En una cocina algo estrecha, Yanitza del Toro muele avena para convertirla en harina. «Mucha gente es intolerante a la de trigo, por eso hago la mía propia», dice antes de preparar la masa para galletas y ponerla a hornear hecha círculos. En un rincón hay varias muestras de un nuevo sabor de compota que está creando y que aún no la convence. Tiene otros sabores, mezclas de múltiples frutas, que sí le han gustado a ella y a su público.
«Tengo una niña pequeña y siempre le he preparado lo que come —dice Yanitza. Con esto de la cuarentena pasamos más tiempo en la casa y empecé a hacer mayores cantidades, sobre todo de las compotas para ella. Algunas amistades que nos visitaban fueron probando lo que hacía y me dijeron: “esto está rico, deberías venderlo, porque a veces no hay compotas en ningún lado o tienen un sabor raro”».
Aunque no estudió formalmente nada relacionado con nutrición, cuenta que siempre le ha interesado el tema de la alimentación saludable, y empezó a investigar sobre los ingredientes de la comida industrial para niños. Así descubrió el exceso de espesantes, colorantes, saborizantes y otros elementos no naturales abundantes en esos alimentos.
«Muchas veces las etiquetas dicen nombres que tú no puedes entender, que a veces significan cosas que crees que no tienen —cuenta Yanitza. También te venden productos que afuera dicen: “con hierro agregado”, “con vitaminas agregadas”, pero lo otro que tienen, que no quieren que tú veas, no te lo ponen. Además, a una persona que se alimente de forma balanceada no le hace falta un agrego de vitaminas ni de hierro, eso lo necesita quien no se alimenta como debe ser o quien tiene necesidades especiales por alguna enfermedad; si no, es innecesario».
Por eso inició su negocio MaxiBebé con dos objetivos esenciales: primero, vender comida especial para niños; y, segundo, crear cierta conciencia en las personas sobre el valor de comer productos naturales hechos en casa en lugar de industriales.
«Estoy declarándole la guerra a la industria», bromea.
Crecer a pesar de la escasez de materias primas
Yanitza vive en La Habana, aunque nació en Pinar del Río y su familia sigue allá. Antes, para preparar los alimentos de su niña, aprovechaba los viajes de visita para comprar frutas en una finca que queda en el trayecto. Allí conseguía frutabombas, plátanos, guayabas, lo que tuvieran los campesinos del lugar, quienes la conocen y le vendían todo fresco.
Para sus primeros productos comercializados, aún sin nombre para el negocio y sin mucha propaganda, se abasteció en esa finca, pero pronto se agravó la pandemia y se suprimió el transporte interprovincial.
En julio de 2020, cuando inició el emprendimiento como MaxiBebé —con nombre inspirado en su hija Máxima—, dependía de los mercados de su zona, en el municipio Plaza, no siempre bien abastecidos y menos para sus exigencias: «Aunque sea para hacer compota y el cliente no las vea, las frutas tienen que estar bonitas, tener buen color y olor… Para mí es importante que huelan a maduración natural».
Lo primero fueron las compotas, pero luego añadiría más productos a su lista de ofertas, como leches vegetales, las galletas que ahora hornea o la mantequilla de maní que se dispone a hacer. «Esto no es difícil, pero aquí no hay batidora que lo aguante —explica mientras vierte varios granos de maní en la batidora—. Esta la quemé tres veces y las tres veces tuve que llevarla a casa de un señor de por aquí cerca, que lo arregla todo, y pagarle por arreglarla, hasta que él mismo me le puso un motor de otra máquina y ha aguantado desde entonces, aunque siempre se calienta bastante».
También estuvo ofertando lentejas con vegetales, pero tuvo que dejar de hacerlas por la inexistencia de ese grano en los mercados.
En cuanto a las frutas, el abastecimiento también es muy irregular. Un día encuentra alguna en los mercados, otro día no hay la de la vez anterior, pero aparece otra; a veces, no hay ninguna. Por ejemplo, en enero se mezcló ese problema con la estación invernal. Como resultado, había verduras, pero no frutas. Ante ello busca alternativas como elaborar compota de zanahoria y remolacha.
También la avena, ingrediente esencial de algunas de sus galletas y hasta de una receta de leche, solo puede adquirirse en divisas en las tiendas en MLC (moneda libremente convertible). Se suma la subida general de precios luego del inicio del ordenamiento monetario en enero de este año. «El último maní que compré —comenta Yanitza—, en diciembre, me salió en 40 pesos la libra. Y así con todo. Por eso en enero vendí muy poco, una o dos tandas de productos nada más», recuerda.
MaxiBebé no tiene un espacio físico de ventas. Yanitza lo prepara todo en su cocina y lo promociona por redes sociales. Por esa misma vía la contactan sus clientes, quienes luego buscan los productos en su casa o contratan servicios de bicimensajería que, aunque no forman parte de su negocio, ella promociona en sus grupos digitales.
«Me gustaría tener una tienda —explica la joven—, porque las personas quieren un lugar por donde pasar y comprar las compotas cuando quieran, o las galletas, o la mantequilla de maní. O sea, tener un lugar donde siempre estén disponibles y no esperar al día que yo los prepare para entonces pedirlos. Eso facilitaría mucho las cosas». Por ahora, en medio de la pandemia, no lo ve como opción: «hay que esperar a ver qué pasa».
