Inbox: Tenis nuevos

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24 / noviembre / 2020

Amanda:

Yo seguí las elecciones de la misma forma que seguí Fargo, la serie que produjeron los Coen. Con desesperación: qué va a pasar cuando el policía atrape al asesino, qué va a pasar cuando cuenten en Nevada. Uno sabe el final, pero espera un giro. Y se come las uñas. Y se entretiene. Esos shows te apagan la realidad. Viví el 3 de noviembre en Estados Unidos como viví tres temporadas en Fargo. Pero ya no recuerdo al asesino como ya nadie se acuerda de Bush, que hace poco era el hombre más malo del mundo.

Lógicamente, la guerra Trump-Biden implica cambios en Cuba, dependiente como es, así que esta comparación no es buena. De igual modo seguí el proceso como te cuento: con un nerviosismo desapegado, lejano.

Luego dieron el resultado y volvieron a encenderse mis problemas. El día antes, el 2 de noviembre, había empezado en La Habana el curso escolar después de varios meses en suspenso por la COVID-19. Mi niño no quería ver la calle ni en pintura. Se había acostumbrado al enclaustramiento, a dormir hasta tarde, ver muñequitos, jugar Play Station, no ver a nadie. Desde que anunciaron el reinicio del curso tratamos de sacarlo poco a poco para que cogiera sol y caminara. Por gusto. Creo que estaba paranoico. Veía coronavirus en todas partes. Encima, la cuadra siguiente a la casa permanecía vallada, en aislamiento por la enfermedad. No insistimos en sacarlo.

En la reunión de padres anunciaron que cada niño debía llevar cuatro nasobucos por día. También que no darían uniforme, pero que en todo caso podían ir en pantalón y pulóver. Hasta ahí, bien. El problema es ahora: mi enano tiene un solo par de tenis y le quedan justos. Justos justísimos. El mes que viene no van a servirles. La última vez que viajé, el año pasado, le traje dos o tres pares. Pero en estos meses le creció el pie como el resto del cuerpo y ni nos dimos cuenta. Así que a correr.

Las tiendas de La Habana ya no venden zapatos para niños. Ni en CUC ni en MLC ni en nada. Su madre y yo las recorrimos todas, cada uno por su lado. Encontré un solo par en un hotel, negros, con la suela blanca, brasileños, carísimos, horribles. Y gigantes. Dos números por arriba del suyo. La tendera me dijo: “No quedan más ni tenemos idea de cuándo van a entrar”. Me volví loco y se los compré. Los tengo ahí, guardados. Mi abuela me dijo que, si nos veíamos con la soga al cuello, se los pusiera rellenos de papel, como hacían en el Período Especial. Qué cosa tan triste.

Me crucé a mil padres que estaban en lo mismo. En los timbirichis de los artesanos, en las tiendas grandes, en casi todas partes. Hablábamos: “¿Qué pinga se supone que yo le ponga en los pies a mi hijo?, ¿hojas de yagua?, ¿que salga en chancletas?”. En la vida real tampoco hay chancletas, así que eso último lo decíamos como una metáfora.

El 2 de noviembre, cuando vio la escuela, sus amigos y tal, a mi niño se le olvidó la paranoia. Estaba muy contento y de lo más lindo con su nasobuco y el uniforme, que apenas le sirve, pero se lo pusimos el primer día. Ese día también hice una cosa que no había hecho nunca: escribirle a mi padre y pedirle que comprara zapatos para el enano. Al día siguiente, con las elecciones, me desconecté un poco, aunque también las estuve siguiendo con esperanza en Biden, lo que sea que esto signifique.

Mi padre cogió el carro, fue a la esquina, se metió en cualquier centro comercial y empezó a mandarme fotos de zapatos. De colores, de marcas, sin cordones, con luces, con muñequitos. No tienes idea de cómo me deprimí. Pensaba que por qué no me había quedado en Estados Unidos, que no quiero que mi enano crezca en esta Cuba de hoy, parásita, miserable y sin futuro. Elegí algunos zapatos muy chulos, mi padre los compró. Y un poco de ropa. Y en eso andamos: esperando a que alguien haga el favor de traerlos (nadie quiere venir porque el pasaje subió a mil dólares). Mientras, mi enano va a la escuela en pantalón y pulóver, que gracias a Dios todavía le sirven, y yo rezo porque alguien viaje pronto, antes de que el pie le crezca otro milímetro.

Saluda a Gary. Escríbeme pronto.

 

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