Yaileny Selema Sánchez tiene 28 años y pesa 110 libras. «No tengo más vida que no sea limpiar los animales». En una propiedad de poco más de dos acres, ubicada en Nevada, Estados Unidos, ha construido desde cero un santuario para animales que han estado al borde de la muerte por enfermedad, explotación o cuidados inadecuados.
Ocho caballos, 11 burros que iban a convertirse en picadillo, cuatro chivos, tres cerdos, cuatro perritos de praderas, dos vaquitas, un pavo real que apareció un día y se quedó en esas áridas tierras, un perro que hallaron en una bolsa de basura, otro que encontraron en el desierto —entre otras criaturas que Yaileny ha recogido con la intención de darles una segunda oportunidad de vida— componen un paisaje en el que hay casi de todo y en el que la armonía también es posible.
Cada animal tiene una personalidad. Marta —una cerdita a la que llevaban a pasear al parque— es la traviesa del rancho y Alfredito es el burro bebé al que todos quieren en redes sociales. De ponerles esos nombres latinos de acuerdo con cómo luzcan, su estilo o comportamiento, se encarga Ale, la pareja de Yaileny.

Ale y Yaileny fueron juntos a la escuela en Cuba. Diez años después se reencontraron en Las Vegas y no volvieron a separarse, a pesar de los momentos duros. «Él es mi mano derecha y este es un proyecto que hemos hecho los dos», reconoce.
Los caminos para cumplir un sueño
Cuando vivía en el barrio habanero San Miguel del Padrón, donde nació y se crio, Yaileny soñaba con lo que tiene hoy. Heredó de su madre el amor por los animales y siempre se rodeó de ellos. Tuvo perros, tortugas y pollitos.
A su alrededor, constató el abandono y le llamó la atención cómo los rescatistas cubanos ayudaban con lo que se podía, pese a los escasos recursos. Tenía la idea de que en Estados Unidos se protegía más a los animales, pero no fue eso lo que encontró.
Hace más de diez años llegó al país norteamericano con su padre. «Cuando vivía con él siempre rescataba gaticos, aunque él no me dejaba», recuerda. La separación de su mamá le costó mucho por lo apegadas que estaban. Siente que eso la desenfocó de su propósito: el rescate de animales.
En medio de los cambios que supone la migración, entendió que la mejor manera de alcanzar su objetivo era estudiar enfermería veterinaria. «Me dije: “la única posibilidad de hacer esto y ahorrarme un poco más de dinero y de tiempo, de no molestar a los demás, es si lo estudio” y eso fue lo que hice».
A los 17 años se mudó sola a Las Vegas para trabajar y estudiar a la vez. Recuerda que «no tenía carro, tomaba el bus en la calle. Fueron momentos duros, bajé unas 10 libras».
Vivía en un efficiency (apartamento pequeño y a menudo de bajo costo en EE. UU.), que era como vivir en un garaje. A pesar del poco espacio, ahí rescataba animales. Los compraba en tiendas para mascotas y los llevaba a vivir con ella. Conoció personas vinculadas con el rescate. Después de terminar el bachillerato y la licenciatura comenzó a trabajar en una clínica. Se dio cuenta de que los animales que nadie quería necesitaban un lugar seguro.
«Si yo no trabajara en las clínicas, si no tuviera contactos y ayudas, sería imposible, porque la mayoría de los casos que tengo son médicos, necesitan monitoreo, tratamiento», admite.
Del efficiency se mudó a un apartamento en el que continuó su propósito hasta que pudo instalarse en la propiedad que habita en la actualidad. Disponer de un espacio de mayor tamaño le ha permitido cumplir otro sueño: cuidar caballos. Lo hace desde hace dos años y asegura que son su debilidad.
«Mucha gente no conoce la situación tan dolorosa que pasan los caballos en este país, el maltrato que reciben y el abandono después de ser usados por muchísimo tiempo», lamenta. Cuenta que ha conocido el love language de los caballos y siente una conexión increíble con ellos.
Animales que sanan, animales que mueren
Pocos rescatistas apuestan por animales enfermos y explotados, según su experiencia. Porque requieren de un cuidado que no tiene horario ni fecha; además de los altos costos de los tratamientos médicos, del tipo de alimentación que necesitan y la dedicación que demandan... Nadie sabe cuándo sus cuerpos dejarán de responder.
«Ellos están en sus últimos momentos y si yo les puedo brindar un poquito de amor y de cuidados antes del fin, siento una satisfacción que no la da nada más», reconoce.
Entre sus tantas historias de rescate recuerda la de Paloma, una yegua de 30 años, ciega, que estuvo involucrada en un caso policial. La persona a su cargo la dejaba morir de hambre. Al llegar al lugar, encontraron cadáveres de animales que no pudieron salvarse. «Cuando la vi lloré muchísimo, fue un impacto bastante grave y decidí traerla para acá, tuve que mantener contacto con la Policía, fue un proceso bastante difícil».
Ha rescatado animales de zoológicos explotados por la exposición al público y sin cuidado profesional. Otros casos le llegan de las redes sociales. Las personas la llaman y le cuentan para que intervenga. O los dejan en la clínica para la que trabaja y ella termina su recuperación en casa.
Uno de los gatos que muestra en sus redes sociales lo encontró en la calle con la mandíbula fracturada, ni los doctores querían apoyarla. Buscó otro hospital en el que un especialista aceptó el riesgo de intervenirlo quirúrgicamente a pesar de su deteriorada condición física. Durante la cirugía el gato murió, le dieron reanimación durante tres minutos hasta que lo trajeron de vuelta a la vida.

