Helen Ochoa Archipiélago marcha 15N Cuba

Helen Ochoa Calvo. Diseño: elTOQUE.

Helen Ochoa: la protesta como liberación emocional

11 / noviembre / 2021

Helen se debate entre la culpa por el dolor y la angustia que provoca a su familia, y la seguridad de que camina por el sendero de los justos. Ese sufrimiento inducido es una de las bases que apuntalan y estabilizan el poder en Cuba y, en consecuencia, una muestra de la ausencia de libertad.

Si no hay libertad se vive en un régimen emocional estricto que no solo es injusto, sino un fracaso político. Estos regímenes evitan las emociones desviadas y a los inconformes los marginan, los castigan, los sancionan desde todos los frentes posibles.

Sobreponerse en contextos represivos, como lo es el cubano, presupone un manejo emocional muy grande, no exento de agonía y esfuerzo, en el cual el sufrimiento crecerá a medida que se mantengan los objetivos antagónicos a la regencia estatal.

Helen Ochoa Calvo sostiene esta agonía que a la vez es fuente y receptáculo de su activismo cívico. Es una mujer extraordinaria. Hablarle trasmite paz y te empuja hacia un sendero donde es posible imaginar y luchar por un país despojado de la amargura y la tortura para quienes no obedecen y alzan la voz en la res publica. Ha trabajado en casi todas las instituciones culturales de Cienfuegos, pero hoy la vigilan, la citan, la atacan y la denostan.

Unirse a Archipiélago fue un acto de pasión para Helen porque, como ha escrito Martha Nussbaum, el amor —el papel del amor— es importante para la justicia. Se enfrenta a quienes castigan, aunque la violencia pueda derrumbar su puerta y su cuerpo. Sabe —a diferencia de quienes llevan las riendas del Gobierno— que «la indignación por la represión estatal, lejos de frenar la protesta, puede a veces encenderla»[1]; y que «una de las satisfacciones más profundas de la acción colectiva es la sensación de confianza y agencia, un fin que a su vez se convierte en un medio para seguir actuando»[2].

¿Cómo llegas a Archipiélago y qué te motiva a formar parte de esta iniciativa ciudadana?

Llego a Archipiélago por invitación de un amigo del grupo; así, de manera casual, como sucede con casi todas las cosas trascendentes de la vida. Luego, sabemos que lo trascendente nunca es casual, aunque se nos aparezca por azar. Lo primero que descubro en este grupo es la versatilidad de opiniones desde un extremo a otro y los subidos tonos de defensa de todas las posturas. Me quedé por curiosidad, rutina de grupo, deseo de algún milagro, o por aparente azar también; pero leí —después de más de una semana de estar en el grupo que entonces no llevaba ni dos semanas de creado— los objetivos y el propósito de Archipiélago y me enamoré definitivamente de sus ideales en defensa —primero que todo— del llamado al diálogo desde el civismo. Ese es mi lenguaje, porque sin civismo no hay respeto a ley alguna, proyecto o ideología que defienda el derecho a la dignidad plena del hombre. Archipiélago ha sido el espacio de reconocer la diferencia desde el respeto al «otro» como ente cívico, político, ideológico, etcétera, que, sin embargo, se define como un mismo ente cultural dentro del complejo, mutilado y fragmentado panorama de la identidad cubana.

¿Qué rol desempeñas en el grupo?

Entré al grupo como un miembro más, leía las publicaciones y comentaba algunas. Luego de un tiempo de pertenecer a Archipiélago me llama David [Martínez Espinosa], el coordinador del grupo de firmantes en Cienfuegos, quien es amigo de un amigo, para preguntarme si yo sabía de alguien que estuviera interesado en firmar la carta que sería entregada en el Gobierno y la intendencia de la ciudad. Entonces decidí ser una de las personas que firmaría por Cienfuegos, aunque no pregunté quiénes serían los otros porque me bastó decidirme a dar ese paso la instantánea empatía con David y el hecho de que hubiera alguien en mi apacible ciudad dispuesto a hacerlo —no es Cienfuegos una de las provincias con más historial en la disidencia—. Por supuesto que esto no deja de reconocer la existencia pasada y actual de miembros de organizaciones opositoras como la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) ahora mismo, y cuyos miembros también firmaron la petición para la marcha.

