Hace poco conversaba con mis amigas sobre el orgasmo femenino pero muy rápido percibí que me sentía cohibida. He notado que ese tema no es muy común en nuestras conversaciones o simplemente lo dejamos en el punto en el cual se toma como broma.
Yo me atreví a empezar la charla hablando de la experiencia de masturbarse y de lo bien que una la puede pasar en el encuentro con su propio cuerpo. De repente todas me miraron estupefactas, como si hubiese cometido uno de los siete pecados capitales. Fue tan graciosa la reacción de sorpresa de mis amigas que solo atiné a reír y a callarme.
Es tan fácil hablar de sexo entre nosotras y, sin embargo, cuando el tema pasa a ser la masturbación o el orgasmo, normalmente se enrarece e interrumpe el diálogo. Eso me hizo recordar que ninguna ha reconocido masturbarse alguna vez.
Cuando hablamos de sexo sí que nos extendemos, contándonos lo que para alguna han sido nuevos descubrimientos de posturas o simplemente burlándonos de nosotras mismas al recordar nuestros primeros pasos en la materia.
Sexo, amor y política son temas de conversación a los que siempre volvemos. Sin embargo, casi nunca llega el momento propicio para hablar de orgasmos. Mi propia experiencia me ha demostrado que la idea del placer vinculado a la autocomplacencia que puede proveerse una misma sobre su cuerpo, es una cuestión aún vedada, incluso entre mis amigas.
Pero si miramos al pasado, encontramos que las cuestiones sexuales de las mujeres han constituido un tabú social desde tiempos remotos. A través de la historia, se han asociado esencialmente a la posibilidad de ser madre y a la satisfacción de la pareja. De ese momento de éxtasis que dura entre 13 y 25 segundos como promedio y de la acción que lo antecede, se menciona poco.
Investigaciones históricas hablan de la masturbación como tratamiento médico contra la histeria. El masaje hasta el orgasmo, en el caso de las mujeres, era una práctica médica muy frecuente entre algunos doctores occidentales, grupos de hombres que tenían exclusivo control sobre sus vidas y se beneficiaban de las ganancias económicas de la actividad.
En ese entonces se definía como inmoral la masturbación femenina. Del sexo se concebían tres momentos esenciales: preparación para la penetración (estimulación erótica), la penetración y el orgasmo masculino. Se esperaba que la mujer alcanzara el orgasmo durante el coito pero si esto no sucedía, ello no disminuía la legitimidad del acto como “sexo genuino”[1].
Muchas personas todavía confían y siguen este paradigma. Otros estamos convencidos de que llegar al orgasmo por medio de la penetración es una vía, pero no es la única.
Recuerdo las primeras ocasiones de intimidad con el que fuera mi primera pareja y relación sexual. Yo era muy joven y al principio no disfrutaba tanto ni tenía sentido para mí eso que escuchaba sobre el sexo como una de las mejores cosas de la vida.
El descubrimiento fue llegando poco a poco. Pero aun cuando el disfrute era mínimo no se me ocurría hablar de insatisfacciones sexuales o de la posibilidad de la masturbación para llegar al orgasmo o conocer mejor mi cuerpo. En mi cabeza eso era cosa exclusiva de hombres.
Con el paso del tiempo fui aprendiendo a mostrarle a mi pareja qué me ocasionaba mayor placer o excitación, y también fui conociendo sus gustos.
Fui comprendiendo que el sexo es más disfrutable cuando conocemos nuestro mapa corporal y el del otrx. Saber cuáles son esas zonas eróticas que nos llevan al punto de ebullición, en muchos casos, depende de cada persona. Y cada quien conoce mejor que nadie la mejor forma de llegar a estas, la masturbación para algunos puede ser uno de los mecanismos para hallarlas.
Los seres humanos pueden experimentar la satisfacción de distintas formas y no debería ser difícil hablar de ese tema con la pareja, incluso con los amigos. Por el tiempo que me tomó a mí misma encontrarle sentido, supongo que quizás a una buena parte de las mujeres nos cuesta expresarnos al respecto porque nos sentimos culpables de buscar el placer más allá del acto sexual.
Quizás no hemos entendido totalmente que llegar al clímax puede ser tanto un trabajo de equipo como un esfuerzo individual.
[1] Maines, R. (2010): La tecnología del orgasmo. La histeria, los vibradores y la satisfacción sexual de las mujeres. Editorial Mil razones, Barcelona.
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comentarios
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Valentina
El pudor siempre existirá en algunas personas más que en otras, somos seres humanos distintos y diversos, algunos más tímidos, otros menos y está bien repetar las diferencias que nos caracterizan, pero tantos estigmas sociales hacen que muchxs se escondan tras el pudor para reprimir lo que pensamos o queremos decir en voz alta. Son muy pesadas las miradas prejuiciosas y el temor al “qué dirán”.
Yo creo que no será de hoy para mañana pero si espero que en algún momento podamos hablar de orgasmos con la misma espontaneidad con la que hablamos de deporte, por ejemplo.
Fernando
Estoy seguro de que muchas se interesan en el asunto, así que animense mujeres y aborden lo sin prejuicios. Saludos.
Alex
Dariel
Lulu
Considero que tu comentario debe partir del por qué utilizo la “x” cuando me quiero referir tanto a hombres como a mujeres.
Soy partidaria del lenguaje inclusivo ya que utilizar el género masculino cuando se está hablando de todos los géneros es una forma de perpetuar la superioridad de uno sobre otro y por ende, de afianzar la desigualdad. Lo que no se escucha no se nombra, por lo que la no visibilización de todos y todas en el lenguaje provoca omisiones y negaciones de carácter intencional. Hay varias formas de expresarlo, en mi caso, ecurro a la “x”.
Está muy lejos de ser un mecanismo “artificioso e innecesario” como afirma la RAE. Desde el lenguaje se reproduce y transforma la sociedad, es una vía hacia la emancipación y el camino necesario hacia sociedades más igualitarias para todxs.
Oscar
Rube
Roberto Ruiz
Lis
Antillano al cuadrado
Gilgamesh
Valentina
Oscuro Cruz
Narya
Por suerte o por desgracia, en ese mismo desarrollo del idioma los hablantes decidieron que el género neutro del latín ya no hacía falta y desapareció casi por completo del español (salvo algunas excepciones) y no de otros romances como el italiano, por ejemplo.
Es lo único que desvirtúa un poco el tema que tratas, por lo demás, excelente.