Imaginemos una isla en la que hay un banco y es el único que vende divisas a sus habitantes (en cantidad suficiente para abastecer la demanda). Así, cuando Juan, un residente más, quiere comprar USD y necesita saber el precio, consulta la información que publica este banco. No hay misterio para el isleño.
Bien por Juan, que tiene suerte de vivir en esa imaginaria isla.
El mundo normal
En realidad, muchos países similares a la isla de Juan no tienen bancos que emitan divisas ni autoridades monetarias con instrumentos capaces de abastecer a plenitud el mercado cambiario (como sí hacen en la mencionada tierra ideal).
Para dar respuesta a esa realidad, cuando se trata de países no ideales pero sí «normales», las autoridades no se encaprichan en tener el monopolio de propiedad sobre la oferta de divisas y dejan, por cuestiones prácticas, que sea cosa de privados ese mercado (aunque algunos gobiernos no abandonan mecanismos para evitar que se descarrile este último).
Entonces, la oferta de divisas recae sobre las casas de cambio (CdC). Estas suelen ser intermediarios autorizados de bancos. Varían sus precios según cómo interpreten el mercado, lo que no quita que algunas se pongan de acuerdo entre ellas.
El mundo real de Juan
Cuando otro Juan, ahora en una isla real y no muy normal, quiere comprar divisas, busca una CdC.
El mercado en la isla de Juan funciona de manera similar a la de los países normales, aunque tiene sus particularidades. El Gobierno es un actor directo en el mercado, pero con precios de compra poco atractivos y de venta muy buenos, pero en unas cantidades tan limitadas que es como si no lo hiciera.
La mayor parte de la oferta la ponen sujetos que no son intermediarios de bancos, ni tienen una organización ni empresa, pero actúan como una CdC (privadas). Estas CdC privadas no tienen un local, dígase un lugar que sea sede oficial, sino que las zonas donde operan depende de los clientes que se construyan estos hombres CdC.
La última particularidad, es que esta oferta privada no es reconocida legalmente, pero su permanencia y utilidad para el funcionamiento de la economía hacen que no sea una actividad normalmente perseguida, contando con cierta tolerancia por parte de las autoridades.
Es lo que hay. Está ahí, funciona y todos lo conocen. Como se trata de una oferta con estructura descentralizada (casi anárquica), es normal que Juan se pregunte: «¿A cuánto está el dólar?», reactivando en su cabeza un tormento de orden teórico iniciado en la economía clásica que, además, es a veces una pregunta trampa que exalta la conflictividad entre intereses humanos.
Pobre Juan, que tiene que averiguar el PRECIO.
Buscamos una abstracción
Aunque Juan no lo quiera, no hay un precio único, sino que existen varios. Tiene que aceptar que las CdC pongan precios diferentes a la divisa. En una frase con entusiasmo: a cada CdC, un precio para la divisa.
Pero Juan no se conforma con saber los distintos precios de cada vendedor de divisa y quiere tener uno solo, aunque no tenga existencia concreta (como cuando hay un monopolio, literalmente), sino que es algo imaginado. De ahí que ese precio real sea simplemente una abstracción. El habitante de la isla mencionada está pidiendo una abstracción. ¿O cómo se le puede llamar a lo buscado cuando no existe?
¿Todas las abstracciones son iguales?
Para obtener esa abstracción (precio real) que expresa todos los precios individuales en uno solo, hay que seleccionar cuál es el criterio (algoritmo o arbitrariedad) para obtener dicha abstracción.
Por solo mencionar algunas alternativas, según ciertos enfoques de Economía Política, el precio real lo determina quien mayor porcentaje de oferta lleva al mercado. Para otros, tiene que ver con la productividad, por lo que el precio lo determina el que tiene una productividad «estándar». Por último, aunque hay muchos más, se encuentran enfoques en los que tiene que ver un promedio (la media) de los precios, u otras medidas de tendencia central.
Y como abstraerse y figurarse cosas en la mente es una cuestión humana, nada impide que en la isla de Juan cada habitante pueda buscarse sus propios precios reales, ya sea de manera arbitraria o con ayuda de un algoritmo, aunque luego la sociedad no le dé a todas las abstracciones la misma importancia. Es decir, cualquiera que publique la suya no quiere decir que tenga cierto poder para influir o ser tomado en serio, sino que es algo que depende de la credibilidad que se gane y sepa mantener el emisor de la información.
Por último, que el precio real sea una abstracción en muchos contextos, no quiere decir que no sea necesario buscarlo. De hecho, la abstracción surge de la necesidad social de esta, que es, esencialmente, tener una referencia que sirva a Juan, a sus conciudadanos y a los oferentes para tener una especie de precio técnicamente justificado, es decir,una idea de por cuánto debe andar el precio o valor real para, cuando haya que aplicar alguna estrategia de mercado, tener información suficiente.