¿Alguna vez has sido citada, detenida, interrogada, amenazada o recibido algún tipo de advertencia por parte de la Seguridad del Estado o la Policía por pertenecer a este grupo? En caso positivo, ¿podrías describir lo ocurrido?

Para ser honesta nunca he sido molestada de manera directa por la Seguridad del Estado, aunque sí me han «llamado a contar» funcionarios de instituciones donde he trabajado debido a publicaciones mías que han aparecido en revistas digitales que radican en el exterior —como Otro Lunes, editada por Amir Valle; la revista L, de Miami, dirigida por Carlos A. Montaner; u otra publicación o entrevista digital; y recientemente por mis publicaciones en Facebook—. Es evidente que ese llamado de atención, así como la indicación de silenciar mi presencia en los medios de comunicación provinciales años atrás, fue una clara orientación de la Seguridad del Estado porque estoy segura de que ninguno de los directores de las instituciones culturales para las que he trabajado tenían acceso a Internet en años anteriores a que existiera el alcance que tienen hoy las redes sociales.

Aunque creo que hace tiempo no representaba un interés especial para la Seguridad, la decisión de firmar y afirmarlo de manera pública, por supuesto, me ha vuelto a colocar en su epicentro. Recientemente fui citada para una charla en privado con la directora del centro educacional en el cual me encontraba impartiendo clases de Español, como profesora a tiempo parcial, para esclarecerle mi postura. Debo decir que fue una conversación muy respetuosa en la que expliqué mis argumentos éticos para firmar la carta por la marcha del 15N en pos de los derechos ciudadanos. Al terminar ella no me negó la posibilidad de recontratarme para el curso que debe comenzar en noviembre, pero hasta ahora no me han avisado y después de ver la actitud con los otros firmantes dudo que lo haga

Sobre la campaña de descrédito por parte de los medios estatales cubanos, ¿has sido incluido? ¿Qué opinas al respecto?

Aunque no he sido de las más asediada, hostigada o desacreditada por el régimen y sus aparatos represores y métodos para desmoralizar a «sus enemigos», por supuesto que algo me tocaba para no pasar ilesa. Las redes son ahora claramente uno de sus espacios preferidos. Antes te silenciaban si tenías alcance a los medios, ahora te difaman en las redes. Mezclan elementos o pasajes de la vida personal para dar un toque de realismo dramático con ficción truculenta y así —en la más suave versión— provocar confusión en los que no te conocen bien, espantar a los que no te conocen y lastimar a los que amas y te aman.

Hay que ser fuerte para no dejarse provocar cuando ves que tu nombre y el de los tuyos son presa de insultos y vejaciones, pero quien hace gala de la riposta a tan abyecta manipulación pierde un tiempo precioso para usarlo en el bien común. Además, si de algo he tenido certeza en mi experiencia de liberación personal para expresarme, no es solo el bienestar espiritual que me acompaña a pesar de la presión que supone, sino el sentimiento de solidaridad que he recibido aun de personas que a veces ni conozco bien y otras que no se atreven a alzar la voz pero reconocen la razón que me asiste.

¿Qué implicaciones ha tenido en el orden personal y familiar pertenecer a Archipiélago?

Esa pregunta es quizá la más emotiva de todas por las implicaciones sentimentales que encierra el hecho de ser «diferente» a la luz pública. En algún sentido, vivo algo parecido a lo que deben experimentar las personas homosexuales que deciden romper las trabas psicosociales que las aprisionan y sincerarse con su familia para ser libres y respirar en la verdad de su ser.

Mi familia es superfuncional y en ella siempre ha primado el respeto a la diferencia de credos e ideologías, pero no hay experiencia de disidencia política. Por lo que pudiera decir que vengo del seno de una familia integrada al proceso revolucionario (como diría un aval del CDR [Comités de Defensa de la Revolución]). Mi familia siempre ha sabido cuál es mi postura y el valor que tiene para mí la libertad como expresión humana basada en principios éticos ajena a dogmas políticos. Así eduqué a mis hijos y acostumbré a mis padres que son de la generación que alfabetizó, que fue a la zafra del setenta… Pero este paso, que es el más radical en mi desmarque del sistema impuesto por el régimen revolucionario, ha traído tensión en mi familia por el riesgo que conlleva para mis seres queridos. Estamos ahora mismo en un proceso de adaptación porque la Seguridad del Estado se ha acercado a los más allegados para tratar de «hacerme entrar en razón». En lo personal supone la liberación de mi verdad y la satisfacción que eso conlleva… a pesar de los pesares.

