Ya casi todo estaba cuadrado, y yo no podía estar más feliz.
Reparar al “menudeo” en casa es, como se dice, “trabajar pal inglés”; porque yo vivo en el barrio Manopla —famoso en Bayamo por su legendaria “guapería”— donde la gente lo piensa para dar diez pesos porque le arreglen el mando del televisor. Por eso, casi todos los años, trato de establecer un contrato con alguna empresa estatal, que pueda, realmente, pagarme una suma de dinero que justifique un trabajo tan complejo.
Pero si difícil es reparar equipos, montar redes de datos, o cambiar la infraestructura eléctrica de un objeto de obra, más lo es convencer al director de una empresa estatal a que contrate un trabajador por cuenta propia.
Yo pensé que había dado en el clavo con mi última gestión, pero cuando llamé al informático del cliente —mi contacto en este caso—, para confirmar la intención de firmar el contrato, me dijo:
—Qué pena contigo, mi socio… pero ahora el director no quiere saber de cuentapropistas.
—Pero, ¿de un día para otro? —le pregunté asombrado.
—Sí, compadre… parece que alguien le metió ruido en el sistema. Disculpa, mi hermano, tú sabes cómo son estas cosas.
Y, en efecto, yo pregunté por preguntar. En Bayamo, y me imagino que en gran parte del oriente del país, todavía los trabajadores por cuenta propia (TCP) son mirados con mucho recelo. Varios pueden ser los motivos que lleven a un director a “no querer saber” de un cuentapropista: desinformación, indicaciones “de allá arriba”, miedo, indolencia o desidia, e incluso auditorías como consecuencias de pagos anteriores a TCP, que les parezcan excesivos a sus instancias superiores. Casi nunca se miran los casos en que las empresas pagan miles a otras por trabajos que se hacen mal, o nunca se hacen.
En este asunto hay mucha tela por donde cortar, muchas leyes “de manigua”, indicadas por los gobiernos locales. Por ejemplo, no contratar trabajos singulares por más de 10 mil CUP es una “recomendación” del gobierno, pero que muy pocas empresas se atreven a violar. También piden carta, al propio TCP interesado, firmada por TODAS las empresas que presten el servicio que él está ofreciendo, explicando que ellas (las empresas estatales) no pueden brindarlo en ese momento.
Está de más decir que ninguna entidad estatal firma dicha “carta” para un cuentapropista que, aunque legalmente esté reconocido como una persona jurídica, con los mismos derechos que una empresa o cooperativa, generalmente se presenta como un muchacho sudado en bicicleta, con un montón de papeles bajo el brazo, al que nadie le hace mucho caso.
Estas limitantes, unidas al mal rato y a todas las carreras que hay que dar en el banco, si es que por fin logras firmar, trabajar y cobrar, contradicen el llamamiento del Presidente Raúl Castro, de mirar a los trabajadores por cuenta propia como un factor genuino y beneficioso dentro de nuestra sociedad.
La fragilidad del TCP, expresada de esta manera, me ha hecho cuestionarme si yo podría demandar a una entidad estatal si no honrara sus compromisos contractuales conmigo… y si alguien abrazaría mi causa.
Hay que hacer salvedades, existen empresas con directores valientes, de mente abierta —generalmente, jóvenes—, que sí le dan espacio al trabajo por cuenta propia bajo su responsabilidad; pero, en el caso de Bayamo, son la minoría. El resto prefiere observar, impasible, como se le derrumba la pared antes que contratar una brigada de construcción no estatal.
Colgué el teléfono con cierta desesperanza, porque uno nunca se acostumbra al fracaso, más si no depende del esfuerzo personal y está marcado por el estigma de una pregonada igualdad que dista mucho de serlo. Sin embargo, con la misma salí a la calle, a buscar un nuevo cliente; porque si hay algo que no podemos hacer los jóvenes emprendedores es cansarnos.
Loma arriba, pedales en movimiento y preforma de contrato bajo el brazo, hoy sigo buscando a ese director que sí quiera saber de mí. Estoy seguro de que, con algo de suerte y tiempo, lo encontraré posiblemente en alguien de mi generación, que quiera ver a su empresa, a su ciudad y a su gente en esa prosperidad que tanto se anuncia por televisión.
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