El mundo conectado a Internet ya ha discutido la iconografía de una era en la que la pantalla dividida sería nuestra representación. Una pantalla-aleph donde todos somos bustos parlantes, desde lugares distintos y a la vez el mismo: la propia casa, una silla frente a una cámara. Esta metáfora visual adelanta una escena cada vez más cotidiana después del aislamiento que impuso la pandemia.
En muchos países se ha disparado el consumo de contenido audiovisual on-line y toda actividad social se ha mudado al ciberespacio. En Cuba, de acuerdo con cifras de Etecsa, entre marzo y mayo del presente año el tráfico de datos móviles aumentó un 92 % y el Nauta Hogar un 96 %, aunque la forma en que los cubanos consumimos Internet sigue siendo muy limitada y a precios astronómicos.
Los repartidores del Paquete Semanal han sido otro frente de contención en la crisis que ha desatado la COVID-19. Desde que se ordenó el aislamiento físico y la permanencia en casa a finales de marzo, solo trabajadores en áreas “de primera línea” han seguido en sus puestos. Sin embargo, algunos no se desempeñan en cuidados médicos ni producen o entregan alimentos: reparten información y entretenimiento.
Alain es uno de ellos. Ahora tiene un 30 % más de clientes, “a pesar de haber perdido a unos cuantos; me dijeron que aguantara por un tiempo, que están cojos de dinero; otros me pidieron les entregue el paquete cada 15 días y no semanalmente; lo bueno es que, por ejemplo, cuando he perdido dos, me han llamado cuatro nuevos”.
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Algunos de los mensajeros dejaron de trabajar por el riesgo de contagio; pero los que han continuado haciendo entregas o recibiendo compradores en sus casas o puntos de copia percibieron un aumento en la demanda. Hay tres razones fundamentales: 1) sumaron clientes nuevos, 2) los que ya tenían aumentaron el consumo y, por último, 3) heredaron los clientes de los mensajeros que recesaron el servicio hasta que “regrese la normalidad”.
Cuando Alain decidió que seguiría haciendo entregas, tomó algunas precauciones: “al principio forraba el disco con un nylon para poderlo limpiar con bastante cloro cada vez que me lo devolvían; pero al final quien tocara la superficie podría contaminarla igual que si tocara el disco directamente y, además, se calentaba mucho envuelto en eso, así que dejé de hacerlo”. Ahora se lava las manos antes de manipularlos y les pide a los clientes que hagan lo mismo. También se las enjuaga después con una solución clorada que lleva consigo.
“Yo además uso nasobuco y mantengo la distancia de dos metros con todo el mundo”, dice quien en plena pandemia ha debido entrar a decenas de casas distintas cada semana.
Dice que los clientes se quejan de que “el paquete está viniendo malo”, lo mismo por el hecho de que consumen en menos tiempo lo que antes de la cuarentena les alcanzaba para una semana completa o más, que porque está detenida la grabación de programas en vivo con público.
Cuando las personas se quejan, los mensajeros “lo elevan al ‘alto mando’, como le decimos”, explica. Se refiere a su comunicación con el proveedor para que transmita la información a los encargados de diseñar la parrilla de contenidos de millones de cubanos hoy.
Orestes también sigue trabajando. Ha cosechado casi el doble de clientes, unos 50, mientras él solía tener entre 20 y 25. A diario recorre en bicicleta, con los discos en su mochila, calles de Playa, Marianao y la Lisa, donde se abastece del contenido. Este mensajero de 31 años que lleva 6 en el negocio se nutre de tres matrices y “ofrecer al cliente una selección lo más completa posible; porque todas tienen sus huecos”, dice refiriéndose a la selección de contenido que hace cada matriz.
Omega, Estudios Odisea y Crazy Boy son las tres matrices conocidas. Son los puntos en los que se descarga todo el volumen de información y se conforma el paquete para distribuirse en La Habana y el resto de las provincias, incluida la Isla de la Juventud. Proveen a los intermediarios y estos a los repartidores, que usan una licencia de Mensajeros. Muchos de ellos, además, mantienen abiertos “puntos de copia”, casi siempre en su propia casa. Tampoco existe una licencia que describa estrictamente esta actividad, de manera que las que suelen usarse son Mecanógrafo o Programador de Equipos de Cómputo.
El tipo de servicio no ha variado con las medidas de confinamiento: poco menos de 1 terabyte de información semanal a cambio de 2 o 3 CUC cada vez, según la tarifa del mensajero. Aunque el precio puede ser inferior según la cantidad de contenido, el día de la semana que se copie, la ubicación del proveedor, entre otros factores.
Un cambio notable para Orestes es la inclusión de contenido relacionado con el coronavirus. Las tendencias de esta red no son tan distintas de las que probablemente se registrarían si los cubanos fueran internautas a tiempo completo; es decir, si tuvieran un acceso económico, rápido y fluido a Internet.
Cada paquete que el mensajero compra a su proveedor, un intermediario entre él y la matriz, le cuesta 10 CUC. Ese precio tampoco se ha alterado bajo estas circunstancias extraordinarias, como sí lo han hecho tantos otros productos y servicios del mercado informal.
Orestes ha notado, por ejemplo, que los discos que usa han subido de precio en el mercado negro. “Uno que antes te podía salir en 75 CUC, ahora no lo encuentras por menos de 110. Supongo que porque no están entrando y esos son los que quedan en Cuba”. No es algo exclusivo de los discos duros o los productos electrónicos, con el cierre de fronteras también las importaciones individuales quedaron detenidas, y el valor de estas se estima entre 1 500 y 2 000 millones de dólares anuales en los últimos años. Lo que está vendiéndose es lo que va quedando, hasta que se restablezcan los vuelos.
“A mí me ha convenido el ‘quédate en casa’, porque la gente, aunque esté trabajando, pasa más tiempo con el televisor o la computadora y consume el contenido más rápido”, dice desde Ciego de Ávila Maydelis, otro nudo de la inmensa red de distribuidores que tiene el Paquete. Sin transporte interprovincial por carretera ni vuelos nacionales, no está claro cómo está funcionando fuera de La Habana; todo indica que en lugar de ómnibus estatales que viajan a cada provincia, son carros particulares quienes llevan el preciado acceso a la Internet desconectada.
El Paquete Semanal funciona en Cuba desde hace aproximadamente 8 años. Sus contenidos y mecanismos de circulación han evolucionado. Aunque el Gobierno ha promovido cambios significativos en la informatización de la sociedad, su impacto no es suficiente para desplazar la red informal de distribución de contenidos de mayor alcance en el país. Durante la pandemia, el Paquete ha ratificado su centralidad en el consumo de información y entretenimiento en un país todavía distante de poder usar con eficiencia los recursos y servicios que ofrece la web.
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