Por Claudio Gaitán
A veces nos gusta pensar que somos capaces de todo; que podemos con cualquier cosa, solos. Nos repetimos frases como: «Yo resuelvo, no necesito ayuda». Pero, si te detienes un momento a mirar, ¿de verdad crees que eso es así?
Observa tu día a día. Piensa en cada cosa que haces, en cada recurso que usas. El pan que desayunaste esta mañana, ¿lo hiciste tú? Probablemente no sembraste el trigo, no lo moliste ni horneaste. La electricidad que enciende las luces de tu casa, el gas que calienta tu café, ¿es obra tuya? Cada detalle de tu rutina, incluso los más simples, es el resultado del esfuerzo y el tiempo de otras personas.
Y aquí quiero que pensemos en algo más. Cuando alguien está para ti, cuando alguien te ayuda o te da una mano, no solo está resolviendo un problema, te está dando lo más valioso que tiene: su tiempo, ese recurso que nunca se recupera.
Mi abuela, una mujer llena de sabiduría, solía repetirme: «Haz bien y no mires a quién». Creo que esa frase resume el corazón de lo que significa ser humano. Porque hacer el bien, ayudar, preocuparte por los demás, no solo mantiene unida a la sociedad, sino que te conecta con lo que de verdad importa: la humanidad compartida.
Cuando dejamos de preocuparnos por los demás, cuando nos volvemos indiferentes, algo se rompe. Y aunque a veces puede parecer atractivo eso de ser un lobo solitario, la realidad es que los lobos solitarios no sobreviven mucho tiempo. Nuestra fuerza está en el grupo, en la sociedad que cuida tanto al más fuerte como al más débil.
Si nos fragmentamos, si dejamos de pensar en el otro, nos volvemos vulnerables. Vulnerables como personas y como sociedad. Y esa fractura es peligrosa. Una comunidad dividida es fácil de manipular, fácil de controlar, porque ha perdido lo que la hace fuerte: la cohesión.
Sin embargo, el cuidado mutuo no significa descuidarnos a nosotros mismos. Aquí entra una metáfora que quizás conocemos: cuando estás en un avión, las instrucciones son claras. Te dicen: «Ponte primero la mascarilla y luego ayuda a los demás». Este consejo no es egoísmo, sino responsabilidad. Si no estamos bien, si no cuidamos de nosotros mismos, no podemos brindar lo mejor de nosotros a los demás.
No estamos hechos para estar solos. Somos una manada, una comunidad, una familia. Nuestra fuerza no está en el «yo», sino en el «nosotros». Porque, al final, lo que cuenta no es cuánto logramos individualmente, sino cuánto construimos juntos.
La próxima vez que pienses que puedes solo, recuerda que tu fortaleza está en la conexión, en el equilibrio. Estamos aquí para ayudarnos, para cuidarnos. El verdadero poder está en el «nosotros»; en esa capacidad de darnos sin esperar, de ser una red que se sostiene mutuamente. Cuando cada uno de nosotros cuida al otro, creamos una sociedad más fuerte, más humana, más unida.
¡Gracias!
Este artículo es parte de una colaboración entre elTOQUE y 5min, una plataforma de discursos cortos que busca fomentar la conexión y reflexión en la ciudadanía cubana, sin importar dónde se encuentre.
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