Otros, sin embargo, no llegan a salvarse y esas vivencias han quedado documentadas y compartidas con los seguidores de Yaileny. Ella cree que los animales merecen un final decente y entiende como tal la cremación. «El costo de cremación es bastante caro, puede oscilar entre los 800 y 900 USD, de acuerdo con el tipo de cremación que queramos usar», explica.
Además, para ellos el daño emocional que causa la pérdida de un animal no tiene vuelta atrás. Como enfermera veterinaria, siente que, en cierto modo, está preparada para esa experiencia. Pero su pareja lo pasa mal y le cuesta gestionar el dolor y la ausencia.
En algunos casos como el de Rosita, una pony rescatada que padecía problemas hormonales y una malformación en una pata, realizaron una autopsia: «la solicitamos cuando simplemente necesitamos encontrar paz mental y una respuesta de por qué murió. Si la causa es algo que hicimos mal acá, si fue algún tipo de negligencia del hospital o si simplemente su sistema no estaba funcionando correctamente, y esto último fue el caso de ella».
Gracias a este examen conocieron que Rosita murió de un problema en el corazón que no fue detectado porque presentaba los mismos síntomas que sus padecimientos hormonales.

Rosita
Alos que sí logran recuperarse y desarrollar una vida normal, los ofrecen en adopción una vez curados. Los dan castrados y con vacunas a familias que deseen tenerlos. Solo quedan bajo sus cuidados los que tienen problemas de comportamiento, son demasiado ancianos o necesitan seguimiento médico por alguna condición física.
¿Cómo se sostiene el santuario?
En el santuario no trabajan voluntarios. Tampoco la economía familiar les permite contratar trabajadores. Viven a una hora de Las Vegas, lejos de la comunidad latina y en un sitio en el que el calor agobia, por lo que se les dificulta encontrar apoyo.
Solo tres personas se encargan del cuidado de los animales y el mantenimiento del lugar: Yainely, su novio y su suegra. La madre de Ale no solo se encarga de las tareas del hogar, sino que les ofrece el apoyo emocional que necesitan cuando el cansancio y la carga los sobrepasa.
Tampoco han podido acceder a ayudas del Gobierno. Para obtener un grant (subvención o beca), deben cumplir ciertos requisitos y someterse a un proceso de selección y espera. Ella no tiene tiempo que perder y ha decidido prescindir de esas ayudas. El alimento y la atención médica que requieren las especies del santuario lo proporcionan el trabajo de la familia y los seguidores en redes sociales.
Antes de abrir sus cuentas en Tik Tok, Facebook e Instagram, Yaileny debía completar más horas de trabajo a la semana para buscar dinero extra. «Tenía que trabajar como groomer (peluquera de perros y gatos) para ganarme 50 USD al día e ir a gastarlos en grano para los caballos».
En la actualidad, sus seguidores la apoyan con el pago de los tratamientos médicos, sobre todo en los rescates de caballos que son los más costosos. Hace pública cada factura y da seguimiento a las donaciones.

