Ilustración: Carmen H. García/La vida de nos-Venezuela.
Nutricionista venezolano crea alimento terapéutico para niños con desnutrición
19 / febrero / 2021
En la sala de espera de un consultorio médico en Santa Lucía, municipio Paz Castillo de Valles del Tuy, estado Miranda, 10 niños sentados con sus madres aguardan turno para pasar a consulta. Niños y madres a quienes, detrás de la delgada piel, se les adivinan con facilidad los huesos. Sus ojos se ahogan en unas profundas ojeras. Las miradas perdidas, fijas en algún punto de las paredes blancas.
La fuerza parece haber abandonado a estos niños de entre 1 y 3 años de edad. No ríen ni lloran. No se inquietan. Ninguno se anima a levantarse a corretear.
Quizá ese desgano es producido porque no se han estado alimentando bien: apenas comen una arepa de maíz pilado sin relleno o una taza de arroz al día. Las jóvenes madres esperan ansiosas el turno para entrar con el especialista que las citó esta mañana de febrero de 2019. Les dijeron que él podría ayudar a que sus hijos alcancen la talla que corresponde a sus edades y lleguen a tener un desarrollo normal.
La puerta del consultorio se abre y un hombre joven, alto y de tez morena, comienza a llamar a cada paciente. Tiene una mirada dulce, un tono de voz suave y sonríe. Esos detalles que una madre siempre recuerda y agradece.
Una vez adentro, el hombre les da la bienvenida. A los niños primero los examina el médico Francisco Peñalver, para establecer su estado de salud, constatar la desnutrición y verificar que no padecen de otra patología que pueda ser contraproducente con el tratamiento que recibirán. Y después, el joven asume nuevamente la batuta. Les pregunta sobre sus hábitos alimenticios. Y ellos responden que comen arepas de maíz pilado solas o untadas con margarina, caraotas o lentejas y arroz. Luego, revisa los resultados de la hematología completa que han llevado.
Toda esta información es suficiente para dar inicio a la administración de un tratamiento que pretende devolver a estos 10 niños, en tan solo 21 días, el peso y el tamaño que no han alcanzado por las carencias nutricionales de sus primeros años de vida.
Ese hombre afable es Óscar Vásquez, nutricionista egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Y tiene fe en este procedimiento: ha esperado dos años para ejecutar esta, la prueba final de su investigación.
Óscar siempre quiso ayudar a la gente. De niño soñaba con ser médico. En la adolescencia, sin embargo, entendió que la medicina no era lo que muestran las series de televisión. A él no le gustaba ver sangre. Así que cuando se graduó de bachiller, aplicó —y quedó— para estudiar Nutrición y Dietética en la UCV. A medida que avanzaba, la carrera comenzó a gustarle. Se dio cuenta de que era tan importante como medicina: la nutrición es la base para la prevención de enfermedades, incluso es fundamental para la cura de algunas. Se sentía a gusto en las prácticas en hospitales y haciendo investigaciones.
En 2010 recibió su título. Comenzó a trabajar en un instituto de salud, atendiendo pacientes. En 2016 ya Venezuela estaba sumida en una aguda crisis económica que hacía estragos en la alimentación de la población. Ese año, de los 20 niños que atendía diariamente, no había uno que saliera de su consultorio sin ser diagnosticado con desnutrición moderada o grave. Madres, padres y abuelas llegaban ahogados en llanto por la desesperación que les causaba no tener los recursos para llevar a casa el mercado mínimo, o porque hacían largas colas en establecimientos de comida y no conseguían los alimentos.
También a diario, en las calles de su comunidad de los Valles del Tuy, y en las calles de Caracas, Óscar se topaba con niños flacos, con la piel pegada a los huesos y miradas perdidas.
Óscar hacía todo lo posible para ayudar a sus pacientes. Eran niños en pobreza extrema, así que los refería a algún comedor en su comunidad donde pudieran recibir al menos una comida completa al día. Sabía que no podía recetarles bebidas como PediaSure o Sustagen por dos razones: los padres no tenían los recursos para costearlas y en el estado en que se encontraban los niños era riesgoso, porque esos suplementos deben mezclarse con agua. Y en las comunidades donde el servicio de agua corriente no es constante ni de calidad, el producto puede contaminarse. Eso solo empeoraría las cosas.
