Dayli y Juan Carlos comenzaron un bello noviazgo, y luego de seis meses; una tarde, él le pidió matrimonio. Planearon casarse en el registro civil, la notaría, o el Palacio de los Matrimonios, donde primero “resolvieran” el notario. “Todo ocurrió conforme a los planes, menos el intercambio de anillos”, cuenta la joven.
“Cuando mi esposo y yo recorrimos las joyerías particulares, las alianzas matrimoniales de oro oscilaban entre los 40 CUC la de mujer, y 60 la de hombre, sin contar el solitario femenino, carísimo también.”
“Decidimos casarnos sin anillos, pues de plata no quisimos comprar. Varias veces Dayli ha tenido joyas de ese metal y se mancha, no es auténtica, al menos la que te ofrecen muchos joyeros cubanos”, dice Juan Carlos.
Tras un año y medio de casados apareció una solución para adquirir los anillos de compromiso más baratos: comenzó en Cuba el “boom” de las joyas del llamado “acero quirúrgico”.
En la ciudad de Santa Clara, por ejemplo, impresiona el alto número de puestos de trabajadores por cuenta propia que comercializan todo tipo de variedades, desde pulsos, cadenas, anillos de compromiso y normales, aretes de todo tipo.
“Se venden muchísimo, y la mayoría de los clientes que llegan hasta aquí son jóvenes”, dice Anarelys Díaz, toda una “especialista” en este tipo de prendas.
“Por ejemplo, vienen muchas muchachitas que cumplen quince a comprar las cadenas y anillos con que se retratan. Yo misma para los quince de mi hija aparté una cadenita de estas, y hasta ahora no se ha manchado, y de eso hace dos años ya”, agrega la vendedora mientras me muestra la mercancía.
Me las traen de Panamá, Ecuador y Estados Unidos fundamentalmente, pues aquí no se producen.
“Mis proveedores las entran en el equipaje de manos, pues como ves, es una mercancía muy fácil de trasladar.”
Anarelys comenta que no solo las mujeres son clientes potenciales, también se ha generalizado el uso de anillos, pulsos o “guillos” y cadenas de acero quirúrgico en hombres jóvenes.
Cuando le pregunto si es un truco de venta decir que no se manchan ni pierden el brillo en años, la cuasi joyera me responde:
“Todavía nadie ha venido a reclamar o decirme que lo engañé. ¡Al contrario, una vez una muchacha que me compró la cadena de sus quince, me mandó después como diez amigas de la escuela para lo mismo!”, argumenta entusiasmada.
Eso sí, advierte Anarelys, el brillo no es eterno, al cabo de dos años y medio o tres comienza a mermar, pues todo lo que brilla no es oro.
Tan es así que el brillo de la boda de Dayli duró poco, al menos en los anillos. Al mes de tenerlos, el material comenzó a blanquear y mancharse.
“Estábamos contentos con los anillos y de pronto, comenzó a caerse el revestimiento dorado del mío, pues con ellos hacía los quehaceres de la casa, pensé era por el agua y comencé a quitármelos, pero siguió pasando”
A Juan Carlos le pasó de manera similar, “y era por el sudor”, me cuenta. “Ahí nos percatamos que no era tal acero quirúrgico, que los anillos por los que habíamos pagado 15 dólares— diez por los de Dayli y cinco por los míos— eran de fantasía, y una mala”.
Estafados y frustrados, los jóvenes no pudieron devolver los anillos. Debieron pasar tres meses para que volvieran a reunir los 15 dólares del juego de alianzas con los ahorros de sus salarios como profesionales. Pero al final lograron rehacer el pacto con la antiquísima tradición de intercambiar alianzas.
“A falta de pan, casabe”, dicen resignados.
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