película Vicenta B

Fotograma de Vicenta B, película dirigida por Carlos Lechuga

Cine cubano: contra la historia única

29 / diciembre / 2022

ACTUALIZADO 03/01/2023*

Lo que intentaron silenciar no es la obra. Es, sobre todo, al autor. Más que el duelo de la emigración, desean ocultar la persistencia del exilio, las voces del disenso. Solo así se explica la reciente censura de la película Vicenta B en la edición 43 del Festival Internacional de Cine de La Habana. La cancelación, como forma de presión política, deviene dispositivo recurrente para controlar los relatos. Hablamos no solo de la centralización estatal del cine, sino de toda la vida cubana. Y para hablar de la historia única es preciso hablar del poder.

El 2022 fue también el año en que se negó la participación en el evento al documental de Jorge A. Solino, El trueno y el viento. «El audiovisual, que aborda la vida y obra del cantautor cubano Pedro Luis Ferrer, no fue aceptado y no nos dieron explicaciones ni motivos. El Festival de La Habana era su destino natural. Lo que sí conocemos son las causas de la censura que ejerce el Gobierno», revela Solino desde Miami, ciudad donde reside.

En el caso de Vicenta B, autoridades del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) refirieron que no se trataba de una censura sino de una negativa del equipo de la película a aceptar ciertas condiciones. Pero el director de la cinta, Carlos Lechuga, aseguró que la exclusión de la competencia no se debía a un filtro artístico sino a un mecanismo de control político. «O sea, no es una decisión del Festival, no es una decisión artística. Es una orden policial», declaró el cineasta.

En ese contexto, el actor Héctor Noas denunció en redes sociales estar ante «una historia interminable». También el actor Luis Alberto García comentó que «antes sucedió… con Alicia en el Pueblo de Maravillas, Revolution, La obra del siglo, QHUP [Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez]… Santa y Andrés, Melaza, el documental Silvio por los barrios, Balseros, Habana, mi amor, Sueños al pairo y el documental de Juanpín [Juan Pin Vilar] sobre “el contrarrevolucionario Pablo Milanés”».

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Cartel del documental de Jorge A. Solino, cuya participación en el Festival de Cine de La Habana no fue permitida

Hace unos años, el crítico y documentalista Gustavo Arcos aseguró que «la lista de películas marcadas para morir en Cuba es larga». En ese texto reveló que «los filmes cubanos se convierten cada año en la manzana de la discordia», durante el proceso de selección previo al Festival de Cine de La Habana. Señalaba además que «otro “comité” extracinematográfico incide y presiona para que no se incluyan ciertas obras, consideradas incómodas o “políticamente incorrectas”». En la lista de “indeseables” de ese año estaban las cintas Regreso a Ítaca, de Laurent Cantet, y Santa y Andrés, de Carlos Lechuga.

El discurso artístico sobre la realidad cubana y su ficcionalización ha dinamitado los límites de la historia única para establecer una narración cada vez más fragmentaria. En lugar de la historia monolítica encontramos relatos digresivos, marginales, disidentes, multifocales, que completan el archivo audiovisual de lo cubano. El cine insular es también la lista de omisiones y borramientos, censuras y purgas que matizan desde hace décadas la política cultural del poder en Cuba.

Hurgar en los archivos, narrar a través de las fisuras del discurso oficial, recuperar voces silenciadas han sido constantes en producciones cubanas recientes que no se verán en las salas nacionales de cine. El caso Padilla (2022), de Pavel Giroud, y Lezama Lima: Soltar la lengua (2019), de Ernesto Fundora, son solo dos ejemplos de ese deseo de penetrar en el país desconocido.

Sobre la última obra, Fundora advirtió que «Lezama ha sido objeto de una especie de operación de borrado de la historia, de desaparición o de fantasmagorización, [que] no debe perpetuarse. Esto debe ser declarado, debe ser revisado (…), uno de los impedimentos que tuve consistió en que casi toda su memoria cinematográfica se ha perdido: no tenemos imágenes de Lezama en cine ni en televisión; no lo podemos ver y escuchar a la vez».

Hasta el momento, Lezama Lima: Soltar la lengua no ha sido proyectado en Cuba. El director del documental reveló a elTOQUE que «no ha percibido ningún interés» del ICAIC por que se vea en los cines cubanos. «A Lezama lo usan para sus necesidades de imagen pública. Mi serie de documentales sobre Cuba tampoco la han exhibido porque no juega con su fórmula de control del imaginario nacional», enfatiza Fundora. 

