Soweto–Praga–Caracas. Un año sin Jesús Armas

Foto: tomada de "Efecto Cocuyo".
El 10 de diciembre de 2024, mientras dictaba una clase en Nueva York, decenas de mensajes comenzaron a iluminar mi teléfono al mismo tiempo. Cada uno traía la noticia que había temido durante meses: las fuerzas de seguridad venezolanas habían secuestrado a mi amigo, el líder comunitario Jesús Armas. Sentí que el corazón se me desplomaba. Durante años, le insistí en que dejara el país, pero Jesús es Caracas —y Caracas es Jesús—.
Durante más de una década, trabajó en barrios que la mayoría de los venezolanos jamás ha visto, lugares donde el colapso del Estado no es una estadística, sino una realidad cotidiana. Ayudó a organizar sistemas de agua potable en zonas populares, ganándose el respeto no solo de simpatizantes de la oposición, sino incluso de algunos chavistas. Su trabajo ofrecía algo raro en la Venezuela de hoy: resultados, dignidad y confianza.
Sin embargo, hace exactamente un año se convirtió en el más reciente objetivo de un régimen que se sostiene mediante el miedo. Jesús forma parte ahora de más de 1 000 presos políticos en Venezuela: activistas, sindicalistas, estudiantes, periodistas y defensores de derechos humanos como Rocío San Miguel. Sus encarcelamientos dibujan un mapa silencioso del talento nacional que el régimen ha preferido reprimir en lugar de escuchar.
En los meses desde la desaparición de Jesús, he intentado entender qué impulsa a personas como él a quedarse pese a todas las señales de alerta, pese a becas aceptadas en el extranjero, pese a la posibilidad real de ir a prisión. Buscando respuestas, volví una y otra vez a los escritos de Václav Havel, Nelson Mandela y Alexéi Navalny: figuras muy distintas que, sin embargo, compartían un compromiso obstinado con la verdad por encima de la seguridad. Sus ejemplos me ayudaron a comprender la decisión de Jesús. No se quedó por ingenuidad. Se quedó porque cree que los venezolanos merecen algo más que la resignación.
Hoy, mientras amigos y familiares esperan migajas de información desde dentro de El Helicoide —el centro de detención donde se ha documentado tortura durante años—, la estrategia del régimen resulta evidente. Al detener a líderes locales, envía un mensaje de que la participación tiene un costo. Pero los presos políticos envían un mensaje propio: que la conciencia sigue existiendo en un país donde el Estado intenta extinguirla.
Un año después de su detención, pienso en una frase que leí alguna vez en Soweto, escrita por prisioneros sudafricanos durante el apartheid: «Nosotros, que estamos confinados entre muros grises, extendemos nuestras manos hacia nuestro pueblo. Los saludamos por atreverse a levantarse contra la tiranía». Nunca imaginé que esas palabras llegarían a sentirse tan cercanas algún día.
Jesús no puede recibir mensajes del exterior. No puedo enviarle la música que ama —Coltrane, los Rolling Stones— ni contarle cuántas personas siguen preguntando por él. Lo que sí puedo hacer es reafirmar públicamente lo que no puede llegarle en privado: él no está olvidado.
Su familia, sus amigos y las comunidades a las que sirvió en Caracas piensan en él todos los días. Admiramos su integridad. Nos enorgullece su valentía. Esperamos su regreso.
Jesús siempre ha admirado a Václav Havel, así que cierro con una frase que él apreciaba:
«La verdadera prueba de un hombre no es qué tan bien interpreta el papel que inventa para sí mismo, sino qué tan bien interpreta el papel que el destino le asigna».
Un año después de su encarcelamiento, esa prueba continúa. Jesús la ha enfrentado con dignidad, convicción y un sentido de propósito intacto. Venezuela —y la región— no deberían olvidarlo.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.











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