Jairo y Hermes caminan por las calles de La Habana con un pregón a cuestas: ¡Se compran pomos de perfume vacíos!
Pasan por mi cuadra y enseguida los llamo por indicación de mi madre: “Aprovecha, dicen que pagan los de marca a 10 pesos, y para tenerlos ahí vacíos, mejor les sacas algo”.
Los muchachos se apostan frente a mi puerta y los invito a pasar. Les muestro tres pomos de perfume que en algún momento usé y guardé, quién sabe por cuál motivo. Un Antonio Banderas Blue, un Versace y un Hugo Boss, regalos de unas amigas colombianas.
“Para esas marcas no tenemos mercado”, me dicen. “Son muy sofisticadas y quienes nos compran no llegan a ese nivel.”
“Lo que buscamos es la línea Fraiche, da igual la marca: Agua de Gio, Isis Miyaki, Katy Perry, Chanel, 360, y otras”, aclara Jairo, de solo 21 años y nativo de Marianao.
¿Cuántos pomos compran como promedio en un día?
—Entre 15 y 20 — responde Jairo, que parece el más avispado de los dos.
Hermes, de 28 años, confirma y agrega que por ahí está la cosa, al menos es lo que ha comprobado en sus pocos días de trabajo.
— Los vendemos luego al por mayor, a 20 pesos cada pomo, a un comprador fijo.
¿Con qué objetivo los compra él?
—Hasta donde sabemos, el objetivo es reenvasar perfumes en esos pomos. Luego los etiquetan y venden por la calle, en quioscos o mesitas.
¿Solo los venden a cuentapropistas, o también los camuflan en las tiendas del Estado?
—No te sé decir; al menos en el caso nuestro, no. Solo buscamos Fraiche, que no se vende en las tiendas. Pero no dudo que otros compradores lo hagan. No es difícil. Pones los pomos de perfume en la tienda y los haces pasar por originales. ¿Quién se va a dar cuenta? — valora Jairo, sin dejar hablar a su socio.
Indago sobre la rentabilidad del pequeño emprendimiento y Hermes responde que “al menos da para el diario… aunque es rentable un día; otros, no tanto.
“Nos exponemos también a que la policía nos coja y nos ponga una multa de 1500 pesos por negocio ilícito. Podríamos parar en la estación, pero ese es un riesgo que hay que correr o no comemos”.
¿Han comprobado si existe, entre la amplia gama de actividades por cuenta propia que se enumeran en los lineamientos, licencia para lo que hacen?
—Para comprar pomos de perfume vacíos, no — asegura Jairo.
¿Pero no hay licencia para compradores ambulantes, en general?
—Eso no lo sabemos y, además, esto no da demasiado; incluso tenemos que comprar otros artículos por la calle. A veces compramos oro.
—Entonces ustedes también son de los que pregonan “Se compra cualquier pedacito de oro”.
—Esa es otra historia — interviene Jairo.
Mi madre, que ha estado pendiente de la conversación, los exhorta a sacar la licencia de compradores ambulantes, si es que existe, y la aprovechen para vender varios artículos.
Ellos no responden, pero su actitud lo dice todo: “Vamos a pensarlo, tía”.
“Total, ustedes no le hacen daño a nadie”, agrega ella, antes de darles un pequeño sermón. “Si se ponen a pensar, descubrirán que hasta realizan un trabajo ecológico, que va en la línea del reciclaje, practicado a nivel mundial”.
— ¡Ecologistas y todo! Suena bien — remata Jairo —. Hay muchos chamas dedicándose a esto, por tanto debe haber cientos de ecologistas en La Habana.
Los dos jóvenes sueltan una larga carcajada.
Al final de la “entrevista” les regalo los pomos. A uno le queda una línea de perfume y antes de salir Jairo se hecha un poquito. Le brillan los ojos: “Esto me da pa´ tres paris”.
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