Una frase acerca del poeta homosexual Néstor Perlongher provoca pensar en la fragilidad del Poder ante los caprichos del deseo.
Compro un libro de poemas de Néstor Perlongher, (un poeta que inspiró a Pedro Lemebel, un poeta chileno que inspiró a Roberto Bolaño), y en el prólogo encuentro esta frase a propósito del autor: “Su homosexualidad [la de Perlongher] es más bien una cuestión política, la avasalladora decisión de presentar credenciales del deseo ante la fragilidad del Poder”.
¿Es frágil el Poder? Hay pocos desencuentros más elocuentes que los de la homosexualidad y el Poder. El homosexual disiente como pocos contra todo lo que representa el Poder. Pone en solfa su solemnidad, su verticalismo.
El Poder vigila por el bien común. Pongamos el bien común de la reproducción eficiente. Y la homosexualidad, aunque no atenta directamente contra la reproducción, sí turba el mecanismo natural (heterosexual) de la fecundidad. El Poder, que piensa en grande, en multitudes, en términos platónicos, se dice para sí: ¿qué será de la especie si promovemos esto?
El Poder, desde su panóptico, se asume como la figura ejemplar: si sale con una camisa verde a la calle, todo el mundo creerá correcto usar camisas verdes.
El Poder es viril, activo; el homosexual flojo, pasivo. El Poder es grave y pesado; el homosexual ligero y carcajada. Son tan antípodas que uno parece necesario del otro.
El Poder tiembla ante la presencia de un alfiler, es tan duro, tan patéticamente rígido, sordo y consciente de su propia gloria, que un alfiler, en efecto, puede quebrarlo.
Así pues “el homosexual” como figura, ha existido siempre ante cualquier esbozo de cristalización del orden en un aparato centralizado.
El homosexual está condenado, no hay remedio para él: asumirse a sí mismo es asumir plenamente su disidencia. Como cualquier otro excluido va reconociéndose y armándose a sí mismo en la exclusión. Y si algún día, como decía Bukowski, su vida se hace demasiado normal, podría quemarlo todo por volver al camino. Así que la homosexualidad, podría asumirse también como la piedra de toque ante nuestra tentativa inútil de ocultar el caos y la complejidad.
Que Cuba aún no logre pasar esa página, que no logre poner en leyes derechos específicos y operativos de los homosexuales, es, por supuesto, sintomático. Cuba es lo que hace, no lo que pretende.
Cuando alguien la emprende contra la izquierda diciendo que es floja, que es cómplice, o mojigata, pienso que se le han otorgado propiedades a esta que la alejan, al menos, de ser propiamente izquierda. O que se toma por izquierda algo que no lo es.
La izquierda no es el Poder, la izquierda se comienza a desnaturalizar desde el momento en que comienza a consolidarse o identificarse con algún Poder.
Cuando esta se ha hecho con el control de una sociedad aun cuando sea el presunto Poder de los obreros, o el Poder de los campesinos ha comenzado a contraer compromisos estructurales que le impiden ser izquierda.
El Poder termina, pues, desencantando a su motor impulsor, y de hito en hito mira con envidia, con nostalgia, a esa izquierda que otrora fue, dando sombrerazos y muestras de coraje, inteligencia y juego limpio.
Ah, cuanto daría el Poder por volver al camino. Cualquier cosa: tropas, por ejemplo, ejércitos, a sus mejores hijos. Lo daría todo. Menos el Poder.
Un patrón común de los gobiernos de plataforma izquierdista convertidos en Poder es su dificultad para concebir relevos generacionales. En consecuencia surge su desesperada decisión de convocar a referendos -que pierden- para mantenerse por más años en el Poder.
Joven y lozana, entonces, la izquierda es esa otra corriente que transita sin detenerse, paralela a un Poder que se consuela dándose con el canto en el pecho de decir que en definitiva él agarró al toro por los cuernos, él hace, no dice.
La izquierda a veces le presta oídos e intenta consensuarse pero deserta al convertirse en bloque, en satélite obediente. La izquierda no debería ser teniendo a la derecha como referente, sino al ser humano. Esa debería ser su unidad sumergida, en vez de programática. Está ahí para devolverle carne, tripas y fragilidad al hombre y por supuesto, para seguir intentando ese hermoso Poder donde no se debería temer ante las credenciales de deseo de nadie.
Volviendo al poemario de Perlongher, en la primera página, en la esquina superior derecha donde suele venir garabateado el precio, se lee la descomercialización sufrida por el libro: la cifra inicial fijada fue de 12 $, bajó luego a 5 $, luego a 3 $, luego a 1,50 $.
El poeta de izquierda que fue Perlongher (y Lemebel), no se redime, cava su propia tumba temprana en recorrido inverso al del Poder, que suele cavar su inmortalidad.
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Carlos
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