El equipo Tehuelches XV nació en 2019 con el modelo implementado en Buenos Aires con el equipo de Los Espartanos. Foto: Matías Subat.
Rugby en la cárcel: la práctica deportiva crea segundas oportunidades en una prisión argentina
10 / julio / 2024
Por Lorena Vicenty
Frío. No solo se trata del invierno. Es el hormigón, el hierro de las rejas y la soledad. En la cárcel, el frío es íntegro y cala en los huesos, en la mente y congela la vida en un tiempo en el que sobrevivir es la meta. Entrar en calor puede dar una pausa y, por eso, 24 integrantes del equipo Tehuelches XV de la Unidad de Detención 11 de Neuquén, provincia de la patagonia argentina, salen a la cancha de rugby a poner en movimiento el cuerpo y el futuro.
Eduardo se levantó temprano como cada domingo que le toca ir a la U11. Se abrigó, agarró dos bolsas de mandarinas y manejó hasta el barrio Parque Industrial. Todo estaba detenido: para la ciudad era un día de descanso, para él, de compromiso.
Esperó un poco afuera de la unidad hasta que llegaron Juan Pablo, Flavio y Thiago. Cruzar infinidades de puertas es la manera de ingresar a una cárcel. Después de la primera, una mujer les pidió los documentos. En la segunda, otra les pidió los celulares y dejaron las llaves de los autos. En la tercera un hombre les dijo que “ya los estaban sacando” y los invitó a seguir sus pasos.
Un espacio grande al aire libre se abrió. Ahí, algunos animales dieron la bienvenida. El caballo pintado de negro quería tocar el cielo con las patas y un guanaco entre la niebla los miraba fijo, con sus ojos de hierro, fríos.
“Después de pasar la mañana en el entrenamiento, el domingo en casa tiene otro sabor. Valorás diferente esa picada y el asado con la familia. Para nosotros también es un aprendizaje”, dijo Juan Pablo mientras se acomodaba el cuello de su buzo de polar azul, con el símbolo de Neuquén Rugby Club en el pecho.
Pasaron frente a una cancha de fútbol de cemento, y al fondo, se veía al grupo de jugadores que llegaban cargados de lonas rojas, vestidos de pantalones cortos, medias largas de colores, algunos traían puestas sus típicas camisetas a rayas: celestes y blancas.
Se encontraron con los prisioneros frente al portón y se saludaron. Eduardo señaló la cancha que se veía al fondo. En cinco años de trabajo y perseverancia lograron sacar las piedras y desterrar el suelo árido de la meseta. Contó que al principio quedaban llenos de tierra, rasguñados por las toscas, pero de a poco la gramilla va avanzando sobre el terreno, como los Tehuelches.
Armar un equipo
Esta historia comenzó en Buenos Aires, en marzo de 2009, cuando el abogado Eduardo “Coco” Oderigo visitó por primera vez el penal de máxima seguridad. Su mayor percepción fue la desesperanza y días después volvió con una pelota de rugby y entrenó a unas 15 personas privadas de su libertad, y creó el equipo Los Espartanos. Hoy Oderigo es además presidente de la Fundación Espartanos. La iniciativa se creó en 2016 y la experiencia les permitió consolidar un programa de reinserción social que ayuda a bajar los índices de reincidencia del 65 % al 5 %. Y está cambiando la vida de familias enteras y de la sociedad.
Hoy, Espartanos trabaja en 65 unidades penales, en 21 provincias de la Argentina y 7 países del mundo. Actualmente, hay 3.030 jugadores y más de 650 voluntarios que los acompañan. En Neuquén, desde 2019, se llama Tehuelches XV. “Empezamos con un esfuerzo conjunto. Nunca había funcionado un equipo de rugby en la cárcel, había que adaptar muchas cosas. Los jugadores nunca habían jugado, y los entrenadores no habían entrenado adultos que no supieran jugar. Por suerte pudimos hacerlo, dice Eduardo y repite: “por suerte”. Pero hubo algo más que suerte.
Aquel día arrancó con algunas complicaciones. El inflador parecía que no quería andar y trataban de buscar una solución. Había niebla. En el centro de la cancha se movían con velocidad para arrancar y, en los márgenes, los penitenciarios abrigados se agrupaban de a dos agarrados a sus escopetas Ithaca y miraban serios. Después estaba el muro, el alambrado de púas, el hombre que caminaba sobre él, yendo de un lado al otro.
Se escuchó el portón y se sumaron algunos jugadores más, y llegaron a ser 24 en total. Los últimos vinieron esposados porque pertenecían al pabellón de máxima seguridad. En la cancha también había cuatro de los siete entrenadores, ya que rotan cada domingo.
Flavio desde hace tres años colabora en temas administrativos y habló de la importancia de ir ahí cada domingo. “Son varios sentimientos encontrados. Pero estando acá, me di cuenta de que tampoco es descabellado que te pueda tocar estar en una cárcel. Por ejemplo, podés matar a alguien en un accidente. Realmente creo que hay que dar otra oportunidad”, aseguró mientras amarraba los protectores de las H (los arcos) que hizo “el tapicero”. Son rojos y les pintaron la imagen de Patoruzito.
