La maternidad es un laberinto de mil puertas. Cada una de ellas nos lleva a lugares desconocidos y a vivir una montaña rusa de emociones. En medio de ese laberinto en el que nos perdemos tantas veces, la puerta de la culpa se abre de manera automática desde que nos ponen a nuestro bebé en brazos.
Incluso antes de que el bebé nazca, la culpa está acechando como un fantasma. En mi caso, estudié mucho, leí, investigué, para estar preparada cuando llegara el momento del parto. Sin embargo, mi primer embarazo terminó de manera traumática con una cesárea de urgencia. Eso para mí fue un choque, una derrota. Me tomó tiempo asimilar que la manera de nacer el bebé no representa el amor que sientes.
Daniel fue un bebé muy llorón; no se llenaba, no dormía, y con sus gritos despertaba a los demás niños de la sala del hospital. Tampoco pude asumir la lactancia materna exclusiva, fue mixta, y con esto la culpa creció de manera gigantesca. Tomé cocimiento de bejucos de boniato, mucho líquido, comí maní, ajonjolí y todos los remedios caseros que, según la sabiduría popular, eran infalibles para producir leche. Además de tenerlo todo el día en la teta porque la succión es lo que realmente aumenta la producción. Pero nada, no era suficiente. Entonces, tuve que cargar con mi bebé que no dormía en brazos, y con la culpa, que pesaba cada día un poco más.
Otras amigas que estuvieron embarazadas en la misma etapa que yo lograron un parto natural, lactancia exclusiva. Todo parecía ideal para ellas, y yo me sentía mala madre. Me cuestioné cada instante, me castigaba, lloraba y me sentía mal conmigo misma. En ocasiones pensé que la maternidad no estaba hecha para mí. Como si en realidad estuviera hecha para alguien. Nadie nace sabiendo, nadie.
Una de esas amigas me llamó una vez para contarme su felicidad como madre. Su bebé dormía toda la noche, era la experiencia más linda de su vida. No le dije nada, me dio pena, pero esas primeras semanas para mí realmente no fueron tan lindas.
La culpa se alimenta en ese anhelo de ser la madre ideal, perfecta, la Superwoman que puede con todo. La madre que en realidad logramos ser, la de carne y hueso, la humana, es la que aprende cada día y la que crece junto a su bebé.
La sensación de culpa no acaba en esas primeras semanas, de algún modo va mutando, se transforma en nuevos miedos, nuevas dudas, y aparece constantemente en cada fase de la crianza.
La puerta de la culpa: de frente al minotauro
Para la sociedad, ser madre es una tarea natural que todas las mujeres deben y pueden asumir con facilidad. Las que deciden no tener hijos también son juzgadas y cargan con el peso de la culpa y la mirada acusadora del entorno. Desde niñas nos van preparando para el rol, jugando a las casitas, siempre en la posición de las cuidadoras. Si no sueñas con ser madre, alguien lleno de prejuicios afirmará que nunca estarás completa como mujer.
Ninguno de mis dos hijos fue planificado. Ser madre no estaba en mis proyectos inmediatos ni en mis sueños de niña. Diría que fueron deseados, pero tampoco fue así. Temblé de miedo la primera vez que vi el test de embarazo positivo. Tener un hijo implica una responsabilidad enorme. No sabía si estaba lista, tenía que dejar de lado muchos planes y reconstruirme como persona. El segundo test llegó en un momento complicado, con Daniel todavía pequeño, y la culpa también hizo estragos en ese momento.
Recuerdo que me daba pena decirles a mis amigos que estaba embarazada de nuevo. Sentía que me iban a juzgar por tener dos hijos en tan corto período de tiempo. Porque la sociedad siempre juzga. Si decides no tener hijos, si decides tener muchos, si decides tenerlos sin esperar años entre uno y otro. Siempre hay opiniones acusadoras, personas «perfectas» que lo harían todo diferente.
Las críticas también alimentan el minotauro de la culpa. Ser madre es un aprendizaje constante en el que median las experiencias personales y la necesidad de ajustar este rol a los otros que existían.