Para ilustrar a cuánto ascienden los gastos, explica que Alfredito, el burro que mueve las orejas al conversar con ella en redes sociales y camina por su casa con soltura como si fuera su espacio natural, necesitó 13 000 USD en diez días para curar una infección respiratoria grave y requirió dos transfusiones de sangre porque tenía la hemoglobina en parámetros en extremo bajos. Tuvo, incluso, un catéter en el cuello. El tiempo de hospitalización fue cubierto con el dinero recaudado.
El alimento también supone un gasto. Algunos caballos necesitan un grano sin azúcar, los más viejos deben comer un tipo de grano que contenga nutrientes y proteínas y así cada animal lleva una dieta.
La carta que juega Yainely ante sus seguidores para cubrir estos gastos es su honestidad. «Necesito siempre ser honesta con mi público porque las únicas personas que me apoyan son las personas que me ven a través del teléfono».
Aunque tiene alrededor de 100 000 seguidores entre sus tres cuentas en Internet, empezó sin saber nada. Ha aprendido a grabar y editar videos, a diferenciar los requerimientos de cada red social y se detiene a analizar qué videos tienen más vistas y por qué, intenta entender el fenómenos de la viralidad.
La sanación comienza con el alma
Los animales pertenecen al aire libre, a la naturaleza. Yaileny lo sabe, pero quiere que se sientan «extra amados». Llegan a ella después de haber vivido episodios dolorosos y experimentado el desamparo. Su manera de demostrarles amor consiste en dejarlos pasar tiempo con ella en los espacios que habite.
Marta, la puerquita, dormía a los pies de su cama y la sacaban con frecuencia a pasear al parque. Aunque en el santuario se adaptó a vivir a la intemperie con el resto de los animales, cada vez que las puertas de la cocina están abiertas, ella se cuela al interior de la casa.
Alfredito, que aún es un bebé, llegó a sus manos en estado crítico de salud, no se separaba de ella en todo el día. Dormía en un baño extra dentro de la casa. Sabía que cuando se apagaban las luces, ese era su lugar para pasar la noche. Durante el día, Yaileny lo montaba en su carro y se lo llevaba al trabajo. «Gracias a que la clínica ha dejado que yo siempre ande con mi “bultico” atrás, he podido hacer tanto», dice.
Alfredito ha crecido dentro de la casa. Para él, su especie son los humanos. Sabe cómo andar por la cocina para no tropezar con el fogón y cómo pisar para no resbalar en el piso de madera. En los videos de redes sociales se le ve tomando agua del grifo de la cocina; en otro que Yaileny compartió con elTOQUE, con un trapo en la boca simulando limpiar una meseta.
Aunque estas imágenes puedan parecer tiernas, la mezcla de sentimientos que implica el cuidado animal no da sosiego. «Estamos felices, pero a la vez estamos preocupados, también tristes y luego volvemos a ser felices, al rato a estar preocupados. El cambio es constante», reconoce.

Trabajando en el Rancho
Cada día, desde la 5:00 a. m. está en pie. A primera hora del día alimenta a los animales, con la comida que su novio dejó preparada la noche anterior. Le toma una hora alimentar a todos. Luego maneja durante otra hora hasta la clínica en la que trabaja cuatro días a la semana. Permanece diez horas allí y de regreso a casa, junto a su novio, limpia a diario el santuario. Terminan agotados en las primeras horas de la noche.
Los fines de semana los pasan construyendo en el santuario o manejan durante horas para rescatar animales donde quiera que estén.
«Quizá cuando tenga 50 años mire hacia atrás y diga: tenía que haberme preocupado un poco más por mí —reflexiona—, pero en este momento de mi vida estoy tan enfocada en mi proyecto que me resulta difícil hacerlo de otra manera».
Admite que cuando tiene un plan, nada la detiene. Se enfoca hasta lograrlo. En cinco o seis años aspira a tener un sitio más grande en el que rescatar más caballos.
Con la certeza de que obtendrá lo que quiere porque si no crece no puede ayudar, asegura que quienes la siguen y apoyan serán testigos de cómo logra sus sueños.
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