Antes de formar parte de Archipiélago, ¿habías participado en alguna otra iniciativa ciudadana o realizado algún tipo de activismo en Cuba?

De manera directa y explícita Archipiélago es mi primera experiencia de activismo político, aunque a mí me gusta definir mi postura más en el orden cívico que político o ideológico. El civismo es una condición humana básica para garantizar los derechos de los ciudadanos y si esos derechos se violan, no importan los pretextos o razones partidistas, religiosos, económicos u otra dimensión, entrará la dictadura política, religiosa, económica… a suplantar la convivencia armónica de los ciudadanos y el uso en nombre del bien común. Tanto la política, como la religión y la economía deben garantizar estructuras, funciones y acciones que defiendan al individuo y no que lo esclavicen.

¿Qué crees sobre las iniciativas del grupo? ¿Qué mecanismos utilizan para sumar los diferentes criterios de sus miembros?

Hay dos cuestiones que me tienen enamorada de Archipiélago. Una es el llamado a la sociedad civil a ejercer sus derechos parlamentarios —usar de manera real y verdadera la Constitución es la única forma de poder transformar y superar sus limitaciones legales para el ejercicio pleno de la democracia—. Archipiélago aprende y enseña a la vez a la sociedad cubana a tomar conciencia sobre su responsabilidad colectiva para hacer valer así los derechos de cada individuo frente al Estado; ubica a la ciudadanía, y no a una ideología o un partido, en el centro de atención.

La segunda idea que maneja este grupo, que es para mí vital, es la capacidad de desmitificar la concepción autoritaria, excluyente —y por ende discriminatoria— que el totalitarismo ha impuesto en la conciencia colectiva del cubano para estigmatizar y desacreditar a la disidencia y el exilio con el objetivo tácito de dividir a los cubanos en bandos opuestos al imponer una visión parcializada y dogmatizada de Cuba y su realidad. En ese sentido, todas las iniciativas del grupo conllevan a un llamado al civismo frente a la impunidad, la violencia y la barbarie. Estimula a los individuos a repensar y decidir su nivel de permisibilidad y aceptación —desde la dimensión ética y sus valores morales— con las acciones y respuestas desmedidas de un régimen para mantenerse a toda costa en el poder.

Este llamado de Archipiélago a que primero nos reconozcamos cada uno de nosotros por todo lo que nos une y no por aquello que nos separa ha hecho añicos el gran mito que engendró la Revolución de revolucionarios y contrarrevolucionarios, de cubanos dignos y cubanos apátridas, gusanos, de cubanos de dentro y cubanos de fuera. Archipiélago es tan diverso, transparente, diáfano, solidario, optimista y aglutinador como el cubano, porque para Archipiélago el cubano es como para Martí el ser hombre: «dígase cubano y se han dicho todos los derechos».

¿Qué opinas de la negativa del Gobierno a realizar la marcha pacífica el 15 de noviembre próximo?

Todos los ciudadanos cubanos sabíamos desde que se hizo pública la decisión de la marcha que el Gobierno no iba a permitir que se realizara. Con independencia de la postura del Gobierno, y de lo que suceda el día de la marcha, esta iniciativa ha cumplido el objetivo aglutinador de muchos cubanos en torno a una vía de reclamo y defensa de los derechos humanos y el cumplimiento de leyes nacionales y tratados internacionales al respecto; y fundamentalmente, ha puesto al descubierto la incapacidad del régimen de mantener una coherencia entre sus leyes constitucionales y la naturaleza represiva de sus mecanismos de poder.

¿Planeas marchar el 15N a pesar de la respuesta de las autoridades?

