Quizá porque nació cuando los rigores del periodo especial comenzaban a hacerse sentir con fiereza en los hogares cubanos, desde niño Ismael Fragoso encontró en los hierros viejos el placer que hubieran podido proporcionarle los juguetes que no tuvo.
Para este muchacho del poblado villaclareño de Jicotea, la oportunidad de desarrollar su talento llegó con el programa de Formación de Instructores de Arte. “Agradezco a los profesores de allí que me enseñaron los secretos del oficio, pero creo que el éxito es individual, y que he aprendido de mis propios errores”, asegura Ismael, consciente de los prejuicios con relación a los graduados en una escuela cuya misión era ante todo instruir a niños y adolescentes de la enseñanza básica.
Sin embargo, a golpe de talento, este sastre metalúrgico se propuso desmentir, con hechos, la creencia acerca de la supuesta incapacidad creativa propia de los instructores de arte.
Ismael comenzó a presentar obras en exposiciones personales y colectivas, y obtuvo premios en eventos municipales, nacionales e internacionales, como los de Humorismo gráfico de 2011 y 2013. De tal modo, se convirtió en el más joven integrante de la Asociación de Artesanos y Artistas en Villa Clara, hecho que avalaba la calidad estética de sus creaciones.
Tanto ajetreo no pasó inadvertido para su evaluador laboral en la Escuela Secundaria Básica Juan Marinello, donde Ismael trabajaba. En lugar de apoyar sus inquietudes artísticas, su trabajo como docente fue evaluado de deficiente, sin duda en represalia por el “atrevimiento” de un instructor de arte de salirse de las exigencias estrictamente escolares.
“Cuando fui a la dirección municipal de Educación a aclarar el asunto, me dijeron que podían revisar la evaluación, para ver si me subían, y les dije que ya era tarde”.
Ismael Alejandro decidió abandonar la docencia y el arte pasó a ocupar casi todas las horas de este muchacho que se halla casi siempre entre metales, en el taller que construyó detrás de su casa. Allí arma sus ideas con desechos metálicos recolectados, como alambres, molinos, máquinas de coser, rejas, calderos, chatarra arrancada al olvido y renacida a la vida con nuevas formas.
Pero el artista necesita sostenerse a sí mismo y a su familia, y entonces aparece la producción de objetos en serie, la confección de artesanía como la opción más segura. ¿Acaso peligra la suerte de este artífice ante los dictados del mercado?
“Mentiría si dijera que lo que me impulsa a realizar la artesanía es solamente lo comercial, hay un espíritu de artista adentro que no me deja, porque me gusta crear, desarrollar ideas, comunicar lo que pienso con la misma chatarra que me acompaña desde la infancia, a la que le busco un sentido. Y claro, mantengo la parte comercial, porque si no, no podemos vivir, eso sí, trato de que me salgan cosas genuinas, con estética. Porque sea comercial, no tienes que hacerla de mal gusto”
Ismael no renuncia a su apuesta por el arte, y a pesar de los augurios que consideraban limitadas las posibilidades creativas de un instructor de arte, sigue redescubriendo la belleza escondida en metales corroídos, fragmentos de objetos que una vez fueron útiles y luego desechados por viejos o por rotos, para ponerles un rostro nuevo, una cara que recuerda a él mismo, con sus frustraciones, sus sueños.
Las bicicletas de Ismael son bien vendidas en los mercados de artesanía.
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