En una entrevista anterior aseguró que, del autor de Paradiso, solo había tres poemas grabados por Casa de las Américas y más de cien fotografías, realizadas por Chinolope, Iván Cañas, su familia y algunos amigos, que forman parte la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional, «la cual es bastante inaccesible, porque ese patrimonio de la nación lo ha confiscado el Estado, como si fuera un acervo privilegiado para una élite, unos pocos, cuando debería ser un bien común de la ciudadanía, de la sociedad civil cubana».

Oficio de censor: omisiones, borrados y ausencias

En Breve historia de la censura en Cuba, el historiador Rafael Rojas advierte que «la naturalización del mecanismo de la censura dentro de los regímenes de partido comunista único se transfirió de la Unión Soviética a todos los países del campo socialista, incluida Cuba, que se incorporó gradualmente a ese bloque entre 1960 y 1971».

De ese modo, la temprana censura de PM de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante en 1961 fue «uno de los efectos de las pugnas internas en la volátil esfera pública revolucionaria donde la producción del cine quedó desde aquel año centrada en el ICAIC», afirmó el investigador Julio Ramos.

El punto de partida para entender los límites impuestos por el Gobierno cubano en materia de creación y pensamiento está en el discurso Palabras a los intelectuales, de 1961, que devino documento regulador de la obra artística desde los marcos estrictos delimitados por la dirigencia del país.

Según el historiador Rafael Rojas, de Palabras a los intelectuales se desprendían «tres premisas básicas de la política cultural cubana: 1) la censura es un “derecho” del Estado; 2) el Gobierno y sus dirigentes tienen el deber de clasificar a los escritores y artistas en “revolucionarios”, “no revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”; 3) los límites de la libertad de contenido, trazados por el Estado, se aplican a todos los intelectuales, incluidos los revolucionarios».

Más de seis décadas después, dos realizadores cubanos conversan en el proyecto El desvelo sobre ese «derecho» que se sigue ejerciendo contra cualquier obra que pueda cuestionar al Gobierno o rebelarse contra el discurso oficial. Al realizar un recuento histórico de la censura en Cuba, el joven cineasta José Luis Aparicio afirmó que «desde el principio hubo una visión muy clara de que se iba a instrumentalizar el cine». El proceso se definía también como un «forcejeo para ver quién tenía la última palabra sobre lo que se podía hacer en Cuba en materia de arte, cine y cultura».

A la épica revolucionaria y el paradigma del «hombre nuevo» se contrapuso un grupo de artistas que en los años sesenta «divergieron de la narrativa del ICAIC, como Nicolás Guillén Landrián, Fernando Villaverde, Fausto Canel, Roberto Fandiño y Orlando Jiménez Leal, quien tiene que marchar al exilio justo después de PM. Ellos defendían una visión del mundo y del cine que estaba proscrita», agrega Aparicio.

Testimonio de una huella y una pérdida

En marzo de 2018 el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) exhibió la muestra «Cine cubano bajo censura», la cual realiza un recorrido a través de más de cinco décadas por obras y autores silenciados o reprimidos en Cuba por motivos políticos.

En la muestra se incluyeron las cintas Conducta impropia (1983), de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros. También, Seres extravagantes (2004), de Manuel Zayas; Persona (2014), de Eliécer Jiménez; Nadie (2016), de Miguel Coyula; Crematorio (2013), de Juan Carlos Cremata; Despertar (2011), de Ricardo Figueredo y Anthony Bubaire; y El tren de la línea norte ( 2015), de Marcelo Martín.

En declaraciones a elTOQUE, el realizador Eliecer Jiménez dijo que «el régimen cubano, como la mayoría de los regímenes totalitarios, está obsesionado con la administración de la memoria. En el siglo XXI, con las mejoras tecnológicas y la llegada de cámaras a manos independientes se inició un movimiento de cine muy distinto a la propuesta hegemónica del ICAIC y muy pronto se vieron películas que respondían a otra lógica que no era exactamente la del control». En ese lugar sitúa a cintas como Buscándote Habana (2006), dirigida por Alina Rodríguez o Zona de silencio (2007), de Karel Ducasse, dos filmes que abrieron caminos para los nuevos discursos, tanto en lo cinematográfico como en lo político, afirma.  

