Como soy graduado de Telecomunicaciones y Electrónica me mantengo cerca de la ciencia y la técnica, casi de manera obligatoria. También trato de acercarme a cada nueva tecnología posible, para no quedarme atrás, aunque muchas veces tengo que conformarme solo con un colorido manual o alguna página de Internet.

Sin embargo, en otras ocasiones siento que vivo en un mundo paralelo, donde lo nuevo, lo viejo y lo surreal se mezclan, en complicadísimos artefactos, para dar forma, de una manera divertida, sino fuera tan triste, a lo que yo llamo Inventosaurios.

En mis ratos libres trato de revisar y reparar algunos equipos electrodomésticos para los vecinos, sin cobrarles un centavo. Muchos vienen a mí como primera solución a sus complicaciones tecnológicas, porque saben de mi condición de ingeniero y de “cacharrero”, como le dicen acá. Y, créame, no hay nombre mejor para mi oficio.

Al principio solo revisaba controles remotos, que tanto sufren en las manos de los destructores niños; hasta que un día alguien me llevó una grabadora.

El dueño era un viejito que no tenía televisor, y la usaba de radio para escuchar las noticias y la pelota. Cuando abrí a mi “paciente” imaginé cómo debe sentirse un cirujano ante un atropellado por un tren. No sabía por dónde empezar con “aquella cosa”, y la verdad es que me sentí frustrado. Quise buscar algunos planos, como suele hacerse cuando uno no da pie con bola… pero no los tenía ni el técnico chino.

Mientras más profundizaba en su anatomía, más se complicaba, pues cada invento que le habían hecho a “aquello” a lo largo de los siglos, se iba desprendiendo de sus soportes de palo y esparadrapo. Casi con lágrimas en los ojos tuve que practicarle la eutanasia técnica, e informarle al familiar-propietario del fin de su divertimento deportivo.

No me había repuesto aún del trauma cuando la amiga del amigo de una vecina me trajo un monstruo infranqueable, que apenas cabía por la puerta de mi tallercito.Carapacho de televisor Caribe con una pantalla de monitor de computadora y, anexado con una soguita, en el costado derecho, estaba la bocina: un auténtico bafle “Radiotécnica”.

El imán de la bocina era tan grande que la pantalla permanecía todo el tiempo magnetizada, y se veía mitad roja, mitad azul. En esta ocasión sí pude resolverle el problema a la afligida propietaria. Retiré el imán a todas las figuritas de adorno en la puerta de mi refrigerador Haier, bajo las protestas de mi mujer, y los pegué en varios lugares detrás de la pantalla, hasta que aquello se desmagnetizó y los colores se vieron más o menos decentes. Reconozco que no fue la solución más ortodoxa, pero era como hacer una operación de cerebro en la época Maya.

En ese momento me di cuenta de que estaba destruyendo mi juramento de electrónico: ¡me estaba convirtiendo en un tecnicosaurio!

Me prometí nunca más atender un caso de estos, que conspiran con mis referencias modernas, y me hacen perder la perspectiva de por dónde va el mundo de la ciencia y la tecnología.

Pero al otro día vino una señora con un video VHS roto, que le sirve para poder conectar su DVD a su televisor sin entrada de audio-video. Le daba pena decirme que estaba siguiendo una novela del Paquete, pero no fue necesario.

Le dije que sí, que pasara por la tarde… a ver qué se podía hacer.

Lo pude arreglar.  Ahora la señora puede ver su novela tranquila, sabiendo que si de nuevo le falla el VHS, en la esquina vive el reparador de inventosaurios.