Aquella noche Raptus no llegó a tiempo al Museo Nacional de Bellas Artes, y perdió una de esas esporádicas oportunidades de presentarse en la capital. El ómnibus Yutong falló en el momento justo como para que desde el centro provincial de la música en Villa Clara reconocieran que nada podía hacerse ya, y les sugirieran a los artistas que llamaran para cancelar su concierto. De tal suerte, justo a la hora en que algún capitalino perdía su boleto, conocí al más joven de los integrantes de esta agrupación de música de cámara.
Con 23 años, recién graduado del nivel medio, y no sin dificultad, Jonathan Castillo, logró incorporarse al reconocido grupo santaclareño. Según dice es difícil ser músico en una ciudad como Santa Clara, la cual reconoce entre las capitales culturales del país: “si bien no hay demasiadas opciones de trabajo, prácticamente tampoco existe competencia.”
Al terminar sus estudios y como parte del servicio social formó parte de la banda provincial de conciertos, y desde entonces ha tomado cuanta opción se le ha presentado. Por eso lista en su currículo tanto formaciones de música de concierto como otras de la corriente popular bailable.
“En realidad disfruto tanto lo uno como lo otro. Adoro lo que hago en Raptus, y me fascina la música popular y el Jazz, pero no tienes demasiadas opciones en una provincia. Si quieres vivir en una ciudad como Santa Clara tienes que hacer lo que aparezca. No son todos los que logran tener un espacio fijo en el polo turístico de la cayería villaclareña, y tampoco somos todos los que estaríamos dispuestos a esa esclavitud solo por ganar un poco más.”
Por esclavitud define los largos viajes de casi 300 kilómetros de ida y vuelta, los viajes en plena madrugada, la frecuencia agotadora de tanto movimiento…
En Santa Clara es usual encontrar excelentes músicos acompañando una cena en un restaurante como La Casa del Gobernador (el más caro de la ciudad), donde Raptus se presenta los fines de semana. Un sitio donde no todos saben apreciar la calidad de la propuesta cuando la acompañan con una cerveza, o está precedida por un reguetón.
“Pero hay que hacerlo, porque son los trabajos ocasionales los que más ingresos te aportan, y a veces incluyen propina. Si bien el trabajo diario resulta más que necesario por ser algo estable, uno tiene que hacer concesiones para poder vivir. Y tenemos que agradecerlo, porque estos establecimientos ganan más poniendo música grabada que pagándole a los artistas”.
“Algo está mal —dice Jonathan—cuando muchos reguetoneros ahora mismo, sin hacer prácticamente nada, o sin dominar la música en lo más elemental, pueden ganar sumas fabulosas que superan lo que ganaría una figura de la música clásica cubana reconocida en el mundo.”
Bien sabe Jonathan que grandes talentos de la música nacional no pasaron por academia alguna. Reconoce que esa musicalidad cubana de la que habla más que tradición es sustento cultural de un pueblo. Como cubano le gusta sentirse dentro de esa sinfonía perenne y volátil que está en la cola y el parque, en el pregón y el dicharacho. Por eso decidió hacerse músico.
“Y estudiar música en Cuba tampoco es que sean tan fácil. Si bien en otro país es atormentadoramente caro, aquí no, pero tampoco tienes el suficiente material de estudio o los instrumentos. Este trombón me lo compró mi padre cuando tuvo la oportunidad de salir al extranjero, y fue un tremendo sacrificio pues un trombón bueno cuesta 2 mil dólares. ¡Imagínate en Cuba, donde se cancela un concierto porque no hay una guagua!”.
A causa del fatalismo geográfico muchos jóvenes como tú deciden marchar a la Habana en busca de mayores oportunidades. Con 23 años ¿cuáles son tus aspiraciones ahora mismo?
“Hasta en Nueva York hay excelentes músicos que están tocando en la calle porque ha llegado un momento en que no basta la excelencia, es preciso la genialidad.
“Yo estoy en contra de la centralización del arte y la cultura. Pienso que constituye un rotundo fracaso para un país que solo en su capital se disfrute de buen arte. No quiero seguir el mismo camino de otros jóvenes, que hacen dinerito y se van a la capital para con la ayuda de un amigo buscar un espacio dentro de una agrupación.
“Yo creo en la posibilidad de tener buen arte desde una ciudad como Santa Clara, donde no tengo nada y a la vez lo tengo todo, desde mi hijo de 8 meses hasta el barrio donde crecí y la peña de mañana. Ahora, si esa peña viene con propina… mucho mejor.”
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *