Hace más de 20 años, cada 17 de diciembre, Lazarito viaja desde Viñales hasta el Santuario Nacional de San Lázaro (conocido como El Rincón) para rendir tributo al santo al que miles de cubanos veneran con devoción. En la tradición católica, lo llaman San Lázaro; en la religión yoruba, Babalú Ayé. Pero más allá de los nombres, las religiones y los credos, todos coinciden en reconocer su grandeza y misericordia.
La diferencia en los nombres proviene del sincretismo religioso cubano, una mezcla entre el catolicismo traído por los colonizadores españoles y la religión yoruba, introducida por los africanos esclavizados en la isla. La fusión espiritual ha hecho de San Lázaro un símbolo unificador de la fe en Cuba.
Existen tres Lázaros. Está San Lázaro de Betania, el que murió y fue resucitado por Cristo, el del santoral católico. Luego está el Lázaro mendigo, el Viejo representado con muletas y que va acompañado por perros que le lamen las llagas. Y después está Babalú Ayé, el rey yoruba que se convirtió en Orisha. Los tres Lázaros están sincretizados en uno en la devoción de los cubanos.
«Estoy aquí cumpliendo una promesa por mi hija que no caminaba. En este momento, ella tiene 35 años y camina desde hace 20», cuenta Lazarito mientras se prepara para un recorrido que comenzó el 15 de diciembre y culminará el 19. Aunque la celebración principal ocurre el 17, muchos devotos comienzan a prepararse días antes, en un acto de fe que trasciende las generaciones.
Durante los días previos a la celebración, los devotos visten ropa confeccionada con tela de saco, combinada con colores púrpuras, símbolos del dolor y la penitencia. En las calles, se hacen procesiones con imágenes del santo, mientras los peregrinos recolectan monedas que, según la tradición, son donadas al Santuario El Rincón y al Hospital Dermatológico Guillermo Fernández Hernández-Baquero, conocido por su vínculo histórico con el antiguo leprosorio de San Lázaro.
«Nosotros no somos limosneros, somos peregrinos del viejo Lázaro», explica Lazarito segundos antes de echarse al suelo para arrastrar una piedra hasta el altar del santuario. El gesto, lleno de simbolismo, refleja la fe de los devotos, quienes en ocasiones realizan actos de sacrificio extremo: caminar descalzos largas distancias, arrastrarse por el suelo o avanzar de rodillas hasta los pies del santo.
Al santuario acuden creyentes de todo el país para rendir tributo, cumplir promesas y pedir salud, tanto para ellos como para sus familiares. Muchos devotos llevan sus mascotas hasta el altar para que reciban la bendición.
La devoción a San Lázaro no se limita a Cuba. Los cubanos en el exilio han mantenido viva la tradición, especialmente en Miami, donde se celebra una de las mayores concentraciones de fe en honor al santo. En Hialeah, el Rincón de San Lázaro se convierte cada 17 de diciembre en el punto de encuentro de cientos de personas que buscan mantener la conexión con sus raíces espirituales y culturales.
La Iglesia del Rincón de San Lázaro en Miami es un lugar emblemático para la comunidad cubana, y en donde se replica el fervor y los rituales que se realizan en El Rincón de Cuba. Devotos vestidos de púrpura, algunos descalzos y otros cargando imágenes del santo, acuden a este templo para encender velas, presentar ofrendas y participar en misas especiales. Al igual que en la isla, muchos fieles cumplen promesas que incluyen sacrificios físicos, como caminar largas distancias o realizar penitencias. En Miami, los devotos también hacen ofrendas monetarias y la recaudación se destina a obras benéficas locales, lo cual refuerza el papel comunitario de la tradición. Al igual que en Cuba, el sacrificio personal y el fervor de los devotos son el motor que mantiene viva la fe en San Lázaro.
El día de San Lázaro se convierte en un acto colectivo en el que los cubanos buscan consuelo y milagros para sus vidas. En un país donde las dificultades económicas y sociales son parte del día a día, la devoción representa un refugio espiritual y una forma de mantener viva la tradición. La figura de San Lázaro, con sus muletas y sus fieles perros, sigue siendo un símbolo de sanación, resistencia y gratitud. Para miles de cubanos como Lazarito, el viaje hasta El Rincón no solo es una tradición, sino también una expresión que alimenta el espíritu y conecta a generaciones enteras con una creencia común: el poder de los milagros.
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