Cuando sucede algo con los bebés, se mira siempre a la mamá con reproche en busca de explicaciones. Si los niños hacen un berrinche, si no duermen bien, si son hiperactivos, si comen mucha azúcar o ven televisión (mientras mamá intenta adelantar otras tareas), se juzga a la madre con severidad.
Ante los cuestionamientos infinitos, terminamos preguntándonos qué estamos haciendo mal. Analizamos cada paso buscando las fallas. No es cuestión de inseguridad personal ni de ser demasiado «autoexigentes»; la culpa materna refleja la presión de lo que todo un sistema considera una «buena madre».
Aunque en nombre de la culpa, y de la duda, también podemos cuestionar algunas de nuestras decisiones con el propósito de mejorar, evolucionar y reparar algunas acciones de nuestro comportamiento. Pero el látigo de la culpa demasiado severo no convida a la reflexión, sino a ese cargo de conciencia que con voz prejuiciosa nos dice que nunca es suficiente.
En medio de esta «sociedad perfecta», las redes sociales muchas veces nos muestran a la mamá ideal, la que puede con todo, la que luego del parto se queda con el cuerpo perfectamente escultural, la sonrisa siempre en el rostro. Tal parece que las malas noches no le afectan y tiene tiempo para llevarlo todo a la vez. Caemos entonces en la comparación que lleva nuevamente a la culpa.
Por suerte para nosotras, las simples mortales, las madres reales, cada vez se construyen nuevos espacios que generan debates y nos dan la oportunidad de compartir nuestros miedos y dudas sin culpa. Sin embargo, nunca faltan los ataques cuando decimos que estamos cansadas o que la maternidad no es tan rosa como la pintan. Ponen en duda, incluso, el amor por los hijos, como si fuera un pecado mostrar que la maternidad es hermosa, pero también agobiante.
Los estereotipos que idealizan la mapaternidad van contra la experiencia real de cada madre o padre. El enfrentamiento a este mundo desconocido, que precisamente parte desde las vivencias individuales, genera un sinfín de inseguridades que no siempre son fáciles de procesar, por lo que genera culpas y sentimientos de insuficiencia.
¿Cómo enfrentar el minotauro de la culpa?
Cuando nace un bebé nace también una madre, es lo que muchos aseguran. Pero en realidad, una madre no nace en ese momento, una madre se va construyendo y reconstruyendo en el camino, con los aciertos y desaciertos que eso implica. Se atraviesan una serie de duelos internos que van desde la culpa, la ira y la depresión, hasta la aceptación. Cuando finalmente llega la aceptación, comenzamos a disfrutar el proceso a nuestro ritmo, y a crear nuestro propio orden en medio del caos que implica ser padres.
Hace poco una amiga me comentaba sobre la culpa y lo difícil que es disfrutar esa primera etapa con un recién nacido mientras lidias con el entorno. De repente miras atrás, regalas la ropa que no le sirve a tu bebé y te cuestionas si aprovechaste lo suficiente el tiempo con él, si hiciste todo lo que hubieras querido hacer. Entonces, solo estás segura de que, a pesar de todo, lo amaste y lo amas lo suficiente como para seguir intentándolo, para hacerlo lo mejor posible dentro de tus propias expectativas y capacidades.
Por eso es tan importante aceptar que no somos perfectas y permitirnos vivir la experiencia de la maternidad en todas sus dimensiones, un día a la vez. Es el único modo de conseguir ser feliz y formar un vínculo sano y seguro con nuestro bebé.
Desde mi experiencia, hay algunas pautas que podemos establecer, según las vivencias, para enfrentar el minotauro de la culpa y evitar alimentarlo con tanta intensidad.
Validar nuestras emociones como madres y padres y reconocer lo que sentimos
En nuestro caso, intentamos que Daniel y Emma acepten sus emociones y sepan que es válido llorar, sentirse mal o tener un mal día. Por tanto, les demostramos que mamá y papá también pueden sentirse mal y que no siempre hay que estar bien. Es necesario comprender nuestros propios sentimientos, reconocer lo que nos está provocando ese malestar e identificar los pensamientos que alimentan la culpa para poder gestionarlos, aunque no desaparezcan del todo.
