«Hacer algo para salvar a Cuba»: ¿qué piden los obispos católicos cubanos en un contundente mensaje?

Foto: Vatican News
En un contexto de profunda crisis económica, migratoria, social y de derechos, la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) emitió en días recientes un mensaje con motivo del año jubilar, titulado «Peregrinos de esperanza», que llama a enfrentar la situación del país «sin miedo». La institución religiosa es una voz a escuchar en un país donde se estima que el 60 % de sus ciudadanos practican el catolicismo, y cuyo anterior papa, Francisco, jugó un papel en la excarcelación de una parte de los cerca de 1 000 presos políticos registrados por varias ONG.
En su comunicado más reciente, los obispos mencionan la escasez de bienes básicos, los apagones prolongados, el desmembramiento familiar por la emigración, el aumento de la violencia y las adicciones. También advierten sobre la falta de esperanza, sobre todo entre los más pobres, los ancianos, los jóvenes y los padres de familia. Señalan que «sin esperanza y sin alegría no hay futuro para ningún pueblo».
Ante la realidad «dolorosa y apremiante» de la nación, pidieron a quienes tienen las «responsabilidades más altas» que intenten «hacer algo por salvar a Cuba» y «devolver la esperanza».
«Son muchos los que viven desesperanzados, aprisionados por la incertidumbre y la confusión ante un presente dramático y un futuro que no se acaba de ver con claridad, porque se tiene la impresión de que hemos perdido los resortes, el dinamismo y la voluntad para cambiar las durísimas condiciones de vida del pueblo», señalaron los líderes religiosos.
¿Qué tipo de cambios propone la Iglesia?
La COCC, presidida por Arturo González Amador, obispo de Santa Clara, publicó el mensaje con motivo del Año Jubilar de la Esperanza. El «Jubileo», también conocido como «Año Santo», es un evento de la Iglesia católica que tiene lugar cada cuarto de siglo.
En el pronunciamiento de la jerarquía católica cubana se piden transformaciones estructurales, sociales, económicas y políticas que impliquen un cambio de rumbo nacional. Los obispos abogan por un espacio de diálogo y apertura, sin presiones ni exclusiones ideológicas, para lograr un verdadero proceso de transformación.
«¡No tengamos miedo de emprender nuevos caminos!», remarcaron los obispos.
Consultado por elTOQUE, un sacerdote cubano que pidió proteger su identidad, debido a la hostilidad del Gobierno hacia las voces críticas dentro de instituciones religiosas, declaró: «La emisión de este tipo de mensajes no solo interpela a la dirigencia cubana, sino que busca también resonar en la comunidad internacional, en especial entre los actores diplomáticos interesados en la estabilidad del país. La Iglesia actúa así como un puente entre la sociedad civil y los espacios de decisión internacionales, elevando las preocupaciones cotidianas de millones de cubanos a una situación que exige atención global».
Yaxys Cires, recién electo vicepresidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), y director de estrategias del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH), declaró a elTOQUE que «los obispos resumen la grave realidad de millones de cubanos y que a su vez están agobiados por la repetición de promesas que no se concretan nunca. Es evidente que la Iglesia mejor que nadie conoce el sufrimiento y la desesperación del 89% de las familias cubanas que, según nuestros datos, viven en la extrema pobreza».
De acuerdo con Cires, algo que debemos destacar del mensaje es «la clara alusión a que Cuba necesita emprender nuevos caminos, y lo que es más relevante: que los cambios deben ser estructurales, es decir, transformaciones profundas. Los obispos no se limitan a pedir ajustes parciales, sino cambios integrales: sociales, económicos y políticos. La causa fundamental de la situación cubana actual es política y tiene que ver con la naturaleza del régimen. El gran reto está en cómo lograr que aquellos que “tienen responsabilidades más altas a la hora de tomar decisiones” abandonen el egoísmo y piensen en el bien del pueblo».
«En cualquier caso, sería bueno que la Iglesia acompañara a la sociedad cubana en la construcción tranquila, abierta y plural de una salida para la situación actual y la llegada de algo nuevo», subrayó Cires, abogado cubano que fue coordinador de la Pastoral Juvenil en Pinar del Río, miembro del Centro de Formación Cívica y Religiosa y de la Comisión Católica para la Cultura.
