En una callejuela del Barrio Gótico de Barcelona un grafiti enorme me paró en seco. Frente al diminuto balcón de un apartamento de un edificio desmejorado, en pintura negra y grandes letras escritas con dulzura, la frase sobrecoge «Mamá, estoy bien».
No sé cuál sea la historia del cartel, pero sé que la madre aludida, al salir a su balcón en la mañana siguiente de la pintada, debe haber respirado aliviada antes de preocuparse de nuevo.
Pensé inmediatamente en mi madre. Pensé en las miles y miles de madres cubanas que quisieran leer un grafiti como el de Barcelona, pero que deben inventárselo en sus cabezas atormentadas porque en realidad no saben cómo están sus hijos e hijas, los que viven ahora o desde hace mucho tiempo en lugares lejos de Cuba.
También quisiéramos decirles a nuestras madres «mamá, estoy bien» todos los días, hacerles llegar un instante de tranquilidad, pero quienes nos hemos ido no siempre estamos bien ni tenemos ganas todos los días de mentir a nuestras madres ni tenemos ganas de engalanar nuestra tristeza, como si emigrar fuera la salvación de los males y los dolores.
Hoy puedo decir «mamá, estoy regular, más o menos, ahí voy, voy tirando, hay días mejores y otros no tanto, tú sabes cómo es esto, porque estar bien no depende solo de que no vivamos en nuestro país empobrecido, delirante e hirviente y porque ahora hemos dejado en Cuba o en otros países a gente querida, que hace que cada pedazo de carne masticado y cada fruta exótica saboreada sepa un poco a injusticia, a algo muy parecido a la amargura».
No puedo decir «mamá, estoy bien» porque también quisiera que, junto a mis hijes, hermanos, hermanas y sobrinos, ella, mi madre, pudiera un día, un diminuto día de mierda, tomarse un café conmigo en una esquina de Barcelona o de Miami, un café que podríamos aceptar mezclado y con poco aroma y que podríamos disfrutar en un establecimiento humilde, sin pompa, casi como el más pobre que haya existido jamás.
«No, mamá, no estoy bien porque el mundo no es solamente injusto en el lugar del que escapamos, porque la discriminación no es solo una miseria humana de nuestra isla parlanchina y polvorienta y porque la democracia y el estómago lleno son estados del alma y del cuerpo que nos encanta compartir con la gente que amamos».
Debería borrar los párrafos anteriores. No sé si tengo derecho a escribir una retahíla de lugares comunes sobre la tristeza de las separaciones y sobre las nostalgias más conocidas de la humanidad.
No sé si es justo decir todo el tiempo «mamá, estoy bien». No sé si es justo, en cambio, llenar a mi madre de mensajes de malestares, derrotas y pérdidas. Mi madre prefiere la verdad, pero la verdad a veces es impronunciable.
No voy a felicitar a ninguna madre cubana hoy. Voy a pensar en ellas haciendo un barco gigante de cartulina de postales, adornadas con gladiolos y versos, especie de arca de papel para que puedan subir a bordo e ir a donde quieran, a donde están sus hijes, a donde están sus recuerdos, a donde están sus ganas.
«Mamá, estoy bien. Cuando hablamos estoy bien. Cuando me dices que soy un comemierda estoy bien, cuando me dices que me quieres aunque todo lo haga medio mal, estoy bien. Cuando sé que lo único que nos hace falta es encontrarnos en un parque en La Habana e intercambiar la fruta bomba que tú conseguiste y los turrones de maní molido que yo compré, estoy bien».
«Pero hoy estoy regular. Aunque quisiera pintar con letras enormes el edificio enfrente del tuyo, con una pintura negra y con mucha dulzura, que parezca que estoy seguro y soy dichoso y que puedas leer cuando regreses del café que te dan Peter y Dedé, al amanecer, “mamá, estoy bien”».
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
Blanca Rosa
Maikel
Julio
Yban
César
jose dario sanchez
Raimond
Maria Espersnzs
Lourdes Escalante
Lcs
Rosa Alba Arrechea Bravo
Meme
Boris