El artículo de esta semana lo tenía más o menos diseñado en mi cabeza, incluso le había propuesto el tema a la editora y sé que me va a matar cuando lea este texto. Pero después de unos días agotadores, de lo menos que quería escribir esta semana era sobre maternidad.
¿Cómo hablar de maternidad cuando nos sentimos agotadas? Me di cuenta de que precisamente podía escribir sobre eso, la parte invisible de ser mamá, lo demandante que puede tornarse, los matices, las sombras que casi nunca queremos ver, pero que vienen acompañando la luz que implica cuidar de otros.
Sería hipócrita de mi parte dar consejos de crianza, compartir mi experiencia, proponer actividades para hacer en casa, si no hablara también de ese lado menos alentador que muchas veces silenciamos por miedo a ser juzgadas.
Y ahí están, como prueba, las frases más absurdas que acompañan el proceso:
«¿Cómo vas a estar cansada si lo único que haces es cuidar a los niños?». «Tú decidiste tener hijos, no puedes quejarte».
Necesitamos romper el estigma que rodea el cansancio materno para nuestro bienestar emocional. Admitir que ser madre puede ser agotador no nos hace menos capaces o menos amorosas. Al contrario, al ser vulnerables y compartir nuestras experiencias reales, creamos una comunidad de apoyo y comprensión.
A todas las madres, padres y cuidadores que se sienten agotados, sin fuerzas, con miles de dudas y con un cansancio que a veces los supera, quiero decirles que no están solos. Estamos juntos en esto y está bien pedir ayuda y expresar nuestras dificultades. Somos una gran tribu de personas ojerosas, cansadas, pero felices a nuestra manera, a nuestro ritmo, y en el mundo que vamos construyendo para nuestros hijos.
Del agotamiento y otros demonios…
El tema de esta semana cambió, como cambian constantemente los planes luego de convertirnos en padre. Este texto es el reflejo de eso: una mapaternidad real, sincera, que se reinventa cada día para sobrevivir, para ajustarse a las necesidades de los hijos e intentar mantener algunas de las nuestras.
Es difícil, muy difícil, cuidar de otros, especialmente cuando esos otros son las personas que más amas en el mundo. Sientes que nada es suficiente, que solo se trata de entregar sin medida, de dar siempre sin esperar nada de vuelta. Pero en el proceso constante de dar, la energía se agota, las fuerzas no siempre alcanzan y llegamos a un momento de autoexigencia que nos desgasta y nos hace infelices.
Encontrar el equilibrio del ser, el dar y el estar es una tarea difícil de la mapaternidad. Una deuda pendiente con nosotros mismos que debemos saldar para que todo el engranaje funcione de una manera correcta.
Hace poco en las redes sociales veía un video de una madre que decía que amaba incondicionalmente a sus hijos pero, si en otra vida pudiera escoger, decidiría no ser madre y dedicaría ese tiempo para ella, para viajar, leer y conocer. Los ataques que recibió, los comentarios subidos de tono son solo una prueba de todo lo que nos falta por hacer. Lo más pequeño que le dijeron fue «mala madre» y que «no quería a sus hijos», como si una cosa estuviera condicionada por la otra.
Amamos sin medida a nuestros pequeños, cambiamos por ellos, tomamos decisiones que en otras circunstancias quizá no nos hubiésemos atrevido, ponemos sueños propios en pausa y dibujamos nuevas rutas en el camino. Sí, es cierto que los hijos nos dan impulso, que por ellos nos atrevemos. Vemos el mundo diferente desde que nos ponen a esa criatura llorona en los brazos y su vida entera depende de nosotros. Pero también es cierto que tanta demanda, entrega, responsabilidad representa una carga a veces demasiado pesada que no sabemos cómo aligerar y que por momentos nos hace dudar o nos derrumba, porque no nos permitimos ni siquiera descansar.
Amar a los hijos no significa que sea fácil cuidar de ellos, criarlos, educarlos y garantizarles todo lo que necesitan. Esa maternidad perfecta que nos han vendido, que heredamos de nuestras abuelas, nos hace cargar con una culpa que castiga y condena, mientras la sociedad juzga y critica; lo cual nos lleva a un ciclo individual de autocrítica y agotamiento emocional.
