Vista de la terminal de cruceros de La Habana. Foto: Angel Marqués Dolz

Vista de la terminal de cruceros de La Habana. Foto: Angel Marqués Dolz

El silencio de los cruceros: ¿hay vida después del 5J?

7 / agosto / 2019

Esto es una captura de pantalla del 6 de junio de 2019: No se escucha el silbato de los policías de tránsito dando paso a la recua de turistas que salía desbocada de la aduana. Las coloridas habaneras cuchichean en las esquinas para no aburrirse y han guardado sus cuadernos los caricaturistas y los músicos enfundado sus guitarras. En la Plaza Vieja, los bartenders se miran la punta de los zapatos y los descapotables de relumbrón, lustrados hasta el vértigo cromático, ruedan fantasmales al no tocar el claxon por la Avenida del Puerto. Apenas si hay clientes que cazar.

La voz de contralto de la más famosa vendedora de maní de la ciudad, cuya tesitura puede competir con una tormenta de truenos, se presume en reposo aprovechando el exiguo mercado. “Esto está de velorio”, dice lapidario un periodiquero que solía colarse entre los turistas, con más maña que éxito, con el Granma en la mano, mientras el bus de dos pisos para recorridos por la capital pasa con cuatro gatos a bordo.

De la noche a la mañana, el manotazo de Donald Trump a las líneas estadounidenses de cruceros hizo de la bulliciosa, variopinta y movida Habana Vieja una postal desabrida a la que han pintado con silencio, mostrando la capacidad punitiva de Washington sobre las dinámicas de una ciudad y de un país. A poco más de cuarenta días del parón, OnCuba fue en busca de otra captura de pantalla.

Emprendedores bajo presión

“Esto está peor”. Parada en la esquina del hotel Ambos Mundos, donde Hemingway escribió sus primeros relatos en Cuba, una vendedora de chiviricos vocea desganada su mercancía. “Los que venían en los cruceros, unos más que otros, gustaban probar los productos cubanos y uno más o menos sobrevivía”. ¿Pero no hay turistas por aquí? “Sí, los que vienen de Varadero. En los hoteles hay muy pocos. Este está vacío”, dice, señalando el Ambos Mundos.

La conversación se corta. Una familia española pide cinco conos. “Dios aprieta, pero no ahoga”, se reconforta la chiviriquera después de agradecer a los visitantes, cuyas bocas crepitan jubilosas.

La suerte no se prodiga pareja esta tarde. En la Feria de Publicaciones y Curiosidades, en la calle Baratillo, dos jóvenes espantan con chistes el aburrimiento y el calor sofocante. En su mesa de ofertas hay una colección de viejos relojes, algunos soviéticos, y una miscelánea de objetos decorativos o de dudosa reutilización. Se quejan de estar enclaustrados entre cuatro paredes y de haber perdido la privilegiada posición de la Plaza de Armas por orden del gobierno. “Había algunas indisciplinas”, reconocen.

¿Hace la diferencia la retirada de los cruceros?

“No. La diferencia la hace habernos pasado para este lugar”, responde uno de ellos.

“Antiguo Testamento y Nuevo Testamento”, calza el otro, burlón.

Coinciden en que “se siente demasiado la ausencia de los cruceros”, pero su falta hubiera sido compensada en la concurrida Plaza de Armas, la primera construida por la metrópoli española en 1520.  “Teníamos a los clientes que pasaban por ahí. Los guías los llevaban. Aquí, aunque los impuestos son más bajos, vendemos de casualidad algunos libros, posters, cosas así, pero ningún guía entra por esa puerta”.

¿Entonces los americanos se evaporaron?

“Ahora del yuma (Estados Unidos) solo pueden venir en vuelo directo”.

“Hasta que a Donald Trump le dé la gana… Hace falta que deje el arrebato ese”.

Feria de curiosidades. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Feria de curiosidades. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Ambos vendedores olfatean una segunda reubicación. Esta vez en los almacenes San José. Son una extensa área de naves techadas en la margen oeste de la bahía, donde se agolpan cientos de comerciantes de artesanías, ropa y calzado incluidos, y obras de artes plásticas.