Normalizar y aceptar la culpa
La culpa es parte de este laberinto de la mapaternidad. Por tanto, no hay que callarla del todo, apagarla ni ocultarla, porque a veces de un modo funcional nos ayuda a cambiar. Pero sí es necesario controlarla, porque en extremo nos impide ser nosotros mismos y avanzar. Aprender a convivir con la culpa sin darle un papel protagónico, aceptando que somos seres imperfectos, nos permitirá sentirnos más libres a la hora de tomar decisiones. Los errores son válidos, nos ayudan a crecer y forman parte del aprendizaje cotidiano.
Reconocer que no tenemos todas las respuestas y aceptar el aprendizaje constante
El manual de la madre perfecta no existe ni es viable. Cuando tenemos un hijo, o más, aprendemos de las experiencias diarias, los errores, las vivencias y las distintas circunstancias que nos hacen reinventarnos y adaptarnos a nuestro bebé. Para que crezcan felices y emocionalmente sanos, nuestros hijos necesitan padres también felices, no perfectos.
Dentro de lo posible, rescatar un poco del espacio personal
Muchas veces la culpa en la maternidad aparece por nuestras propias expectativas y esa imagen de la madre perfecta que nos han impuesto mediáticamente. A pesar de que los roles han cambiado mucho, todavía muchas personas piensan que las madres tienen que dedicarse en cuerpo, alma y mente a los hijos, y solo a ellos. Esa presión en ocasiones nos lleva a exigirnos demasiado y a olvidarnos de nosotras mismas. Pero ser madre no representa olvidar nuestros otros roles, buscar una red de apoyo para construir nuestros espacios y dedicarnos un tiempo dentro de lo posible. Salir con una amiga a conversar, tomarse un café, trabajar, dedicar tiempo a la pareja o a ti misma, hacer algo que te guste o simplemente tomarte una ducha sin apuro, son maneras sanas de recuperar la energía, de recargar pilas. Porque eso sí, no puedes olvidarte de ti misma en el camino. Sé que se dice fácil, pero no lo es. Yo todavía estoy intentándolo, más con dos niños que duplican las responsabilidades. Es una deuda que tengo conmigo misma.
Elegir nuestro propio método de crianza, aunque no sea aceptado por todos
Las personas a nuestro alrededor siempre nos dan consejos, algunas cuestionan nuestra manera de criar y educar. Entonces, se nos tambalea el método de crianza que intentamos asumir. En mi caso, que busco una crianza positiva y respetuosa, a veces he tenido que escuchar que los niños están malcriados, que necesitan una nalgada o un castigo severo. Pero sé que la crianza respetuosa es un método que da frutos a largo plazo, para una sociedad que creció con otros referentes es difícil aceptarla. Por eso es importante escuchar todas las recomendaciones e incluir las ideas que nos parezcan factibles. Aunque nadie mejor que los padres para tomar una decisión correcta por los hijos.
Expresar nuestras emociones
Es necesario, no solo aceptar nuestros sentimientos y emociones, sino compartirlos, expresarlos, especialmente con otras mujeres que también son madres y han tenido que enfrentar, de igual modo, la sensación de culpa. En mi caso, tengo muchas amigas que son mamás y hemos podido desahogarnos juntas, compartir experiencias e incluso en la distancia nos hemos apoyado en esta tarea difícil pero hermosa de tener hijos.
Abrazamos las sombras de la maternidad ideal, nos damos permiso de sentir, de ser, de sanar y crecemos todas juntas entre errores, sonrisas, miedos, culpa y amor. En este laberinto, les entregamos valores a nuestros hijos, los educamos, los criamos de la mejor manera que podemos y luego ellos van construyendo su propio camino.
Cuando dejamos de aspirar al control absoluto y nos reconocemos humanas, también abrimos las puertas de la empatía y el amor propio. De esta forma construimos una sociedad más justa para nosotras y nuestros hijos.
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