Entre zapatillas y ropajes propios de un bailarín, Francisco Javier Cubero, “Franco”, empaca un pequeño pote con tornillos, hilos y otros aditamentos. “En una beca hace falta de todo, y hay que ir organizándolo poco a poco porque si no siempre se queda algo necesario”. Para Franco, cada día final de agosto es un dilema, pues su madre quiere que se lleve de todo, y su padre, más práctico, le recomienda que no haga tanto equipaje.
“Muchas veces he pasado trabajo en el tren porque he tenido que venir con un maletón en mis piernas. Pero siempre al comienzo del curso es así, recogiendo una semana antes y, como empieza un nuevo ciclo, hay que regresar con todo: ventilador, cubo, ropas, aseo, comida…”
Aunque vive en Santa Clara, Franco estudia a 270 kilómetros de su casa, en la Academia de las Artes Vicentina de la Torre, de Camagüey. Desde septiembre de 2016 y hasta junio de 2017 cursará su último año en el nivel medio de Ballet.
El idilio de Franco con la danza comenzó cuando tenía unos 11 años. En el televisor pasaban El Lago de los Cisnes y las piruetas de uno de sus protagonistas, el príncipe Sigfrido, lo hechizaron hasta los días de hoy. Matriculó cinco años en la escuela vocacional de arte de su ciudad natal, y luego venció el pase de nivel elemental.
En ese punto la historia ya era demasiado seria: tenía por delante tres años en una de las dos únicas escuelas que en Cuba se dedican a la enseñanza del ballet clásico, de las más rigurosas en el mundo danzario.
“La escuela tiene muy buenas condiciones en cuanto a la estructura, pero como en todas las escuelas de Cuba hay problemas con la alimentación. Nosotros deberíamos tener una comida reforzada, acorde con nuestro esfuerzo físico, pero a veces no es posible. Los profesores te advierten de la dieta que debes llevar, sin embargo, tienes que resolverlo con tus propios medios”.
Cuando el estómago no se llena con la cena gratuita y hay que reponer el gasto energético, Franco “refuerza” en las “paladares” (restaurantes no estatales) comprando una “completa” con carne, arroz, vegetales y viandas. “Es de lo más barato que hay”, explica el muchacho.
“Como la escuela está en el centro de la ciudad, también uno resuelve comprando sus cositas por la calle y va guardándolas. Vamos mucho a la heladería. Mis padres me mandan paquetes de galleta, maní y otros alimentos que no necesitan refrigeración. Hay que tratar de pasarlo lo mejor posible con lo necesario, sin lujos”, dice este chico ya veterano en las lides de “La Beca”.
Para su edad, Franco luce muy centrado en sus metas. Sabe que todo conlleva sacrificios, y que la economía familiar no es la más holgada. Por eso, solo viene de visita una vez al mes en busca de provisiones. Si no puede, sus padres le envían con otros padres ropa limpia, dinero…
El ballet es de las artes más sacrificadas y requiere además recursos materiales que no siempre están al alcance de todos. “La escuela nos entrega zapatillas, vestuarios, entre otras cosas. Pero de vez en cuando hay escasez de las lycras para bailar. También se te rompen las zapatillas antes de tiempo porque no todos los salones tienen las óptimas condiciones o porque no son de la mejor calidad. Casi siempre resuelvo con amistades que me traen desde el extranjero otras zapatillas, porque en los almacenes no hay cada vez que se rompen”.
Me explica Franco que a sus amigos esas zapatillas le cuestan cuestan alrededor de 10 USD. En La Habana, sin embargo, hay una tienda que vende a 5 CUC las de hombre. “Las de mujeres pueden costar más de 100 CUC”.
Por eso, con más de siete horas de entrenamiento diario, Franco cuida como oro sus zapatillas, que lo han visto bailar junto al Ballet de Camagüey, la segunda compañía más importante del país.
“Estas vacaciones casi no las pude disfrutar, pero gané como artista en una gira con la compañía. Me crecí, me siento más maduro y preparado. Creo que estoy más cerca del príncipe Sigfrido”.
Mientras calienta y se ejercita en el patio de su casa para “no perder la forma”, Franco fija su meta en un concurso internacional por ocurrir dentro de unos meses. “Ahora mismo sólo me preocupa formarme bien, para algún día poder elegir dónde quiero estar”.
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Conde Lombillo
Yariel Valdés González
critico