“Si nos mudan para los almacenes nos vamos a morir de hambre”, vaticina el menos optimista de los dos. “Sin cruceros, ahí la gente está chillando goma (irritada) y el impuesto es mucho más alto.”

“Pero somos un pueblo enérgico. Vamos a sobrevivir”, asegura, zumbón, el entendido en asuntos bíblicos.

Caballos y taxis. Yerba y gasolina

A unos metros, en la misma Baratillo, Juan Goicochea –así lo acredita el solapín que cuelga de su camisa– lanza unos baldes sobre los adoquines de la calle. El agua corre debajo de los cascos de su alazán. Es brioso y da unos pasos hacia atrás, haciendo entrechocar los coches aparcados. “Sooooo, caballo!!!” ordena Goicochea, uno de los cocheros de la piquera.

¿Los animales sufren también la crisis?

“No. Ellos se alimentan bien por sus dueños. Primero dejamos de comer nosotros que estos bichos”.

La economía del gremio sangra por la herida. “Los que estamos en el mundo de los caballos decimos que el chofer de un taxi, cuando no trabaja, el carro ni produce, ni gasta. Nosotros, sin embargo, gastamos todos los días porque el caballo come todos los días.”

Goicochea y los demás tienen que pagar un mínimo de ocho CUC diarios en impuestos. “Hagas o no hagas y la cosa está apretada con el lio de los cruceros”, dice este ex guajiro bien plantado, cercano a la media rueda, que antes del cinco de junio hacía hasta tres recorridos por jornada, a 15 ó 20 CUC cada uno.

Según cuenta a OnCuba, ahora hay cocheros que “nos vamos dos y tres días en blanco”, confirmando que vive la peor temporada de su negocio debido, además, a la competencia: “Años atrás éramos los coches de caballo, los Cocotaxis y los taxis del Estado. Hoy somos los coches de caballo, la guagua de dos pisos –BusTour–, los Cocotaxis, los taxis, los descapotables, los bicitaxis y hasta las bicicletas y es la misma vaca, lo que le agregaron terneros”.

Coches ociosos en la Habana Vieja. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Coches ociosos en la Habana Vieja. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Frente a la piquera equina, un dependiente de la taberna El Galeón, una tienda especializada en rones, habanos y café, revisa su móvil. No tiene nada mejor que hacer. “La merma de turistas es de 95 por ciento”, contabiliza.

Antes del cese de los viajes, las ventas no paraban desde la apertura a las 9 de la mañana hasta el cierre a las 6 de la tarde. Reportaban unos 6 mil CUC al mes y los pedidos al almacén sumaban hasta tres en la semana. A la fecha, los inventarios han crecido una enormidad. Llevan casi un mes sin solicitar mercancías y las ventas no rebasan los 500 CUC. “Ahora mismo, mira donde estoy sentado”, dice para demostrar su ocio bajo la capota de uno de los coches aparcados.

Optimistas a cielo abierto

Inaugurado en 2012, el bar restaurante Nao –embarcación grande de vela, en especial las antiguas con castillo de proa– ha conocido tiempos mejores. Vivió la euforia por la visita de Obama, tan solo a unos metros, en la lluviosa tarde de su llegada a la Plaza de Armas acompañado por el historiador de la ciudad, Eusebio Leal.  Pero a las 4:00 pm del 15 de julio de 2019, tres años después, no hay un parroquiano en Nao y Palma, el más antiguo de los meseros, se cruza de brazos apoyado en una de sus columnas.

“Obviamente se ha sentido el bajón, pero no obstante a las restricciones que tienen los americanos para venir a Cuba, siguen viniendo, no sé cómo se las arreglan. Por supuesto que menos.”

Palma no es de lo que anticipan la derrota antes del combate. Con los cruceros “a todo meter”, el negocio mantenía dos o tres mesas ocupadas, el grupo musical amenizando y el flujo de caja oxigenándose con algunos cocteles. “Eso seguro lo vuelves a ver a partir de noviembre y hasta febrero”, pico de la temporada alta en Cuba, asegura el mesero.

Bar restaurante Nao. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Bar restaurante Nao. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Un toque de realpolitik le hace admitir que “es muy difícil convivir en este mundo fajao con estos locos”. Luego, compensa. “Lo que no podemos perder es la esperanza. Desde allá, Donald Trump nos ha bajado el salario a todos, increíblemente. Por aquí subiendo los salarios y por allá, lo contrario, para que tú veas cómo es la vida”.

