May, actriz y modelo cubana. Foto Cortesía de la entrevistada.
Demasiado blanca para ser cubana
25 / julio / 2017
May puede que se haya hartado de muchas cosas. De lo que otros (no) ven en ella, (no) piensan de ella, (no) creen que ella puede hacer. Del cine cubano (de la industria, no las películas). Se ha hartado ya de muchas cosas, pero no de sí misma.
Es ella: la actriz; la fotógrafa; la que vende en las ferias de verano carteras de cuero hechas por sus padres, la que nació en Cruces —un pueblito de Cienfuegos—, en el Período Especial; la que tiene la piel muy blanca y los ojos claros…
Es ella: la que cuando llega a un casting le dicen lo mismo: “Pareces extranjera”; la que no es mulata ni culona, pero sí cubana; la que se pregunta por qué no puede representar lo que en realidad es.
Tan blanca tan blanca, conoce el racismo.
Hace poco una amiga le avisó de un casting abierto para la nueva película de Fernando Pérez. Ella había decidido no ir a ninguno más si al final para qué, siempre le decían lo mismo. Pero esta vez era Fernando Pérez y pensó –todavía piensa- que si podía hacer la película con él podía entonces morir tranquila.
May no llegó a tiempo al casting porque se perdió –según ella, guajira al fin- en el entresijo de calles del reparto habanero Kohly. Y mientras intentaba dar con la dirección, se cuestionaba si también ahora le dirían que no funcionaba para contar una historia de la realidad cubana.
A la mañana siguiente, en su propia casa, May no era ella, sino una muchacha de circo que lo había abandonado todo por amor a su director. Y justo esa mañana el director le había pegado y ella pensaba en tanto abandono por nada.
May tenía la cámara sobre el trípode, enfocó y apretó el obturador. Fue un alivio.
Luego escribió en su cuenta de Facebook un post: “May tiene 26 años, no ha tenido un personaje de peso en una película. (…) May ya siente que su cuerpo es diferente, sabe que hay personajes de niña o adolescente que no hizo y no podrá hacer. (…) May comenzó a hacer una serie de fotografías donde actuará momentos que siempre ha querido hacer. En cada habitación de su casa ubicará un personaje diferente. Cumplirá en fotos algunos deseos, por si no se cumplen de otra manera”.
“Si no consigo que nadie me vea”, me dice, “entonces lo haré yo. Voy a ser mi propia directora, aquí mismo en casa. Voy a hacer que me vean súper diferente en cada retrato, ¿entiendes?”
Si se levanta en las mañanas y no tiene nada que hacer —como me explica— pero sí muchas cosas que decir, se inventa las maneras. Lo mismo hace fotos que pinta botellas. Ahora hace fotografías de moda para la revista Garbos, otra forma de trabajar con el espíritu y el cuerpo.
May no fuma, pero esa mañana en que decidió actuar en fotografías, se llevó a la boca un cigarro viejo y medio mohoso que alguien había dejado en su casa. Se tiró en el sofá revuelta del asco, y pensó que podía estar loca. Y aunque puede que sí, en realidad solo tiene muchas ganas. “No soy la mejor actriz, por supuesto que no lo soy, pero tengo tantas ganas que ahora mismo un director me escoge y estoy segura de que logrará de mí lo que quiera”.
Porque ella lo que quiere es actuar. En una película. En Cuba. “Lo necesito”- y me mira-. “Soy actriz. Es algo que soy, no algo que me gustaría hacer”.
May se reconoce cubana, aunque por pura fantasía se recrea en los personajes del animador japonés Hayao Miyazaki. Fue Ponyo con el pelo muy largo y naranja, la brujita Kikki con el pelo corto y castaño. Ahora lo tiene muy corto y rosado.
—¿Cuál eres entonces?
—No sé, todavía no lo he descubierto.
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