La abstracción y la práctica
Como Juan tiene que comprar USD, tomará como referencia del precio real la abstracción de una entidad T, un medio de comunicación que tiene cierta credibilidad para los que compran y los que venden divisas, y que la elabora filtrando aritméticamente un conjunto de precios.
¿Puede Juan, con ese resultado que publica T, decirle al vendedor Y más cercano: «Según la metodología empleada por T y los datos que seleccionó, este número es el valor del dólar, por tanto, lo quiero a este precio»? ¿Puede imponérselo y obligarlo a que se lo venda a ese precio (el real, según T)?
Juan no puede obligar legalmente al vendedor Y a aceptar ese precio, así que por ahí no es. Todo depende del poder negociador de cada parte, según las cuotas de poder que le asigne la relación oferta-demanda a cada uno. Es decir, independientemente de lo que diga un precio generado por una abstracción con credibilidad, los oferentes (y los demandantes) no están obligados a aceptar la abstracción como el precio real. Pueden irse por encima o por debajo.
Si la oferta sube a un precio al que la demanda no puede llegar, en poco tiempo bajarán los precios hasta dónde pueda la demanda. Dados los niveles de ingresos de los demandantes, ese límite está determinado por cuánto están dispuestos a pagar para satisfacer su necesidad de tener divisa. Ocurre también a la inversa: cuando los demandantes ofrecen una cantidad mínima de dinero, deben subir, al menos, hasta donde esté dispuesto a aceptar mínimamente la oferta. Hay una tendencia de que ambas partes busquen ese punto donde se concretan las operaciones de compra-venta, que no es más que el equilibrio de mercado.
Juan enfrentó su proceso de negociación. En este caso, la mayor cuota de poder la tiene Y, aunque este debe tener en cuenta cuánto es el máximo que podría darle su cliente. Como resultado, Juan acepta pagar y se comienza a preguntar por qué Y no quiso aceptar el precio que publica T, sino que quiso cobrar un poco más por el dólar.
La estructura de los mercados
Para el consumidor cualquier elemento puede marcar la diferencia entre un bien u otro, es parte del bien, y es valor agregado.
Por tanto, lo que vende Y a Juan no es solo divisa. La CdC de Y (la zona donde este sujeto tiene muchos clientes) está a solo un par de cuadras de la casa de Juan. No hay otro hombre CdC similar en los alrededores, mucho menos con niveles de operaciones que tal parece que es legal. Por si fuera poco, tiene buena presencia y le ha sido recomendado a Juan por varios amigos.
Y eso también lo sabe el «dueño» del «establecimiento», por eso lo incluye en su precio. Sabe que ir a otra CdC implica para la demanda un costo de transportación, o la espera de que la CdC se traslade hasta él, y todo eso es tiempo perdido. Conoce también de los elementos del marketing que están a su favor (estética, seguridad, recomendación, no conocer otros oferentes).
Por eso, Y vende al precio que decide (con cierta racionalidad) y para él, la abstracción de T es solo una referencia.
El mercado es este, aquí y ahora
Tradicionalmente se ha pensado que el poder de mercado tiene que ver con la capacidad de abastecer toda la demanda, y es cierto. Sin embargo, el simple hecho de que a unos vendedores se les acabe la oferta primero que a otros, le otorga también poder de mercado a los oferentes. Eso puede ocurrir sin que ni siquiera exista escasez en términos de la relación de oferta total de un mercado (la suma de la de todos los oferentes de divisa) y la demanda total.
En el caso del mundo de Juan, como se vio ya, ninguna CdC tiene divisa suficiente para abastecer todo el mercado por sí sola, sino que cada una abarca un pedacito. Lo cual hace que algunos oferentes aventajados, incluyendo Y, saquen provecho. Eso significa que, aunque al lado de Y viva otro CdC, una vez que este último se queda sin oferta, Y puede vender al precio que quiera. Se trata de una práctica muy vieja y que, en Cuba (de la cual no hemos hablado aparentemente aún) los vendedores de cebollas, tomates, y hasta los traficantes de cigarros en los barrios, conocen muy bien.
Por tanto, cuando Juan llegó a Y, este pensó: «Es cierto que ahora mismo mucha gente lo estará vendiendo a ese precio que dice el cliente, pero, ¿ podrá encontrar a alguien que se lo venda a ese precio ahora mismo?». Tal razonamiento, posiblemente explique el comportamiento de Y y de muchos CdC en la isla de Juan.
