La primera vez que le ofrecieron tener sexo por dinero, Andy Portales tenía 21 años y empezaba el segundo curso de su licenciatura, en Santa Clara. En unas vacaciones se había trasladado de Placetas a La Habana con unos amigos que le iban a enseñar la vida de la capital profunda, cuando la noche se mezcla con el día, sin remordimientos.
Fue en un cuarto en el Vedado. Un alquiler. Frente a él esperaba un canadiense que conoció en el malecón. Cuando lo vio desnudo, se dijo a sí mismo que aquel hombre era apetecible. Un rubio hermoso de dos metros estaba dispuesto a pagarle una suma igual de apetecible que él. Una ganga: ¿disfrutar y recibir dinero además? El negocio perfecto, pensaba.
“Yo no me dedico a eso”, es la frase que a manera de ardid entremezcla en sus relatos, en franco recurso no para convencer a los demás, sino para convencerse a sí mismo.
Andy no responde a los clichés de la prostitución masculina. Ni tiene pectorales como piedras incrustadas en el pecho ni un cuerpo que destila testosterona. En cambio, al hablar, manotea delicadamente. Su homosexualidad es visible. Tiene los rasgos de un intelectual amanerado pero en determinados contextos puede pasar inadvertido, engañar si quiere aparentar lo contrario. Su carácter es flemático, lento. Su inteligencia, innata. El mundo de la moda lo seduce y se le nota al vestir.
“En la Habana existen lugares gays para este asunto. La esquina de 23 y malecón es la más famosa. Pero es más bajito de clase y yo iba a lugares más altos, de más estándar: El Café Cantante, el King Bar, y otros más… Todo esto lo hacía cuando iba allá tres o cuatro veces al año, de vacaciones“.
“El proceso es simple: Salía un fin de semana con mis amigos a hacer las calles, que es como se le llama en nuestro argot a buscar extranjeros que paguen. Íbamos a discotecas y centros nocturnos que sabemos son para eso. Se establece un acuerdo tácito entre extranjeros y nosotros. Ellos saben de qué van esos lugares. Muchos hasta se promocionan por internet como espacios de turismo sexual”.
—¿Cuánto tú has pedido por sexo?
—Depende. Al principio me daba pena y pedía unos 50 (CUC), pero después saqué las espuelas y no bajaba de 80, porque los yumas son de p… también. La tarifa viene con lo que te pida hacer, o si es activo o pasivo, o si quiere ambas cosas. Yo casi siempre hacía el trabajo completo, si hay precios más específicos no sé.
“Muchas veces había que ponerse fuerte porque si hacías el trabajo primero después no querían pagar. Y uno ahí se pone a formar tremendo espectáculo de que si voy a llamar a la policía, que a gritar, que me violaron, pa´ que se asusten y paguen. A mí me pasó, con un brasileño. Pero todo depende, mijo, estar con dos a la vez se monta en más de 100, y yo una vez lo hice con dos que me gustaron, y no les cobré”.
“En La Habana muchos chicos lo hacen porque el nivel de vida es muy alto y la gente no se puede dar esos lujos. Aquí en Santa Clara igual, pero según he oído, se cobra menos. Otros sí se dedican a eso, es su trabajo, mantienen a la familia. Muchos hasta tienen una vida heterosexual que intercalan con la gay por la cuestión económica”.
— ¿Con quién ibas tú a “hacer las calles”?
—Casi siempre solo, es mejor hacerlo solo.
—¿Y no te daba miedo?
—A veces para más seguridad compartía el trabajo con un amigo mío peluquero. A él no le hacía falta, porque hacía bastante dinero en su peluquería, pero decía que en La Habana siempre hace falta el dinero, y cuando se presentaba una oportunidad, nos íbamos pa´ la calle.
—¿Eso quiere decir que hay gente que lo hace por necesidad, y otras por diversión?
—Puede ser, pero no todo el mundo lo asume así, si no lo hiciera una pila de gente. Depende del pensamiento de cada cual. Además, esto no es muy fácil, porque cuando te toca uno atractivo todo es lindo, a uno le gusta lo que hace. ¿Pero cuando no? Eso es lo que más me ha frenado a mí… no me gustan los viejos, y eso que pagan más.
“Nosotros lo hacíamos mayormente pa’ coger fiestas, irnos a Mi Cayito, restaurantes buenos, hoteles… a lugares que normalmente no podíamos permitirnos. Éramos como guías de turismo. Nos declarábamos así. Llevábamos a los extranjeros a darles tour por la ciudad, ellos nos pagaban todo y al final sucedía lo que tenía que suceder”.
“Pero yo no me dedico a eso”, repite de nuevo para dejar claro, quizás, que su pecado es menor. Y lo enfatiza ahora que no visita La Habana profunda hace más de una año, cuando intenta encontrar un lugar digno donde hacer su servicio social. “Yo no me dedico a eso”, reitera, y desde el fondo de sus ojos flemáticos, creo percibir un ápice de sinceridad.
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