“Mi promedio no es de los más buenos del grupo, yo lo calificaría entre los menos buenos”, dice Luandy Alberto Toledo Maceo. Los problemas económicos que enfrenta son, para él, una de las causas principales de sus bajos rendimientos académicos.
“No me alcanza lo que me dan en la casa para pasar el mes, tengo que estar todo el tiempo pensando en la parte económica de mi vida”, me comenta este joven estudiante de Periodismo de la Universidad Central Marta Abreu de las Villas.
Cuando llegó a esta ciudad de Santa Clara, sumó a su rutina de libros y libretas las brochas para pintar casas particulares, las máquinas picadoras de jamón en restaurantes privados y la masa y la harina de las panaderías estatales. Incluso, estuvo trabajando en la propia piscina de la Universidad. Cuando empezó el curso todo el mundo lo conocía como el piscinero.
Por eso Luandy se decidió a pedir una ayuda económica a la institución donde estudia, una facilidad creada en la educación superior cubana para los jóvenes de menos ingresos. “La asistencia consistía en 100 pesos, que me pagaban junto al estipendio todos los meses. En total sumaban 150 pesos mensuales en los primeros dos años”, me explica.
Luandy es natural del municipio Venezuela, en Ciego de Ávila. Allí vive con su mamá, maestra de profesión y con dos hermanos, uno que tiene 18 años y otro 24, que estudia en una escuela militar en La Habana. “Por suerte a él se lo dan todo en la escuela y es una carga menos para la familia.”
Él no tiene que pagar el costo de la matrícula, ni los libros, ni la alimentación básica que le ofrecen en la universidad, pero ni la comida ni el aseo alcanzan y para transportarse, a precios actuales, sus ingresos son muy escasos.
En el momento de solicitar el préstamo, este joven vivía con su abuelo y un tío enfermo. El único dinero que se percibía en la casa era el del anciano, que no superaba los 250 pesos (10 dólares).
“Después de un largo papeleo, en el cual pedían una carta donde dejara plasmado el por qué hacía la solicitud, tuve que llevar, además, una evaluación del jefe de mi brigada y del secretario del Comité de Base de la Juventud, en este caso yo, y una del presidente del CDR donde vivo.”
“Entre los datos que se me pedían era con quién vivía, qué tiempo llevaba en ese lugar, los miembros de mi familia que trabajaban y los que no, con cuáles me relacionaba, con quienes no. El salario de ellos en cuanto consistía. Inicialmente pedí una ayuda de 160 pesos, pero solo me aprobaron 100, no me explicaron por qué, pero algo era algo”, recuerda.
La ayuda económica no es incondicional. Se trata de un préstamo que debe ser devuelto en un plazo que no le especificaron.
Si terminaba con título de Oro, me reducían a la mitad la deuda, aclara.
Solo cinco meses (desde marzo hasta julio de 2015) le duró este apoyo monetario. “Me di cuenta de que no era factible, además habían terminado las clases y quería buscarme un trabajo que me garantizara tener un poco de dinero para nivelar el golpe, y no depender de la ayuda que en un final hay que reintegrar y es una deuda que se tiene con la Universidad.”
Al menos, cree, tuvo la oportunidad, aunque como tantas cosas en un país que cambia, los subsidios estatales van quedando como meros simbolismos ante precios de un mercado más reinante y menos controlado.
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