Fue en ese mismo 2016, cuando Óscar comenzó a estudiar una maestría en Planificación Alimentaria y Nutricional. Desde el comienzo debía desarrollar su tesis de grado. Y pensando en todo lo que veía a diario, no dudó en que debía enfocarse en hacer algo que ayudara a paliar esa situación.
Se le ocurrió crear un suplemento alimenticio para contrarrestar los efectos de la desnutrición. Se paseó por distintas posibilidades. Hizo estudios de mercado sobre los ingredientes que necesitaba. A comienzos de 2018, luego de obtener la aprobación de sus profesores, Óscar inició el desarrollo de su alimento.
En primer lugar, usó como guía las recomendaciones del Codex Alimentarius, las normas internacionales de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este manual establece de manera obligatoria que una de las características del producto es que debe estar enriquecido con “premezcla”, como se le llama a la combinación de vitaminas y minerales que aportan un porcentaje diario de estos nutrientes al niño para que pueda suplir sus carencias.
Para llegar a esa mezcla perfecta, Óscar investigó los componentes de un sinfín de posibles ingredientes para su alimento. Luego evaluó la formulación de varios productos con pruebas, análisis y estadísticas. Todos los ingredientes que escogió para la producción del alimento se adquirían en Venezuela. Era parte de su objetivo: que se pudiera producir con ingredientes que se cosecharan en el país, que no hubiera que importar.
El proyecto de Óscar era ambicioso y fascinaba a quienes se desenvuelven en el área de la nutrición y elaboración de alimentos. Entre los conocidos de sus profesores, asesoras y su tutora, una persona quiso sumar un aporte significativo desde el anonimato: financió la compra de los insumos para elaborar la premezcla, las pruebas de alimentos, los exámenes de laboratorios y el producto final.
Ajonjolí, merey, maní y cacao fueron los componentes seleccionados por Óscar para iniciar las preparaciones. En aquel entonces, luego de la reconversión monetaria del 20 de agosto de 2018, la inversión era de 700 mil bolívares (aproximadamente 1 mil 700 dólares), un monto bastante significativo y que no hubiese podido costear de su bolsillo.
Óscar elaboró cinco productos para su estudio en los laboratorios del Departamento de Ciencias Biológicas, en el Postgrado de Tecnología y Alimentos de la Universidad Simón Bolívar. Uno era de merey, otro de merey con chocolate, otro de maní y otro de maní con chocolate, y el último de ajonjolí solo. Todos acompañados de leche en polvo, aceite y una premezcla de vitaminas, minerales y hierro.
Luego procedió a una evaluación en la que 100 niños cataron las cinco muestras, además del “Alimento Terapéutico Listo para el Consumo”, un alimento proteico internacional que usan las ONG, incluso el Instituto Nacional de Nutrición venezolano, para tratar la desnutrición de sus pacientes. Esto último lo hizo por decisión propia, como un reto para sí mismo y para el producto que estaba creando; quería valorar la aceptación de su alimento con respecto a la fórmula internacional.
La intención de la prueba era que los pequeños indicaran, a través de la descripción del gusto, olfato y tacto, el producto que más les había gustado.
El 89% de los niños dijo que el alimento que más les agradó había sido el de maní con chocolate. Y al comparar la preparación de Óscar con el modelo internacional, los pequeños seguían prefiriendo el de chocolate con maní.
Había un ganador.
A diferencia de otros productos, incluido el Alimento Terapéutico Listo para el Consumo, Óscar quería que su preparación no tuviese que mezclarse con ningún líquido para ser ingerido, lo cual reduciría los riesgos de contaminación. Entonces se concentró en elaborar una especie de pasta color chocolate, con una consistencia cremosa, que para comerse solo tuviera que sacarse de un sobre. Como sería consumida por niños con deficiencias y pérdida de fuerza, la consistencia de una crema era mejor que la de una galleta, pues los niños suelen perder la fuerza para masticar.
Era un hecho: en dos años había logrado una fórmula perfecta.
No fue fácil trabajar con la hiperinflación en contra: al encarecimiento de los alimentos y del bloque vitamínico (para la premezcla) se sumaba la escasez en el mercado venezolano, además del alto costo de las pruebas microbiológicas y de análisis de nutrientes.