El optimismo no es un personaje secundario en estas historias. Eso explica porque Brian no se rinde y, menú en mano, está al acecho de algún turista en los bajos de La moneda cubana. “A veces no ves a ninguno en toda una mañana”, advierte.

Ubicado en uno de los accesos a la Plaza de La Catedral, este restaurante privado gozaba de gran popularidad entre los cruceristas. En una hora asimilaba hasta 250 comensales a la vez. Desde el entrante, hasta el postre. Incluso, si algunos eran intolerantes a la lactosa o al gluten.

“El vacío que dejaron (los cruceros) se siente en toda la Habana Vieja y se seguirá sintiendo por un tiempo. Hemos tenido que hacer nuevas estrategias para poder seguir trabajando y no tener que expulsar a nadie”, dice Brian. Confía en que a partir de octubre suban los arribos de turistas, sobre todo europeos, aunque teme que Estados Unidos reduzca o corte los vuelos a la isla. De cualquier manera, el establecimiento “sobrelleva la situación al tener mucha experiencia” de gestión ante coyunturas adversas. En 2014, el establecimiento fue distinguido con el International Quality Summit Award, de Nueva York.

Brian a la entrada del restaurante La moneda cubana. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Brian a la entrada del restaurante La moneda cubana. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Un ícono en apuros

La onda expansiva de las sanciones estadounidenses hace diana en uno de los iconos de la ciudad: La Bodeguita del Medio.

Fundada oficialmente en 1950 y célebre durante décadas por acoger a escritores, artistas y políticos, desde Neruda y Hemingway, hasta Allende y Fidel Castro, la casa de comida criolla es uno de los destinos de Habanatur, una empresa dedicada a paquetes turísticos.

“Mensualmente atendíamos entre 1.200 o 1.300 clientes. De ellos, poco más de mil lo traía Havanatur y en el mes de junio fueron nada más que 130 clientes los que trajo Havanatur, que era la que se encargaba de los cruceros”, desmenuza Leticia, la comercial del restaurante, en medio del bullicio y la música en vivo.

Ahora están en conversaciones con otros turoperadores y estiman que los canadienses, que se habían hecho a un lado por el empuje de los estadounidenses, podrían regresar al mítico establecimiento tapizado de firmas hasta el tope.

“Con Obama habíamos mejorado y ahora va para atrás todo. Pero nada, antes no venía el crucero y había turismo y salíamos adelante… Al final esta casa se vende sola”, afirma convencida la funcionaria.

La Bodeguita del Medio. Foto: Ángel Marqués Dolz.
La Bodeguita del Medio. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Una muralla con doble bloqueo de fondo

Hace un año que un tramo del acceso de la Plaza de Armas a la Plaza de la Catedral está cerrado. Una tapia de zinc impide el paso y cerca el perímetro donde se desentierra un segmento de la llamada muralla de mar, construida en las primeras décadas del siglo XVII de forma paralela a la Muralla de Tierra para guardar a la ciudad de los ataques de piratas y corsarios.

Los atrasos de tal rescate arqueológico han convertido el área en un paraíso para zancudos y otras sabandijas no menos peligrosas. La valla, a su vez, desvía el curso natural de los visitantes y estrangula los negocios apostados en la calle Tacón que colindan con la zona segregada.

“Hoy mismo no hemos vendido nada y tenemos que pagar nuestros impuestos.  La ONAT (oficina fiscal) no ha tomado nada de eso en cuenta, no solo porque no hay cruceros, sino porque no ha tomado medidas con relación a esto aquí”, se queja enfático el dueño de una tienda de souvenirs.

Para captar el mercado que se les escapa en las narices, a veces trasladan alguna mercancía a unos cien metros del negocio, por donde pasan los turistas. Es una acción no permitida por las férreas ordenanzas que norman la iniciativa privada. “Entonces nos aplican la multa de doscientos pesos”, denuncia el emprendedor.

“Tenemos aquí varios bloqueos: el de Trump, la calle cerrada y las multas que nos aplican los inspectores”, refuerza, por su parte, otro de los vendedores, mientras su colega grita ¡¡¡hello, hello!!! al ver pasar una fila de turistas que se pierde irremediablemente por la bocacalle.

