Alexander tiene 29 años, o al menos eso dice su carnet de identidad. Si la edad se calculara en proporción a la intensidad con que se viven los días, este muchacho sería casi anciano.
Es una hormiga. No para. No puede. Labora en las calderas del revivido central Panamá de Vertientes, al centro sur de Camagüey, que después de casi nueve años sin moler volvió a las zafras. Un regreso agridulce.
De las 30 000 toneladas que le planificaron, el antiguo coloso no se acercará ni a la mitad, según calculan los trabajadores que, como Alexander, pasan una escuela de superación constante con las frecuentes roturas y las nuevas tecnologías injertadas en la vieja industria, que retoma fuerzas.
Muchos consideran las calderas como el lugar más peligroso del central. Para Alexander, más que temible, ha sido un sitio retador.
“Soy de Batalla de Las Guásimas, una comunidad rural a 22 kilómetros de aquí. En el central de allá era mecánico de bomba y de centrífuga. Aquí fue mi primera vez frente a una caldera. He tenido que superarme, y ya me lo he aprendido todo, hasta lo que está en otras áreas del ingenio: los domos, los alimentadores, los alzadores, los rastrillos”.
Baches, baches, baches… ¡Así toda la carretera hasta Batalla! Pero para Alexander vale la pena cada brinco sobre el transporte que puede conseguir en la ida y la vuelta. “En aquel central quedé disponible, no vuelvo más. Aquí hago lo que me gusta. Prefiero el martirio de los viajes y hacer lo que quiero que andar inventando por la calle. No tengo vocación para los negocios”.
Es joven, pero el cansancio le duele. Es joven, pero tiene un amplio catálogo de los palos que la vida le ha dado. Es joven, y no se agota de intercambiar golpes con el día a día, aunque al final de cada jornada, por más que sude, siempre acabe solo entre las cuatro paredes de una humilde cuartería.
“Vivo solo, así que es complicado llegar a mi casa y ponerme a cocinar. Cuando hago el turno de 7:00 p.m. a 7:00 a.m., llego y me acuesto porque no puedo más. Ese día no almuerzo”.
Al concluir el bachillerato estudió en el Pedagógico.
“Quería hacerme tecnólogo de la salud, pero no se pudo”.
Suelta las palabras con la facilidad de quien ha domado un aula, pero el rostro le revela el lío, el haber hecho una carrera como opción excedente. Acabado de llegar del Servicio Militar empezó sus lecciones de Química con tres grupos de 11no grado, y al mes ya le habían impuesto cinco más de 10mo. La sobrecarga lo sacó del pizarrón.
Se inició en el central.
Entonces llegó la sorpresa: su gestión para hacerse policía había resultado. Fue a dar a La Habana y allá estuvo ocho años. “Cause baja del MININT”. Lo dice con los gestos propios de los asuntos vedados al habla. Cuidar del padre enfermo lo atrajo de nuevo al pueblo natal y lo ajetreó desde temprano.
“La necesidad me hizo trabajar antes de tiempo. De jovencito siempre estaba sembrando maíz o arroz; con el arroz hice de todo: limpiarlo, cortarlo, cargarlo…”
Al central Panamá ya lo ve como segunda casa. “Me llevo bárbaro con el colectivo. El señor que está allí tiene sus resabios, pero, mira, yo soy mecánico y lo estoy ayudando como si fuera operador B. Si gracias al azúcar mejoro las condiciones de vida, puede ser que en un futuro me mude para Vertientes. Estoy ahorrando para una casita, aunque sea”.
Alexander quiere resolver su vida como trabajador estatal. Sus cuentas y sueños se calculan en años y años de sudor. No tiene un negocio propio, pero se siente emprendedor.
“Lo único que me falta por aprenderme es la mecánica del molino. Lo que es fabricación (reductores, bombas de miel y bombas de guarapo, inducido, bomba magna) lo tengo dominado. Ser mecánico de central azucarero en Cuba se las trae… porque uno se enfrenta lo mismo a maquinarias antiguas que a modernas, pero eso es lo más interesante. Mi aspiración es convertirme en un obrero excelente”, dice.
Pero la luz de sus consejos delata que ya es uno de esos empleados que saben crecerse para iluminar a cuantos rodea. Es uno de esos jóvenes que desde su puesto mejoran a Cuba en silencio.
“Lo que hace falta aquí es motivación, porque tenemos faltante de personal, mucha gente se ha jubilado, solo han rescatado algunos mecánicos. Han entrado jóvenes con mucho interés de aprender y hasta ahora lo hemos sacado adelante jóvenes nada más”.
Y sí, desde el segundo piso de la casa de calderas, Vertientes, Camagüey y Cuba crecen mientras unos muchachos se empeñan en devolverle el alma a un coloso de antaño: el Panamá.
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