Elier Díaz de Villegas. Foto: Carlina Vilches
De una Harley Davidson a la Motocross
13 / febrero / 2017
El motocross en Cuba es un asunto familiar. La pista es todo polvo, fango y obstáculos de gomas en desuso, pero ellos están ahí, acompañándose, porque a las motos se llega con seis o siete años si tienes habilidad, apoyo financiero o la tradición en casa.
Así le pasó a Elier Díaz de Villegas, llegó a las pistas oficiales porque en su casa de Santa Clara había una Harley Davidson, a costo y riesgo de lo que una vez significó tener una de esas en la Isla. Más que tener, mantener.
Había tres tipos de causas por la cual encontrarse una de esas en el hogar: por pasar de padre a hijo, por adquirirse durante su devaluación en la crisis económica del Período Especial o como sucede en los tiempos actuales, obtenerlasal costo altísimo que representan. A Díaz de Villegas, le bastó con lo primero, pasó de su abuelo a su padre, de su padre a él.
“Yo siempre anduve con mi padre en su Harley, a donde fuera le gustaba llevarme, así que fue natural mi apego por las motos. No levantaba una cuarta del piso, cuando me inculcó su amor por esa moto, sé que algún día me tocará cuidarla, y a mis hijos. Es una reliquia”, dice Díaz de Villegas.
En Cuba existen más de 300 motos de la famosa marca norteamericana en buen estado. Se reúnen anualmente. Para el 2017 ya tienen fecha y sitio: febrero, en Varadero. Con una cuota de inscripción de 30 cuc.
Pero es en 1992 que surge el Club Motos Clásicas en la Isla, y varias subsedes a lo largo de Cuba, como pasa en Santa Clara, donde en cada fecha de exhibición pueden reunirse cerca de 100 motos. Se premian las más cuidadas, la más popular, la de mayor recorrido, en fin, se compite.
El padre de Elier, es el presidente de ese club en Villa Clara. El gusto por las Harleys aquí renace aupado por la pasión de sus dueños y por las paradas que hace la agencia La Poderosa Tours, que encabeza el hijo más pequeño del guerrillero Ernesto Guevara. Un gancho turístico poco divulgado, pero muy rentable.
Al Díaz de Villegas más pequeño lo de ser harlista le tocaba, así que con ocho años prefirió medirse en los circuitos nacionales de la Motocross. Ochos años más tarde de aquella incursión en el conocido y difícil circuito del “Arcoiris” santaclareño, ya es uno de los cuatro integrantes del equipo nacional y el segundo del ranking en su categoría.
“Primero empecé montando motopistas, y paso para las Motocross. ¿Por qué? Para las motopistas en Cuba no había tantas carreras, las pistas están en malas condiciones. Mi familia y yo entendimos que no había futuro, y así me cambio, quiero decir que me escogen. Hicieron unas pruebas en Villa Clara y me eligen. Mis objetivos son ganar en cada circuito que se corra en la Isla. Ser el mejor”.
Sucede que las motos que corren en los circuitos oficiales cubanos son en su mayoría de marcas desaparecidas en los mercados internacionales. Ya no se fabrican, como la checoslovaca CZ. El taller de mantenimiento es un monumento a la inventiva del cubano. En el suelo, la grasa de “medio pelo” y el combustible funcionan como alfombra. Hay tres o cuatro motos despintadas y polvorientas rumiando sus carencias, en lo que el mecánico—apenas de oídas—te dice: “Va a salir, pero esto no suena bien”. Dan dos golpes con una llave en el motor y otra palmadita en el hombro del cliente de turno. Hay un margen de valentía amplísimo que no se ve tras los números de una hoja de datos del circuito nacional.
“De más chico tú no piensas en el riesgo. No es mentira si te dicen que no tienes miedos. Te concentras más en el equilibrio esencial para la Motocross, en cómo levantarte al caer, porque sabes que vas a caerte varias veces. Cuando hay competencias internacionales, siempre que nos inviten, vamos los cuatro integrantes del equipo nacional. Ya por estar en el Nacional, se pierden las categorías, y no importa la edad, competimos contra todos. Ahora cuando uno viaja es que puede conseguir algunas de las cosas que necesitamos para el mantenimiento, nosotros mismos lo conseguimos. Desde uniformes hasta los cascos, gomas. La ayuda de los padres y familiares en el exterior también es importante”.
Otra razón son las donaciones de competidores solidarios. Una pieza, un uniforme usado, hasta un casco, nada nunca está demás. En cada circuito siempre hay corredores extranjeros. Quizás si se insertara el circuito en la arena foránea, las condiciones actuales fueran otras. Pero son esas mismas condiciones materiales las que tampoco permiten que se mire a la Isla como opción, y todo es como un círculo vicioso donde gana el inmovilismo.
En la pista del Arco Iris, a un costado del laterío que suponen las divisiones de cada parqueo de motos, se arrima una camioneta negra. Se descargan 3 motos, prácticamente nuevas, entre verdes y amarillas. Colocan unas cintas de “No pasar” y comienza el flasheo de los celulares. Los competidores mexicanos hacían su entrada. Entre las carcachas del circuito nacional, la novedad llegaba en clase turista.
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