Moraima durante un espectáculo en La Negra Tomasa en Madrid. Foto: Gisella Rojas.
Moraima: “el huracán del Caribe”
16 / marzo / 2019
[Esta pieza fue producida en el marco de la 3era generación de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes. Se publica en elTOQUE como parte de una alianza de medios cubanos y latinoamericanos]
En el corazón de Madrid hay una esquina donde hace 20 años que los lunes dejaron de ser un problema. Allí las noches mueren de éxito, pues aunque al otro día haya que madrugar, las paredes se blindan de música. Al cruzar la puerta de La Negra Tomasa, los kilómetros de distancia se acortan y hasta el frío intenta colarse en ese lugar con sabor a casa donde le cantan a Cuba, los de siempre, los que están de paso y los que, quizás, nunca regresen a ella.
Este restaurante ha sido el escenario de infinitas bandas musicales que aterrizan desde La Habana. Sin embargo, hay una artista que llegó antes que todos juntos, cuando esta esquina aún era virgen. Se trata de Moraima Olvera, o como mejor la conocen: El huracán del Caribe. Y esta es su historia.
Vida uno: artista desde siempre
Es media tarde y su rincón de trabajo está vacío. Algunos clientes esperan con paciencia a que llegue la ‘futuróloga’. En cambio, Moraima está en su casa, pues hoy no piensa leerle las cartas a nadie. Su cuerpo se ha levantado –dice– con una nueva moda: dolor de piernas.
A pesar de que no está en su mejor día, es inquieta. Tiene su cabello nítidamente templado y sus uñas pintadas saltan a la vista, unas son de color dorado y otras de rojo. Se ríe, al presumirlas y agrega: “soy como La Habana, vieja, apuntalada, pero en pie todavía”.
Cuando Moraima habla, mira fijamente como si se pudiera ver a través de sus ojos lo que ella narra. “Yo era tremenda, he vivido mil vidas”, asegura mientras arregla las hojas para su próximo ensayo. Así describe que nació “un 15 de julio de…”, pero se detiene, no quiere revelar su edad, sin embargo, como pista, detalla que transcurría la segunda guerra mundial. Fue en Guanabacoa donde inició sus días, un pueblo de La Habana con fama de estar embrujado.
Alza su voz aunque no lo necesita —ya es imponente por sí sola— y señala que a los tres años se retorcía (lo hace para mostrarlo) y decía que era artista. Daba espectáculos en el patio de su casa y no paraba de hablar. Su madre, en cambio, se asustaba: “me llevó a una espiritista porque creía que yo estaba loca. Bueno, un poco sí —bromea—. El futuro predijo que mi nombre lo repetiría mucha gente”. Y tiempo después así fue.
Vida dos: tablas de teatro, cartas y censura
Recuerda que un año después de que triunfara la revolución cubana en 1959, en su pueblo abrieron una academia de arte dramático. Fue allí donde reafirmó su vocación, pero también su don por el mundo espiritual.
Explica que entre los lemas del régimen se imponía hacer guardias y que los obligaban “a cuidar el teatro”. Narra que en las noches podía ver y escuchar cosas que para otros serían extrañas. A partir de eso, se comenzó a correr la voz de que ella también leía las cartas. “Un día le predije la muerte a uno y el pobre se murió”, revela impresionada aún y añade que fue de su abuela de quien heredó la “magia”.
A la par de sus dotes de cartomántica, también su nombre como actriz empezó a ser solicitado. Sobre las tablas del teatro era dinamita, un dragón, lo dejaba todo. Por esta razón, en un viaje a Puerto Rico un colega la apodó “El huracán del Caribe”. En ese momento vivía lo que ella describe como su mejor etapa, pues empezó a trabajar en la radio, en teatros y en una serie de la televisión cubana.
A la vez, daba shows de humor como vedette cómica y cantante. Sin embargo, hizo tributo a su sobrenombre al interpretar a “La Loca”, un personaje que la puso en el ojo del huracán. “Me echaban de todas partes, fui muy criticada por meterme en temas políticos, pero no me arrepiento”, sentencia encogiendo sus hombros.
Usaba el escenario para mostrar lo que ella veía: “Cuba era un desastre”. Así un día, mientras estaba de baja pues la habían acusado de “haber hablado mal de la revolución”, le llegó una oportunidad, una que se repite al día de hoy en la realidad de muchos artistas cubanos que emigran.
Un empresario de espectáculos —detalla—, le propuso viajar a España por un año para hacer un show llamado “Sabor Tropical”. No le fue difícil aceptar la oferta porque, según nos reveló, era su sueño. Además, sin dudar, afirma que no tenía otra opción: “Fidel Castro estaba en su momento culminante y me iba a joder (…), lo mejor era arrancar”.