Según Eliecer Jiménez, «luego vino toda una generación, entre la que me incluyo, que derribó el muro de la censura, muchas veces a cuenta y riesgo. En el camino, el ICAIC creó la Muestra Joven y comenzó a fiscalizar la producción independiente, censuró y definitivamente fracasó».

La lista de omisiones e intentos de borrado es mayor y se prolonga por varias décadas. En «Cine cubano fuera del cine cubano», Lyn Cruz denunciaba, a raíz de la censura en 2019 al filme ¿Eres tú, papá? del cineasta Rudy Riverón Sánchez, que «esos eventos, visibilizan la complejidad de los manejos políticos, dentro de la industria cinematográfica».

En septiembre de 2020, el ICAIC anunció que emprendería la restauración de las obras del destacado cineasta y pintor cubano Nicolás Guillén Landrián, quien murió en Miami en 2003, donde se exilió en 1989. El intento de recuperación llegaba tras varias décadas de silenciamiento de su legado.

Ese mismo año, varios creadores retiraron sus obras de la Muestra Joven ICAIC 2020 como señal de protesta, a raíz de la censura del documental Sueños al pairo, de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado. El audiovisual que recupera la historia del músico Mike Porcel, condenado en Cuba al ostracismo, agitó el debate sobre el control represivo dentro del ICAIC.

En el canal de Telegram El desvelo, Aparicio aseguró recientemente que la película tiene «cierta ingenuidad política». Supuso también que podría exhibirse sin dificultades. «Pensé que podía tener un momento de diálogo con el público, ponerse en la Muestra… Ahí finalmente comprendimos que, 40 años después, el país no había cambiado en su esencia represiva e intolerante. Lo que estábamos hablando sobre el pasado de Mike Porcel, en 2020, era el presente de Cuba. Lamentablemente la película venía a hablarnos del presente», puntualiza el realizador.

2022: desempolvando archivos en El caso Padilla

El director y diseñador Pavel Giroud está convencido de que su última película no se exhibirá en Cuba de modo oficial. «No creo que El caso Padilla se vea en Cuba», revela a la prensa desde Madrid. En otra entrevista aseguró que «el poder tiende a contar la historia desde su conveniencia» y que cuando se extiende tanto en el tiempo «llega a tener un control absoluto de la difusión de la historia».

Giroud explica que los hechos ocurrieron antes de su nacimiento y solo supo de ellos en los años noventa, cuando leyó por primera vez el ensayo autobiográfico La mala memoria, del escritor Heberto Padilla (un texto en el que relata, entre otras cosas, su experiencia como detenido de la Seguridad del Estado en la cárcel de Villa Marista y su posterior autocrítica en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Cuando Pavel conoció la historia habían transcurrido más de 20 años del suceso.

«Hoy están ocurriendo otros “casos Padilla”. La única diferencia es que si aquella vez la vanguardia intelectual progresista del mundo se dirigió a Fidel Castro en una carta de protesta muy sólidamente firmada por grandes nombres, hoy estamos un poco más solos y poca prensa se hace eco de lo que está ocurriendo en Cuba», afirma.

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«No creo que El caso Padilla se vea en Cuba», revela su director

La cinta, que trae a la luz una filmación oculta durante más de medio siglo, va tejiendo testimonios gráficos y audiovisuales de aquella época para mostrar otras aristas de la historia del novelista y poeta cubano. Según el cineasta, el objetivo de la película es «que gente que no supiera de Padilla conectara con el documental. Contar una historia más que emitir juicios directamente».

«Hay quien ha dicho que el ICAIC iba a desclasificar el caso Padilla, ni hablar. De hecho, lo que yo tenía era una cinta, el negativo debe estar en Cuba todavía y no me parece que ellos lo vayan a desclasificar jamás porque ese evento deja muy mal parada a la Revolución cubana», refiere.

Giroud ha declarado varias veces que no cree que la película pueda entrar en los circuitos oficiales de exhibición controlados por el Ministerio de Cultura. «Sabemos que eso no va a pasar». Sin embargo, quiere que el público cubano pueda verla. «Pensaremos en estrategias para que sea así. No son los tiempos en que se necesitaba un proyector y una sala de cine para que la gente viera una película».

