Podría escribir tantas historias como pelos tengo en la cabeza, y de momento, y así quisiera que fuera siempre, tengo unos cuantos en ella. Lo cierto es que en nuestro país no hay que fumar para ser un fumador. No es necesario gastarse dinero en “populares” o “criollos” para tener los pulmones repletos de nicotina.
Viajas en un ómnibus, el paisaje es fabuloso, el destino igual, pero el trayecto se te va haciendo un fastidio porque llevas a una señora detrás que devora un cigarrillo tras otro y el humo te tiene acalambrado, quieres decirle algo, pero ya escuchaste la mala contesta que le dio a otro pasajero y por eso aguantas un poco y sigues compartiendo con ella sus cigarros.
Ciego de Ávila enfrenta a Holguín en el José Ramón Cepero, todo parece indicar que se completará una barrida y mi equipo, el de Los Tigres, podrá gozar de una buena posición en la parte alta de la tabla de posiciones. El carreraje es abultado, los míos han pegado un par de cuadrangulares, todo está pintado para la fiesta, pero no puedo celebrar a gusto, me siento incómodo porque el señor frente a mí está fumando y, cada vez que exhala, el viento me mete el humo contra la cara. Se lo advierto. Lo apaga de mala forma. Me mira con rostro de no sabes lo que te estás buscando.
Ella se siente desprotegida. A pesar de que en la cafetería hay un letrero que prohíbe fumar, pues el espacio es muy cerrado, hay un señor con un cigarro encendido. Ella es asmática, está esperando su pedido, le reclama al señor, de favor, que deje de fumar o que salga a la calle, pero el señor no se inmuta. Entonces recurre al dependiente y él apenas alza los hombros como diciéndole no me metas en ese lío.
Lo cierto es que hay una ley desde 2005 que prohíbe fumar en espacios públicos cerrados, medios masivos de transporte, centros educativos, de salud y deportivos, pero es una ley relegada por quienes tienen el poder y deberían tener la voluntad de hacerla cumplir. Los ciudadanos están desamparados cuando el país olvida sus mejores leyes, cuando las disposiciones tomadas por acuerdos y legislaciones solo quedan en el papel y no van acompañadas de la acción, del cuidado y el velo por su cumplimiento.
Ya no solo se trata de una cuestión de salud, atendiendo a las múltiples consecuencias letales a las que puede llevar el tabaquismo, sino un llamado al respeto que debería acompañar a esas personas que hoy son capaces de someter a otras a una práctica derivada de una decisión personal. Muy personal. Algo parecido ocurre con ciertos individuos que usan unas estridentes bocinitas portátiles con las que te van imponiendo sus gustos musicales. ¡Qué manía tiene la gente de pensar que lo que les gusta a ellos está bien y debe ser del agrado de los demás! No quiero fumar por causa ajena. Ni quiero oír reguetón porque a alguien le gusta y se cree con derecho de poder soplármelo, como el humo de un cigarro, sobre la cara.
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Rubén