Disentir en La Habana es el puro arte de caminar sobre el filo de una navaja, pero defender al proyecto socialista de Cuba en Miami es, sin dudas, la otra mitad de esa amarga naranja. Lograr ambas cosas constituye para muchos la fórmula de futuro para nuestra nación.
Llegar a Miami fue una mezcla de sentimientos encontrados. La historia de esa ciudad, la versión histérica que de ella han dado los medios cubanos y el anhelado reencuentro con familiares y amigos fueron preludios difíciles pero no imposibles de enfrentar.
Se imponía para mí asumir el escenario, sin miedos, pero sobre todo sin prejuicios de ninguna de las partes. El pretexto inicial fue asistir como panelista al evento ¨Cuba 2.0: What´s next?¨, organizado por A.S.C.E*, asociación que este año decidió incluir entre sus análisis la visión de varios especialistas sobre el impacto de Internet en el futuro de la economía cubana.
Sin embargo, lo más novedoso en el plano personal fue poder medir con pulso propio la temperatura de lo que piensan sobre Cuba las nuevas generaciones residentes en Miami, algo que pudiera estar cambiando el hostil panorama histórico entre el norte y el sur.
Si bien debo admitir que el evento tuvo multiplicidad de discursos, muy refrescante fue escuchar la epístola fresca, conciliadora y de mente abierta de algunos jóvenes allí presentes, algo que jamás imaginé experimentar en similar contexto. De hecho, mayor fue mi sorpresa cuando al terminar mi presentación lejos de ser abucheado por mi ¨discurso comunista¨, algunos tuvieron hasta la deferencia de aplaudir e incluso felicitarme personalmente. Fue ahí cuando entendí que ni siquiera en Miami existen los imposibles.
Precisamente desafiando imposibles una invitación atípica me hizo esa misma semana un polémico lector de mi blog, proponiéndome un encuentro personal para debatir ciertos temas en los que habíamos estado discutiendo estos últimos años. No me preocupó la dureza de su perfil ni sus fuertes oposiciones a mis artículos, así que accedí complaciendo mi propio anhelo de llevar el debate con mis lectores desde la red hacia un espacio más personalizado.
Lo que nunca imaginé es que el dialogo tendría lugar en el muy conocido restaurante Versailles (meca del anticastrismo en Miami) ni que fuera allí, en la mismísima boca del lobo, donde defendería con tranquilidad mis argumentos de joven revolucionario.
Mi “adversario” nunca bajó la guardia, sin embargo demostró ser lo suficientemente receptivo como para establecer un diálogo respetuoso y propositivo entre ambas partes.
Finalmente me confió convencido de sus palabras: “Esto que hemos hecho tu y yo aquí es lo que nunca van a lograr las viejas generaciones; ni los que cortan el bacaláo en Cuba, ni los viejos extremistas que ves discutiendo allá afuera”, dijo mirando hacia la puerta del ¨restaurant cubano más famoso del mundo¨.
Siempre ha existido una enorme brecha de intolerancia y dolor entre las orillas que separan Cuba y la Florida. Pero es oportuno reconocer que los jóvenes de hoy analizamos el contexto actual con un prisma diferente.
En el periplo miamense la totalidad de mis encuestados sobre la política de acercamiento entre Cuba y EE.UU. dijo sentirse en favor del cambio, y más que eso, muchos aseguraron querer aprovechar al máximo la coyuntura para tender puentes, ya sea tanto en el marco económico como social.
Podría destacar por ejemplo, que varios empresarios me aseguraron no tener reparos en qué sistema impera o quién dirige en Cuba, siempre y cuando se abran nuevas oportunidades de negocio e inversión extranjera en la isla. Un colega fundó una organización para que hijos de exiliados políticos viajen y conozcan de primera mano este bello país, sin resentimientos ni rencores. Y una mirada más simple pero no menos realista es la de un amigo de mi infancia, quien dijo no preocuparse por la política siempre y cuando le permitan visitar a los suyos y su madre siga viajando a la comunidad de Hialeah los próximos 5 años.¿Es errada la proyección de futuro que asumen estas nuevas generaciones?Para algunos es muy tarde para pensar en reconciliaciones de ningún tipo; pero por suerte para la gran mayoría el espíritu de normalización supera las más impensables barreras. Nos toca entonces a la juventud allanar ese camino, y sin ingenuidades o rencores comenzar a construir mano con mano y piedra por piedra, el imaginario puente que por años hemos soñado entre Miami y La Habana.
*Association for Study of the Cuban Economy (ASCE)
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