Contigua a las vendutas particulares, queda La Guayabera, una tienda especializada en esa prenda típica, que es una de las marcas-país de Cuba. Recientemente remozado, el negocio estatal corre igual suerte que los privados.

Tranque en la calle Tacón. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Tranque en la calle Tacón. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Una puñalada al turismo. El estado saca cuentas

Los cruceros habían eslabonado un encadenamiento productivo que hidrataba las, por momentos, tensas y resecas finanzas de los negocios. Privados y estatales. Peseteros y encopetados. Pequeños y grandes. Este año era especial: se esperaba el arribo de un millón de cruceristas.

Según una proyección realizada por el Consejo Comercial y Económico EE.UU-Cuba, la isla obtendría en el período 2017-2019  ganancias por 64 millones de dólares por gastos corrientes de los cruceristas, y otros 19 millones por  concepto de tasas portuarias.

Todo comenzó en mayo de 2015, cuando el Fathom Adonia de Carnival Cruise, con 700 pasajeros, atracó en la bahía de La Habana. Era una de las fichas de oro de la política de Obama que algunos compararon con un caballo de Troya: exportar turistas, en su mayoría curiosos, pródigos y amigables bajo una socapa irreprochable:  people to people.

En poco más de tres años, llegaron a operar 17 compañías de cruceros con 25 barcos y hasta se creó una empresa mixta entre la corporación turca Global Ports Holding, la mayor operadora mundial en el sector, y la firma cubana Aries, con el fin de ampliar, en el puerto habanero, hasta seis las terminales para el año 2024.

La euforia era tanta que el magnate británico Richard Branson, fundador de la corporación Virgin Cruises, calificó a Cuba como un país fantástico y anunció que le gustaría que sus nuevos barcos estilo boutique hicieran escala en la isla.

El pasado año La Habana fue nombrada el mejor destino y puerto de cruceros en el Caribe occidental y la Riviera Maya, según los resultados de un concurso internacional, dados a conocer por Cruise Critic.

Si el proyecto estratégico era convertir a la mayor isla del Caribe en el ombligo del crucerismo en la cuenca, Trump ha retrasado el reloj de esa iniciativa.

Obama en el taller de Ares. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Obama en el taller de Ares. Foto: Ángel Marqués Dolz.

El parón de todos los viajes a Cuba con aviones privados y corporativos, cruceros, veleros, barcos de pesca y otros aviones y embarcaciones similares, obligó al gobierno a recalcular a la baja el arribo de turistas. Ahora podría ser de 4,3 millones en lugar de los 5,1 millones estimados, un 10% interanual menos.

La suspensión de los cruceros afectará a “más de 560.000 estadounidenses en lo que resta de año”, contabilizó ante el parlamento el ministro cubano de Turismo, Manuel Marrero.

Incluso, el efecto dominó de las sanciones se está expandiendo a los vuelos comerciales entre las dos naciones, reanudados en 2015. “De hecho, se han anulado varios grupos de visitantes que viajaban a la isla vía aérea bajo la misma licencia de viaje”, precisó el titular. Además, agencias turísticas como Expedia Group, Hotelbeds USA y Cubasphere han sido multadas por sus operaciones en el país caribeño.

Para complicar más las cosas, varias plataformas turísticas han retirado muchos de los hoteles listados y se prevé que ocurra algo similar con instalaciones que pudieran estar en el radar de las reclamaciones amparadas por el Título III de la Ley Helms-Burton.

Paolo Spadoni, profesor de la Universidad estadounidense de Augusta, estimó que con el veto a la categoría de viajes people to people, “ahora la vía más fácil para los estadounidenses venir a la Isla es con la de apoyo al pueblo cubano, pero me imagino que en el corto plazo habrá un control muy fuerte sobre ese tipo de viajero”.

“Mucha gente no sabe que el turismo está prohibido, porque está codificado en ley, eso ni Trump lo puede quitar, tiene que ser el Congreso”, explicó Spadoni, un estudioso de la economía cubana por más de 30 años.