Con sinceridad y sin secretos…
En estos días con los niños enfermos, miles de trámites y de trabajos pendientes, el tiempo parece que saca ventaja. El reloj no ayuda, el calendario va con prisas, mientras los días se dibujan interminables y al mismo tiempo sentimos que no alcanzan. Llegan las noches, que son una prolongación de esos días agotadores.
De repente todo se vuelve abrumador. Esa es la mirada honesta sobre la maternidad, que hoy quiero compartir. La verdad es que hay días en los que siento que todo está fuera de control y que no puedo cumplir con todas las expectativas que tengo sobre mí misma. Me encuentro luchando contra el caos, tratando de mantener el equilibrio entre el cuidado de los traviesos, el papeleo que implica empezar de cero en un país nuevo, el trabajo, las responsabilidades del hogar y el autocuidado que muchas veces dejamos para después.
Pero, ¿adivina qué? Descubrí que no estoy sola en esto. Hablar abiertamente sobre el agotamiento materno nos conecta a todas las madres que enfrentamos desafíos similares. Muchas de mis amigas, primas, hermanas de la vida que también son madres están pasando por situaciones parecidas, cada una desde su propio contexto. Conversar con ellas, compartir experiencias representa una terapia enriquecedora que sirve como combustible para continuar. No somos las únicas que nos preguntamos si hacemos lo suficiente o si estamos a la altura de las expectativas que nos imponemos a nosotras mismas.
Es importante reconocer que ser madre es una labor intensa y multifacética. Nos enfrentamos a responsabilidades que parecen no tener fin. Desde cambiar pañales en medio de la noche hasta preparar comidas nutritivas, brindar apoyo emocional, compartir tiempo de calidad juntos, inventar actividades educativas y, en medio de tanto, encontrar tiempo para cuidar de nosotras mismas. Realmente es un desafío enorme.
Incluso, muchas veces me cuestiono si realmente puedo manejarlo todo. La presión de ser la madre perfecta, esa imagen idealizada que vemos en las redes sociales, puede ser abrumadora. Pero me doy cuenta de que no existe una fórmula mágica para la perfección y que está bien no tener todas las respuestas.
Lo importante es recordar que también somos seres humanos, con nuestras propias necesidades y límites. Aceptar nuestro agotamiento no significa ser débiles o fallar como madres. Por el contrario, es un recordatorio de que necesitamos cuidarnos a nosotras mismas para poder cuidar de nuestros hijos de la mejor manera posible.
Por eso, estoy aprendiendo, aunque no lo hago todavía bien, a valorar los momentos de descanso, incluso si son breves. A veces, simplemente cerrar los ojos durante unos minutos y respirar profundamente puede marcar la diferencia. También aprendí a no tener miedo a pedir ayuda y a aceptar la red de apoyo que me rodea. No hay nada de malo en buscar el equilibrio y reconocer que no podemos hacerlo todo solas.
En esos momentos, mi esposo es la roca que me mantiene firme, mi compañero en esta rutina agotadora, igual de ojeroso y cansado, pero asumiendo su rol de padre al mil por ciento. No solo somos una pareja, también somos un equipo que a veces añora un tiempo a solas, pero que sabe que la vida le cambió con todo lo que eso representa y decidió enfrentar el cambio juntos.
El propósito de estos textos relacionados con nuestra experiencia en el diverso universo de la mapaternidad es precisamente ese, compartir historias reales, incluso aquellas que pueden resultar desafiantes y agotadoras. Me gustaría ayudar a romper con esa presión de la madre perfecta a la que muchas veces nos sometemos.
Así que, mamá agotada, te entiendo. No estás sola. Juntas podemos apoyarnos, encontrar formas de cuidarnos y recordarnos mutuamente que el agotamiento no nos define como madres. Sigamos adelante, paso a paso, recordando que merecemos amor, compasión y descanso en este hermoso y desafiante viaje de la maternidad.
Este espacio es una invitación para abrazar la sinceridad y compartir nuestras verdades sin miedo en el difícil viaje que es tener hijos. Celebremos las fortalezas que tenemos y seamos compasivas con nuestras debilidades, mientras nos aceptamos y evolucionamos de una manera sana que nos permita crecer emocionalmente y estar bien para poder cuidar de otros.
Se trata de derrumbar las expectativas poco realistas y crear un espacio donde todas las madres se sientan valoradas y empoderadas, mientras cada una traza su propia ruta y construye su mundo, en el enorme universo de la mapaternidad.
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Lourdes