cambio que les permita importar el papel que deseen. Las divisas para la impresión de libros no deben ser una asignación central que de hecho termine en un ministerio diferente. Las editoriales deben tener autonomía en sus planes de publicaciones con respecto a los intereses de otras instituciones, salvo casos específicos (libros de texto, etcétera). Las editoriales y las librerías deberían ser capaces de vender ciertos títulos en precios competentes en el mercado (los precios que a fin de cuentas manejan las librerías de uso: las únicas que funcionan), para no depender de la benevolencia y de la arbitrariedad de la subvención. Las librerías deberían reinventarse como espacios y podrían usarse nuevas opciones de distribución hasta ahora inexploradas.

Tal vez parezcan demasiadas condiciones, en campos demasiado disímiles, además, pero es eso o que escritores, editores y lectores nos sentemos a esperar a que Cuba tenga un despegue económico tal que se permita derrochar dinero subvencionando novedades literarias en tiradas masivas. La primera opción es difícil, pero la segunda luce todavía más lejana e improbable. Mejor luchar por una cosa difícil que dependa de nosotros que esperar una fácil que dependa de otro: esa ha sido la enseñanza que al parecer no hemos aprendido.


EL TOQUE ES UN ESPACIO ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LAS OPINIONES DE SU AUTOR, LAS CUALES NO NECESARIAMENTE REFLEJAN LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.


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Osvalso S. Reina Rodríguez

Critico y real lo expuesto por Erik. Solo falta la receptividad.
Osvalso S. Reina Rodríguez

Rodolfo Alpizar Castillo

Excelente análisis y excelentes propuestas.
Rodolfo Alpizar Castillo

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