Alimentar bien a hijas e hijos, uno de los retos para la familia cubana
MaxiBebé oferta alimentos elaborados con productos naturales —avena, frutas, maní, verduras— y bajos en azúcar, «cada 20 galletas hay una cucharada de azúcar morena, por ejemplo», explica Yanitza. Sus ofertas tienen también público adulto, aunque su principal fin y uno de sus elementos más importantes es el hecho de poder ser consumidos por bebés.
El Gobierno cubano garantiza a los más pequeños, por un precio subvencionado, algunos alimentos especiales en su canasta básica mensual. «Para los de cero a dos años, (…) leche o yogur natural para los intolerantes (a la lactosa) y compotas. Para los de dos a seis años de edad: leche o yogur natural para los intolerantes», declara en su sitio web el Ministerio del Comercio Interior sobre los alimentos que se ofrecían antes y se mantienen luego del inicio de la Tarea Ordenamiento.
Estos tienen sustancias agregadas. Por ejemplo, a las compotas se les añade vitamina C y lactato ferroso; y la leche, que se entrega en su modalidad entera en polvo, viene fortificada con hierro y zinc para los menores de 1 año y no fortificada para niños desde 1 hasta 6 años.
Para lograr su distribución, el país ha estado importando más de 30 mil toneladas de leche en polvo desde 1998 —habiendo llegado a cifras críticas como las casi 72 mil toneladas de 2005—, con un precio en 2020 de entre 3 400 y 3 600 dólares por tonelada. La única fábrica destinada a elaborar ese alimento en Cuba, que funciona en Camagüey desde 2015, tuvo durante 2020 un plan de producción de apenas 500 toneladas para el año, y se vio afectado por atrasos en la entrega de leche de vaca.
Las compotas son producidas en territorio nacional, a cargo de la sociedad mercantil La Estancia, de Sancti Spíritus. En septiembre de 2020 esa empresa aseguraba la garantía del producto en el futuro cercano, tras tener listas más de 23 millones de unidades. En 2019, como resultado de la falta de pulpa de frutas, utilizó sus reservas de emergencia pues a la altura de abril solo había producido 110 toneladas de las 2 560 planificadas. Si bien no se llegó a afectar la comercialización gracias al almacenamiento preventivo, la producción puede llegar a ser irregular y, aunque resulte un alivio contar con estos alimentos por la libreta, su distribución dista de ser suficiente para alimentar a niños y niñas.
Según Melissa Torres Leonard, madre de un niño de cuatro años, las 13 compotas que dan al mes a muchos niños, como al suyo, les gustan, «pero se las quitan en cuanto cumplen tres años». «Eso no dura nada, no les asegura la merienda de un mes. Lo otro es que les dan leche, pero hay niños —no intolerantes— a los que no les gusta, y tiene una que venderla para, con ese mismo dinero, comprarle yogur blanco artesanal a gente que vende por ahí. Y hay que jugarsela, porque venden los pepinos, pero a veces no tienen o una no sabe qué le echan y cuando viene a ver le hace daño al niño».
A Yanelis Leygonier, la leche que le dan por la bodega le alcanza para lo que consume todo el mes su hijo de un año, pero asegura que es imposible alimentarlo por completo solo con lo que venden, a precios subsidiados, como parte de la canasta básica. «Al mío no le gustan esas compotas, entonces, a veces le compro yogur en MLC cuando venden», dice ella.
Antes, era posible comprar bolsas de leche en polvo, compotas y productos similares en las distintas redes de tiendas cubanas, aunque en CUC y a precios normalmente elevados. Ahora, con la desaparición del CUC como moneda y el traspaso de la mayoría de productos de gama alta o media-alta a las tiendas en divisas, solo es posible adquirirlos a precios módicos en puntos de venta estatales pero normados y a través de la libreta de abastecimiento.
En las tiendas que comercializan en pesos cubanos solo venden productos básicos como pollo, picadillo, desodorantes, champú o detergente. El resto, que no está calificado como «de primera necesidad» —las mencionadas compotas y bolsas de leche—, está reservado para quienes cuenten con dólares, euros u otras monedas extranjeras.
Para muchas madres y padres queda alimentar a sus hijos, además de con la cuota mensual, con lo que ellos mismos puedan prepararles.
Yaíma Riambau tiene una niña de dos años, antes le preparaba sus alimentos, pero actualmente el trabajo se lo impide. «Soy masajista y mi vida anda un poco rápida; entonces, he encontrado en MaxiBebé una opción perfecta. En Cuba hay pocas opciones como esa».
«Al principio —dice Liliana Castillo, también clienta de MaxiBebé—, tuve mucho temor de comprar algo que no fuera industrial para un bebé, pero descubrí un producto exquisito, elaborado con frutas frescas y en envases con una limpieza impecable. Empecé dándole las compotas al bebé y terminamos en casa toda la familia consumiendo sus productos».
La falta de frascos de vidrio y la imposibilidad de adquirirlos en el mercado local o importarlos es otro de los puntos flacos del negocio de Yanitza. Hasta ahora, se las ingenia con los reciclados y con los que le regalan o compra a otras personas a dos pesos cada uno. Otras veces tiene frascos, pero no tapas, pues se le pierden o se oxidan y no sirven.
Cuando termina de hablar de los retos, recuerda que sus grupos en redes sociales han crecido en estos últimos meses. «La familia se expande», dice, y habla nuevamente de su sueño de una tienda física y hasta de futuras sucursales en distintas provincias. Entre sonrisas y aspiraciones vuelve a decir un «hay que ver qué pasa».
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