Óscar no hubiese podido sortear distintos obstáculos sin algunos apoyos que encontró en el camino. Como los presupuestos válidos por 24 horas que lo ponían a dar carreras para obtener de su financista los recursos antes de que cambiaran de precio, los laboratorios le colaboraban congelando los precios de los análisis o aumentándolos muy poco.
Aquella mañana de febrero de 2019, en ese consultorio de los Valles del Tuy, Óscar pensaba en todo el recorrido que lo había llevado a ese momento de aplicar el tratamiento a los niños.
Había decidido ejecutar la práctica de su tesis en la comunidad donde vive por la facilidad del traslado y porque así podría dedicar el tiempo necesario a las consultas con los niños y la administración del producto sin interrupciones.
De puerta en puerta, Óscar y Francisco se encontraron con niños con distintas patologías además de la desnutrición: diarrea, fiebre, vómitos, infecciones, sarpullidos… Los refirieron a hospitales para que pudieran recuperarse un poco y así optar por un tratamiento para la desnutrición. A los que no tenían alguna otra enfermedad, ni eran alérgicos al maní o al cacao, los citaron al consultorio.
Seleccionaron a 10 niños de entre 1 y 3 años. El tratamiento está diseñado para evitar la pérdida de la capacidad intelectual por falta de nutrientes, y para ser aplicado a menores de 5 años, porque en esa etapa son más vulnerables y se está formando todo el sistema nervioso.
Aquella mañana, les hicieron un diagnóstico para saber cuál era su déficit nutricional. Y antes de hacerles un chequeo clínico, les indicaron desparasitarse. Muchos tenían el estómago inflado. Todos estaban anémicos, sin fuerzas ni para andar.
Luego Óscar indicó a cada niño la cantidad de alimento que requería según el tipo de desnutrición que presentara. La Unicef establece que para niños con desnutrición moderada se deben recetar dos sobres de suplemento de 100 gramos (como el que él diseñó), mientras que para niños con desnutrición severa deben administrarse tres.
Después de aquella primera sesión, donde dio inicio a la administración de su tratamiento, Óscar y Francisco volvían cada semana a evaluarlos para saber si todo marchaba bien. Se tomaban unos 40 minutos para atender a cada uno, pues hacían la evaluación nutricional y la evaluación médica. Querían asegurarse de que estuvieran consumiendo la cantidad de alimento que les habían indicado.
Con el pasar de los días, la recuperación fue notoria, incluso a simple vista. Pronto las sonrisas comenzaron a dibujarse en los rostros de aquellos niños, sus cuerpos ganaron mayor contextura. Óscar los veía más animados y despiertos. Notaba que los ojos les brillaban.
Las madres, al verlos progresar de esa manera con el alimento, agradecían a Óscar y a Francisco, se conmovían hasta las lágrimas.
En promedio, el producto logró un aumento de 2,5 kilogramos en el peso corporal del grupo, una cifra muy significativa que los niños alcanzaban en menos de un mes. En general, pasaron de una desnutrición moderada al peso normal. Esta recuperación en tiempo récord se debe a la alta concentración de calorías del producto, que hace que el niño se recupere muy rápido. Estos resultados eran más alentadores de lo que creía el propio Óscar: el producto puede ser usado en emergencias alimentarias y nutricionales donde la desnutrición aguda tiene una mayor incidencia.
Para no perder el progreso alcanzado, cuando culminó el estudio, Óscar refirió a los pacientes y a sus padres a una ONG para que siguieran recibiendo atención.
Desde luego, la tesis de Óscar obtuvo la mayor ponderación: el jurado le otorgó mención publicación. La defendió el 13 de febrero de 2020.
Cuando piensa en la palabra que mejor resume lo que ha vivido con su proyecto, la que brilla en la mente de Óscar es “gratitud”. Gratitud es lo que siente hacia las personas y los centros que lo ayudaron. Gratitud hacia lo que ve en la mirada de las madres de sus pacientes recuperados, y en los mismos niños, ahora sonrientes e inquietos.
Por eso ahora, tiene un sueño más ambicioso y que espera poder ejecutar tan pronto pase la emergencia por la covid-19: que el alimento que ideó se produzca masivamente. Dice que de ese modo seguirá ayudando a la gente. Que es lo que él siempre ha querido.
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