Cándidos personajes y un fantástico golpe de Estado

La manisera ha vuelto a las andanzas esta tarde. Se le escucha a varias cuadras a la redonda. No quiere que le tomen fotos y se cubre el rostro con un abanico. “Si me tengo que regalar, no salgo de mi casa”, amonesta con gracia al fotógrafo.

En una calle paralela, La Condesa está sentada junto a un par de amigas en un quicio de Mercaderes. Comadrean. De presunta identidad trans y una estatura de basquetbolista, es la atracción de muchos, sobre todo cubanos, que examinan su extravagante teatralidad. Ella integra el elenco de personajes caricaturescos de la zona colonial de la urbe. Hace unos años, hubiera sido un escarnio. Ahora, una creciente sensibilidad post homofóbica la salva del trance.

La Condesa. Foto: Ángel Marqués Dolz.
La Condesa. Foto: Ángel Marqués Dolz.

“La Habana sin cruceros no es nada. Lo veo algo como fuera de lo común, fuera de la fisonomía de la ciudad”, dice con un toque de aspaviento. Hoy no ha logrado que ningún turista le deje “caer algo” y está loca por comerse una pizza de quince pesos. Son más de las dos de la tarde para “irse en blanco”.

“Hay muy pocos extranjeros. Están viniendo de Viñales, de Matanzas, y eso son los que están colaborando aquí. Muchos mexicanos.”

La Condesa mira otra vez hacia la esquina. Está ansiosa. Se prepara para hacerse notar ante dos turistas que se aproximan. “Lo que hace falta es encontrarme un hombre que me saque de aquí, para yo ejercer mi título de condesa en otro país”, exclama con sorna y tira un meneíto.

Plaza de San Francisco. La figurante comparte el banco con el Chopin de bronce regalo del escultor polaco Adam Myjak. La escena sugiere una intimidad improbable. Hace rato nadie pasa cerca del banco. El último fue un joven trovador al que filmaban presuntamente para un video promocional. Al terminar, la directora de la performancepone dinero a la figurante. La fotocopia de un billete de dos dólares estadounidenses –el de la suerte– asoma de la máscara que hace de hucha. Es un ardid que invita a ser pródigos.

¿Hay un antes y un después sin los cruceros?

Mutis. A la obviedad ella responde con un delicado gesto de fastidio y muestra un girasol. El amarillo intenso de la flor resalta con el ocre de su vestimenta. De a poco, las gotas de sudor, resbaladizas, han comenzado a arruinar el tizne de su rostro que pasa por broncíneo. Quedan solos otra vez. Ella y el gran músico romántico. Ambos en silencio, ambos bajo el sol. Es difícil saber el significado de la languidez en los ojos claros de esta estatua viviente. ¿Resistencia? ¿Resignación? Hay más de 32 grados a la sombra.

Chopin y la figurante. Foto: Ángel Marqués Dolz.
Chopin y la figurante. Foto: Ángel Marqués Dolz.

A unas cuadras de la plaza, vive doña Eulalia. La llaman así, pero nadie sabe el verdadero nombre de esta anciana pecosa como sacada de un daguerrotipo. Cuentan que su familia, que vive en un pueblito al sur de la ciudad, suministra semanalmente frutas y cítricos para ventas furtivas a los turistas de ocasión. Ella los coloca con gracia en el poyo de su ventana. Un pintor diría que es una naturaleza muerta.

“A veces eran tantos [los turistas] que a ratos me parecía que yo era la que estaba en otro país, que la extranjera era yo…Qué cosa, no?”, dice mostrando unos mamoncillos espléndidos, delante de unos mangos rojizos y saludables.

“Algunos se los regalaré a mi vecina. Ya casi nadie pasa por esta calle”, lamenta y luego de un suspiro, susurra el plan maestro, digno de un desmelenado John le Carré, que hubiera puesto fin a su infortunio y el de muchos en la isla:

“Obama tenía que haber dado un golpe de Estado”.

¿Dónde? ¿Aquí?

“Nooo… ¡Allá!”.

 

Este texto fue publicado originalmente en OnCubaNews y su autor es . Se reproduce íntegramente en elToque con la intención de ofrecer contenidos e ideas variadas y desde diferentes perspectivas a nuestras audiencias. Lo que aquí se reproduce no es necesariamente la postura editorial de nuestro medio.

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