A la cancha
“El tackle se lo comen entre las tetillas y las caderas por eso hay que fortalecer la parte abdominal”, Juan gritaba y todos, en línea, hacían los ejercicios. Después se paró, le pidió a uno de ellos que se acercara, le hizo un movimiento y lo derribó. El joven desde el piso le dijo: “Che, te quiero ver adentro”, y todos se largaron a reír.
Atrás de la cancha había algunos árboles desperdigados y una casa. De ahí salió un hombre con muletas, delgado, al que le faltaba una pierna. Al verlos, estiró el mentón al cielo para saludarlos. Vive junto a dos más que podrían salir de la unidad, pero no tienen familias que los reciban. “Es difícil, muy triste, porque si entraste hace diez años, el mundo cambió”, decía Eduardo y su compromiso sigue extramuros. Contaba que el día anterior había ido a buscar a un chico que había salido en libertad y lo había llevado a lo de un conocido para que hiciera un trabajo de pintura.
Hoy Tehuelches lleva más de 220 entrenamientos y pasaron aproximadamente 80 jugadores por el equipo. Algunos dejaron de jugar, y varios recuperaron la libertad. Los entrenadores son todos voluntarios y su trabajo no da créditos para disminución de pena. Pero les da pertenencia y una sensación de estar un rato con personas que son como amigos.
El chico que organiza la biblioteca no podía jugar por una lesión, pero salió igual y ofició de aguatero. “El rugby me llevó a descubrir lo que ignoraba de mis capacidades tanto físicas como mentales, que la condena se me haga más ligera, poder sonreír, despejarme”, dijo. Hasta que entró a Tehuelches no conocía el rugby y pensaba que era de mucho riesgo, sobre todo en contexto de encierro, y que sería arriesgarse a lesiones, pero después vio que suma al respeto con sus compañeros.
“Me gusta jugar, te da adrenalina. Te motiva y tocás la tierra. En la cárcel a veces te tocan actividades, pero ninguna es al aire libre y todo adentro es cemento, el cielo lo ves tras las rejas. En cambio acá podés recuperar un rato la tierra, el pasto, el barro, el frío, todo eso que hace años que no tenés”.
Otro de los chicos llegó y se sentó a su lado. Una bala le había lastimado la pierna y no lograba aguantar todo el entrenamiento. Desde ahí, dijo que nadie lo visitaba, y que cuando saliera, buscará hacer otra vida. También mostró su admiración por los profesores. “La actitud que le meten. El tiempo que se toman de venir un domingo a la mañana. No muchos hacen eso hoy día, es contado. Se aprecia el empeño para que esto salga a flote, es algo de valorar”, destacó.
“No quieren faltar“
“Oportunidad, autocontrol, inspiración, reflexión, humildad, empatía, compromiso, unión, integración, fortaleza, resiliencia y libertad”. Las palabras pintadas en el paredón las eligieron los jugadores y, según Eduardo, cada una refleja una situación en particular. Tienen muchos proyectos por delante, como el organizar un partido afuera del penal, en el Neuquén Rugby, para octubre.
Thiago también se acercó a charlar. Es hijo de uno de los entrenadores, de Carlos “el abuelo” y en la Universidad le habían pedido prácticas solidarias. “Estuve entrenando mucho tiempo rugby y está mi viejo en esto. Entonces uní las dos partes, hicimos la vinculación con la Fundación Espartanos y en marzo arranqué. Está muy bueno, es un shock de realidad”, anunciaba.
Al terminar todos hicieron una ronda. Los profesores y los jugadores hablaban y escuchaban. Todos tenían el barro pegado en la ropa y una bandada de pájaros rondaba sobre sus cabezas. Al final, se abrazaron y gritaron “¡Tehuelches carajo!”.
El famoso tercer tiempo fue corto y compartieron mandarinas. A los jugadores de los pabellones de máxima seguridad les pusieron las esposas. “Se lograron combinar distintos pabellones que es muy raro. Esto es como un cable a tierra para nosotros, como una semilibertad, digamos”, decía uno de ellos y sumó que nunca pensó que iba a estar preso y menos que iba a extrañar la tierra, pero tiene esperanza.
“Uno sabe cuando está yendo por la banquina y hay que tratar de ser un poco más consciente. Este es el final del barranco y no lo recomiendo para nadie. Estás lejos de tu familia, extrañás muchas cosas acá. Ahora hay que salir y volver otra vez al camino correcto”, dijo mientras le indicaban que se parara para salir o, mejor dicho, entrar.
Los profesores cruzaron el portón y mientras les devolvían sus pertenencias relataron que saben que las principales víctimas de esto son las víctimas de lo que ellos hicieron, y su solidaridad es con esas personas. Pero ante esos hechos, ya fueron juzgados y tienen que cumplir su pena.
“Un día van a salir en libertad, entonces como sociedad ¿qué queremos?, ¿que salga una persona peor de la que entró? Nosotros apostamos a que salga una mejor. Ese es nuestro trabajo, el que podemos hacer, es inmenso, pero vemos que mejoran mucho la conducta, la mayoría está estudiando, hay respeto, nosotros logramos eso”, concluyó Eduardo.
Esta historia fue publicada originalmente en Río Negro (Argentina) y es republicada dentro del programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.
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