El mensaje del episcopado cubano se compartió después de la visita al país, a inicios de junio, del secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados y Organismos Internacionales, Paul Richard Gallagher; la primera de un alto representante del Vaticano tras el inicio del pontificado de León XIV.
Gallagher destacó el papel de la Iglesia católica y de la diplomacia de la Santa Sede en la promoción de los «derechos y libertades», así como de una «comunicación abierta» orientada a «construir puentes». Subrayó, además, la importancia del «diálogo» como herramienta eficaz para la resolución de conflictos.
¿La esperanza como gesto político?
Este posicionamiento no es nuevo, pero cobra mayor peso simbólico en el contexto actual. La historia de la Iglesia cubana revela que sus llamados a la esperanza suelen tener una carga política latente.
Históricamente, la Iglesia católica en Cuba vivió décadas de tensión con el Estado tras la revolución de 1959 y la consolidación de un régimen cercano al comunismo soviético, con periodos de marginación y vigilancia. Sin embargo, a partir de los años 90 —y en especial tras la visita del papa Juan Pablo II (1998), a quien le sucedieron viajando a Cuba Benedicto XVI (2012) y Francisco (2015 y 2016)— se abrió un espacio gradual para que la institución recuperara cierta presencia pública y se convirtiera en una mediadora clave en procesos como la excarcelación de presos políticos de la Primavera Negra, y a principios de 2025, así como para el acercamiento en las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba durante la Administración de Barack Obama.
La Iglesia católica ha tenido un papel relevante —aunque a menudo discreto— en la defensa de los derechos humanos, especialmente en contextos de crisis política y social. A lo largo de las últimas décadas, ha sido uno de los pocos actores institucionales dentro del país con cierta capacidad de mediación entre la ciudadanía y el Estado. A través de pronunciamientos públicos, gestiones diplomáticas y espacios de acompañamiento pastoral, se ha abogado por la liberación de disidentes, la mejora de condiciones carcelarias, el respeto a la dignidad humana y la necesidad de reformas en el país.
En los últimos años, los obispos cubanos han expresado con mayor claridad su preocupación por el deterioro de las condiciones sociales, la falta de libertades y el éxodo migratorio. Han llamado al diálogo nacional, a la reconciliación y a una mayor participación ciudadana. Aunque su margen de acción es limitado por las restricciones del régimen, desde la Iglesia católica no han faltado voces frente a la represión, la censura y el estancamiento político.
En una reciente publicación en redes sociales, el sacerdote camagüeyano Alberto Reyes, cuestionó la lógica represiva del Estado tras el acoso a universitarios que se pronunciaron en contra del llamado Tarifazo de Etecsa: «¿Cómo puedes prestarte para acosar e intimidar a jóvenes que tienen tal vez los mismos pensamientos e ideales de tus propios hijos?»
Reyes, quien ha enfrentado presiones de la Seguridad del Estado por sus pronunciamientos, recordó que servir como policía o en fuerzas de seguridad es, teóricamente, «una vocación hermosa: cuidar el país, proteger al ciudadano, garantizar la seguridad de los individuos». Sus palabras apuntan a una contradicción profunda de los agentes del Estado cubano: reprimir a una ciudadanía ya marcada por la necesidad y la desesperanza no fortalece la seguridad de la nación, sino que socava el vínculo social que debería protegerse por los funcionarios públicos.
El llamado de los obispos coincide con datos recientes de organizaciones independientes que alertan sobre el agravamiento de la crisis en Cuba. En los últimos tres años, se registra el éxodo migratorio más grande en la historia del país, y reportes como los del Observatorio Cubano de Derechos Humanos documentan una alarmante caída en el acceso a servicios básicos como alimentación, electricidad y atención médica. A su vez, el número de detenciones arbitrarias, actos de represión y censura contra activistas y periodistas ha aumentado, evidenciando una crisis que ya no es solo económica, sino también institucional y humanitaria.
En un país donde los discursos oficiales apelan constantemente a la resistencia y el sacrificio, el énfasis de la Iglesia en la «esperanza» tiene otro matiz: invita no a la resignación ni a la espera pasiva, sino a la exigencia activa de cambios concretos. Hablar de esperanza, en el contexto cubano, es también hablar de justicia, de verdad y de dignidad: un horizonte moral frente al inmovilismo político.


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