Cubanos. Transfronterizos. Transnacionales

Ante la censura nacional, salir afuera es el único camino que queda a los filmes silenciados por el poder estatal. Es decir, hablamos de cintas que deben recorrer otros festivales y países. Así ha sucedido este año con la mayoría de las películas cubanas realizadas en el exterior, debido al exilio o la emigración de varios directores, guionistas y productores.

La documentalista española Lola Mayo precisó que «un festival, un fondo de apoyo, un laboratorio de creación, una proyección cualquiera de una película permite en determinadas situaciones que esa película y ese cineasta existan. Son esos eventos transnacionales su única esperanza de vida». El cubano Miguel Coyula es uno de los artistas que ha debido recorrer ese camino.

«Todos los cines de Cuba están dominados por el empleador único que es el Gobierno. No existe la posibilidad de que tengas una sala de cine independiente. Más allá de eso, en 2017 terminé un documental que se llama Nadie sobre el poeta Rafael Alcides, que es un poeta que vivía al margen, un poeta disidente. Tratamos de hacer una proyección en una galería privada… Hubo una redada policial para evitar la proyección de la película», denunció Coyula.

La obra del artista se mueve de forma clandestina en Cuba, a través de proyecciones que realiza en su casa o de copias que el propio director ofrece a personas cercanas, debido a que «ni siquiera El Paquete Semanal, que es el que distribuye el TB de información con películas pirateadas, incluye este tipo de materiales porque les puede perjudicar el negocio».

La película Corazón azul (2021) tampoco se presentará en los cines cubanos. Coyula, su director, ha preferido moverse de modo subterráneo evadiendo los canales oficiales de control y exhibición establecidos por el ICAIC. Hace unas semanas, el espacio «Cine bajo las estrellas» de la Embajada de Noruega en La Habana proyectó la película por primera vez en Cuba.

En los últimos dos años, la crisis migratoria ha dejado sus huellas en el cine cubano. Numerosos realizadores se han marchado del país pero insisten en seguir contándolo desde lejos. Esa es también la historia de Eliecer Jiménez. Su carrera estuvo marcada por la censura en 2008 del cortometraje Toilet-ando sin ganas y su posterior expulsión (por dos años) de la Universidad de Camagüey. 

Desde el exilio, en Estados Unidos, Eliecer reflexiona sobre esos años. «Luego hice todo mi cine fuera de las instituciones estatales, al margen de los espacios de exhibición y las publicaciones. Fui amenazado por Roberto Smith, el otrora presidente del ICAIC. Fui perseguido por la Seguridad del Estado y sobreviví. Mi respuesta a eso siempre fue hacer cine», remarca. 

Como parte de sus estudios de doctorado en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), Eliecer está creando, junto al doctor Santiago Juan Navarro, el Cuban Diaspora Film Archive (CDFA), para proteger y promover el cine de los cubanos exiliados y el cine independiente. El objetivo es «crear un espacio abierto para todos».

El éxodo (o exilio), como nudo generacional, perfila la vida de numerosos realizadores que amplían los márgenes del audiovisual cubano. «Es difícil hacer cine en cualquier parte del mundo. Hacer cine como migrante es casi utópico», refiere en El desvelo el cineasta José Luis Aparicio, radicado recientemente en España. Su cortometraje de ficción Tundra (2021) ha recorrido con éxito varios festivales internacionales. Lo define como una película para sentir Cuba no para entenderla.

Desde el nuevo país que lo acoge, el joven cineasta se interroga: «¿Cómo filmamos Cuba en otra parte? ¿Dónde encontramos esa Cuba del exilio que es una Cuba más abstracta?». Queda la posibilidad de encontrar «nuevas maneras de hablar sobre el país desde esta diáspora, desde este distanciamiento», asegura Aparicio. Mientras tanto, una parte del cine cubano, dentro o fuera, sigue cuestionando el paradigma de la historia única al recuperar relatos, voces e imaginarios cercenados (o negados) por el poder.

*Este texto fue ACTUALIZADO para AGREGAR que la expulsión del cineasta Eliécer Jiménez de la Universidad de Camagüey fue por dos años.

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Eduardo Gutiérrez

Eliecer Jímenez Almeida no fue expulsado de la Univ. de Camagüey. Se graduó allí. Que deje de mentir.
Eduardo Gutiérrez

Desiderio Borroto Jr.

Excelente artículo, atinado y reflejo de la Cuba profunda que el cine independiente protege del olvido, de gentes y momentos que fueron y son cruciales. Un 10 de 10
Desiderio Borroto Jr.

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