Vida tres: talento migrante
Se despidió del escenario cubano a sus 48 años y aterrizó en el viejo continente. Sin embargo, nada salió como le habían prometido. El contrato terminó y nunca le pagaron. Así su inicio en este nuevo país, se podría resumir en una guajira que escribió en esos primeros años de migrante:
“Tingu, tingu… Yo llegué aquí a Barajas toda descojonada, yo llegué aquí a Barajas toda destimbalada, flaca, con tres cuartos de cogote, una percha en el escote y mi bandera cubana”.
Es que Moraima tiene una forma arrolladora de terminar cada frase con humor. Hasta a sus desgracias les saca bromas. Pero recuerda que ganarse la vida sin estar en el escenario era difícil. Así comenzó a trabajar en una imprenta, donde la mordió un perro –se ríe. Por ocasiones, volvía a las tablas con monólogos, pero cuando eso acababa, otra vez regresaba a ser mucama.
Dando tumbos llegó a vivir a la calle Cádiz, en el actual corazón de Madrid. Por jugadas del destino, en el año 1998, un pedazo de su tierra se construía a sus pies: La Negra Tomasa. Se convirtió en la artista fundadora, pues como describe Julio García, encargado del lugar: “ella llegó cuando no había nada en las paredes y la entrada, incluso, era en otro lado”. “La razón por la que se construyó en esta esquina– explica el encargado– es porque durante aquella época había una gran ola de migración cubana, lo que significaba un eminente público que entretener.
Mucho ha llovido y tronado desde entonces, sin embargo, la vida de Moraima parece repetirse en otras mujeres y en otras artistas.
Hoy, en ese mismo escenario se presentan “Las chicas de La Habana”, una agrupación que llegó a Madrid en el año 2002. Son seis mujeres multinstrumentistas que, al igual que Moraima, vinieron bajo un contrato musical. “Un empresario va a Cuba y busca grupos artísticos para tocar aquí en España”, así explica el procedimiento Hilda Rosa, la bajista de la banda.
Emigrar no es fácil, ni antes ni ahora. Hilda expresa que en España, al igual que en otros países, hay que luchar la música. En su país esta profesión, señala, es tan importante como estudiar medicina: “Cuba es una fábrica de hacer músicos, no se rompe esa cadena nunca”, por eso cuando le pregunto por otros artistas migrantes, responde lo que muchos: “Habla con Moraima”.
Vida cuatro: Una promesa pendiente
Luego de echar cartas, es de noche y Moraima está de vuelta en casa. Reflexiona que antes ser artista era su profesión y leer las cartas, en cambio, su hobby. Ahora es al revés. “Pero no importa –expresa– con tal de poder hacerlo”. Animada, saca de una funda el atuendo que usará en pocos días para su show mensual. “Me compré un body negro, tiene una transparencia hasta el ombligo y me lo voy a poner con una falda ancha”, cuenta pícara y sin esconder su ilusión.
Suena el timbre y sus “secuaces” llegan para un último ensayo. Tony y Miguel Ángel son los músicos que cada mes la ayudan a preparar las canciones. Aunque su voz ya no es la misma, Moraima se menea sobre la silla llena de una energía que no concuerda con sus años y sonríe al público ficticio de su sala. “Yo nací para ser artista, no hay más que decir”, finaliza.
Rememora que hace un año y medio atrás le quitaron su show y que se puso “muy mal”, pues pensó que no volvería a estar sobre un escenario. Sin embargo, cuenta que salieron a ayudarla sus vírgenes y espíritus, quienes rodean toda su casa. “Yo se lo pedí a mi Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, le hice una promesa de cortarme mi pelo si ella volvía a subirme al escenario de nuevo”. Aún le falta cumplir su compromiso, pero tuvo su show de vuelta.
Al hablar de Cuba, Moraima no lo hace con nostalgia, hasta suena un poco resentida con su tierra al decir: “No supieron valorarme”. La única vez que volvió –cuenta– fue en 2016 y especifica que lo hizo por su familia, no por ella. Ahora Madrid es su casa y, sobre todo, La Negra Tomasa, que en ese mismo año le rindió un homenaje por su carrera.
Noche Habana, noche Moraima
Lo cierto es que en la esquina del corazón de Madrid ningún día de la semana es un problema. Esta noche también las paredes se blindan de música y otro espectáculo está por comenzar. Una vez más le cantan a Cuba los de siempre, los que están de paso y los que, quizás, como Moraima, nunca regresen a ella.
Así a punto de salir al ataque, con una rosa en el pelo y pulcra de pies a cabeza, me dice en secreto: “estoy nerviosa”. Sin embargo, minutos más tarde la música empieza y esa confesión se desvanece. Sus “secuaces” cantan a su entrada: “Llegó Moraima la del Caribe, la que te canta, la que sonríe”. Entre las luces pelea contra su cuerpo, le juega en contra.
Sobre el mismo escenario, como hace 20 años, ella hace lo que mejor sabe: entretener al público.
Días antes Moraima había revelado –por fin– su edad: 77 años. Un dato, ahora simbólico, pues su vejez resultó ser solo el disfraz de un huracán artístico.
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