Y Juan, que no quiere recorrer ni esperar que alguien recorra para llegar a él 15 km (ni ninguno más), que ya vio la presencia de Y, que le pareció seguro y confía en la recomendación, que no conoce otro y sabe que de todos modos el dólar está perdido, lo compró al precio que puso Y.
¿Especular o no especular?
Juan se informa mucho con la prensa local autorizada y pagada con dinero público, por eso está empezando a temer que ocurra una burbuja especulativa con el precio de la divisa.
Pues la especulación, si de economía se trata, no es más que comprar algo suponiendo que mañana (después) costará más. Luego, la burbuja especulativa es que eso ocurra en masa, dígase, que haya tantos especuladores (gente que compre algo suponiendo que valdrá más mañana) como para generar una burbuja.
Para que el fenómeno ocurra, deben darse un mínimo de condiciones. Las burbujas especulativas son una especie de estampida económica, en la cual los agentes económicos están bajo los efectos de una histeria colectiva. Ocurren compras en masa. Al mismo tiempo, las burbujas suelen estar acompañadas de un aumento de la oferta, es decir, como hay tanta gente comprando, otros sacan provecho creando la oferta de lo que será comprado. Todo, hasta que estalla la burbuja.
Cuando Juan supo esto, observó que en su isla no había una fiebre de comprar dólares, sino que la gente los compraba para resolver necesidades concretas y específicas, o porque eran intermediarios, o al menos así era con todas las personas que conocía. Es decir, que la compra no se caracterizaba por la motivación de vender mañana más caro (lo que no quita que haya quien lo haga). También se dio cuenta de que tampoco había un grupo de personas ofertando desenfrenadamente dólares para la venta, sino gente vendiendo el que le hacía falta para abastecerse de la moneda local, y gente que actúa de intermediarios.
Juan supo que no podía haber tal burbuja, o al menos lo que se le conoce por ese nombre. Pobre Juan, se sintió estafado; los medios que consumía Juan, para resumirlo con entusiasmo, especularon con la «especulación».
Voy a subir el precio
Pero, ante la subida de precios que se vive en la isla de Juan, una sospecha queda pendiente: si no hay burbuja, la publicación de T puede hacer no exactamente lo mismo, pero hacer algo. Por ejemplo, si mañana T decide, en vez de reflejar, publicar a voluntad un número mayor del valor del dólar para influir en el mercado cambiario, o si algunos anunciantes deciden, a través de publicaciones, influir en la muestra que el algoritmo emplea para generar su abstracción, el resultado será el mismo de cuando Juan fue a la cadena de Y a comprar divisas. Y las explicaciones son las mismas.
Por tanto, el precio real de T es una referencia que las CdC pueden aceptar como el valor real o no, yéndose aquellas por abajo o por encima, al igual que la parte de la demanda.
Así, si esa abstracción de T no es un precio técnicamente justificado, pues no será la que se emplee en las operaciones reales (en un contexto sin burbuja especulativa). Ello, como presión de la oferta o de la demanda en función de sus intereses. En otras palabras: cuando los precios estabilizan su comportamiento, reflejan la relación óptima entre oferta y demanda.
Conclusión: la publicación de T parece tener muy poco poder real, y de muy corto tiempo de vida.
¿Por qué sube el precio entonces?
Los precios suben, si se trata del mercado de divisas, porque hubo un shock de oferta que aumenta la demanda de las divisas, o de demanda que disminuye la oferta de esta, o ambas en alguna combinación de magnitudes. Por lo que, cualquier variación en los precios, una vez comprobado que no se debe a alguna fluctuación que produjo un desequilibrio transitorio, se trata de un precio técnicamente justificado. En esos casos, la variación se deberá a una de las fuerzas antes mencionadas.
Por ejemplo, puede aumentar la demanda de divisas por una mayor migración hacia el exterior, la conversión de ganancias privadas y ahorros personales a divisas, la necesidad de los ciudadanos de comprar bienes y servicios en divisas porque solo se venden en aquellas o porque aumentaron los precios. Al mismo tiempo, puede reducirse la oferta privada de divisas (la que realmente tiene peso en el mercado) debido a la disminución del arribo de turistas al país (sobre todo, los que interactúan directamente con los servicios del sector privado), a que la escasez de bienes está trayendo un aumento de los precios que se desplazan hacia el costo de compra de la divisa. Se trata, por decirlo de manera directa y entusiasta: de más y más escasez.
Todo ello, debe ser lo que sostiene el aumento de los precios de la divisa que está sufriendo Juan. Juan descubrió que le estaban vendiendo la escasez de divisas como si fuera una burbuja del mercado cambiario. Pobre Juan.
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