Si no demostramos ahora los derechos que como ciudadanos nos asisten, está claro que el régimen no nos lo va a reconocer. Cada acción pacífica, por insignificante que parezca, es un ejercicio más para el empoderamiento civil. Esta marcha es el gran evento de ejercicio libre de esos derechos. El 11J no tiene antecedentes ni comparación, es único e invaluable, pero no hay que olvidar que fue espontáneo; respondió a una necesidad latente real, pero sin una estrategia organizada y planificada. Esta marcha muestra justo eso; el nivel de organización y de unidad en pos de objetivos y vías comunes. Muestra un consenso colectivo de muy diversos grupos, puntos de vistas y discursos para el logro de esos objetivos comunes expresados en las cartas entregadas en las diferentes provincias. Marchar sí definirá nuevas cosas en el escenario futuro de Cuba.

¿Las manifestaciones del 11 de julio en Cuba y los detenidos y desaparecidos tras las protestas fueron una de las motivaciones para formar parte de Archipiélago? ¿Por qué?

Por supuesto que el 11J marcó la vida de todos los cubanos —incluso de aquellos que solo se quedan y aprueban la versión oficial que relatan los medios del régimen—. En mi caso, el 11J fue una confirmación —no revelación— de que había llegado el momento de ponerse del lado de los justos. Sentí ese llamado de la fe y del espíritu, que es tan fuerte como el llamado divino, desde que supe de los acuartelados de San Isidro, la concentración frente al Mincult y todo lo que dio origen el 27N, y lo que sucedió durante la huelga de Luis Manuel Otero Alcántara y la reacción de uno y otro discurso. Cuando llegó el 11J no tenía dudas de cuál sería mi bando y mi postura, como tampoco lo tuve de la respuesta durante y después de ese día por parte del régimen.

¿Ves Archipiélago como una plataforma para el diálogo y el cambio en Cuba? ¿Cuáles son las proyecciones del grupo después del 15N?

Archipiélago es el espacio perfecto para continuar aglutinando cubanos de diversas tendencias, ideologías, credos, que estén de acuerdo con apostar por el respeto a los derechos ciudadanos contra el poder absoluto del Estado para reprimir violentamente a quienes se expresen diferente y para violar con impunidad sus propias leyes. No apoyar estas dos condiciones básicas, elementales en cualquier sociedad moderna, es salir fuera de las normas permisibles de la civilización y apoyar la barbarie.

El 15N será una prueba tanto para la sociedad civil como para el régimen. La sociedad demostrará cuánto está dispuesta a permitir que siga el camino de la barbarie imperando en Cuba, el régimen cuánto mostrará de su cara bárbara visible, después de los efectos del 11J. Este camino en pos del civismo —como la mejor expresión de ese grito de libertad y democracia que clama en muchos cubanos— caló y seguirá su escalada, gracias a cada persona, grupo, asociación, proyecto que ha existido en Cuba y que ha levantado su voz durante tantas décadas. Con independencia de lo que suceda el 15N, los cubanos están aprendiendo a exigir sus derechos como individuos y también a exigir al Estado el cumplimiento de sus deberes para con ellos.

¿Cómo es la Cuba en la que esperas vivir?

Sobre la Cuba que he soñado —sueño largamente acariciado desde que aprendí a pensar Cuba por mí misma— es un país de ciudadanos con igualdad de derechos ante la ley e instituciones públicas que garanticen ese derecho legítimo. Un país que no decida el destino de sus ciudadanos por posturas ideológicas ni políticas ni económicas, sino que sean sus ciudadanos quienes decidan parlamentariamente el destino del país. Quiero que ese país no renuncie a su herencia y a esa tradición histórica en la cual se imbrican los valores de la cubanidad con el pensamiento universal, para reconfigurar una nación cuyas raíces han crecido en todas las latitudes del mundo gracias al destierro y exilio prolongado por décadas de millones de cubanos. Quiero que cada cubano pueda soñar con un futuro dentro y no fuera de Cuba, para que el viaje no sea un camino sin retorno y los recuerdos un mar de añoranza y pérdida, sino una opción sin fracturas.

[1] Brockett, C. D. (2005). Political Movements and Violence in Central America. New York: Cambridge Univ. Press.

[2] Wood, E. J. (2003). Insurgent Collective Action and Civil War in El Salvador. New York: Cambridge Univ. Press.

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