Una escena me ronda desde hace mucho. Aquella en la que Laura (personaje representado por Zaida Castellanos) examina con una lupa la amarillenta página de un periódico que —en gran plano general— muestra una marcha multitudinaria. «¿Dónde estoy yo? ¿Dónde estoy yo, Dios mío?», se pregunta sentada en la cama de su cuarto. Pero la imagen que le devuelve la lupa es apenas un manchón de tinta casi descolorida sobre la añeja plana de papel gaceta. De fondo se escucha el latir de un reloj.
Madagascar, el filme de esa escena, dirigido por el inmenso Fernando Pérez, fue tal vez el grito más desgarrador que lanzó el arte cubano para reflejar lo que padecía la Isla en el primer lustro de 1990, cuando la alusión a la temible «opción cero» (cero combustible, cero recursos, cero movilidad, país en cero) se hizo frecuente hasta en las más insulsas conversaciones de barrio.
Pero no solo podían leerse las penurias económicas en aquel contundente mediometraje, sino, sobre todo, los vacíos espirituales, el no saber hacia dónde enfilar las proas del alma, cuando la realidad mutaba en un túnel en el que se avanzaba como autómatas con una bicicleta de la mano.
¿Dónde estamos nosotros? ¿Dónde estamos nosotros, Dios mío?, podríamos preguntarnos, 26 años después, si nos diera por examinar entre los recortes de prensa de nuestros recuerdos los desfiles, actos, tribunas, matutinos, mítines a los que fuimos convocados, en los que resultamos un puntico más, casi invisible, en la tinta patriótica del reporte, mientras desde los primeros planos, nítidas manos dirigentes nos enviaban un placentero saludo.
El individuo, la libertad, la vida, el frágil y diminuto tiempo vital, que se pierde en las épocas y procesos históricos, pero que es, sencillamente, todo lo que tenemos de cierto en el reino de este mundo. Nada más y nada menos está en la balanza cuando alguien se decide a plantarse en lo que cree y defenderlo con las entrañas. Esté o no errado. Use o no los métodos más corteses y puritanos.
El Movimiento San Isidro (MSI), a estas alturas, y más allá de la furibunda demonización con la que lo han publicitado los medios estatales del país, es un símbolo que condensa —en su lenguaje y a su forma— muchas de las angustias de tantos. El plantón frente al Ministerio de Cultura, el 27 de noviembre (27N), mecha más amplia y diversa, pero encendida por aquella chispa que tanto se empeñan en etiquetar solo de «marginal», encarna —y no es poca cosa— «la mayor movilización pública autónoma en torno a derechos ocurrida en seis décadas de socialismo de Estado», a decir del académico Armando Chaguaceda. Los textos, decenas de textos que han ido surgiendo, desde medios, enfoques y posturas ideológicas diversas, integran un corpus de polémica intenso y necesario para Cuba, como no recuerdo otro en lo que va de este siglo.
Antecedente fecundo fue la Guerrita de los Emails de 2007, pero entonces la escasísima conectividad de la sociedad cubana no permitió que se implicaran y complicaran en ella más actores que un valioso y reducido grupo de intelectuales y académicos; y la cuestión quedó asimétricamente controlada por el aparato Estado/Partido/Gobierno, representado en sus instancias de Cultura.
En esta nueva clarinada, por primera vez se visibilizan con total nitidez actores a los que el poder ha intentado borrar desde su misma génesis, como los medios de prensa alternativos/independientes. Baste recordar que entre los 30 delegados a dialogar con el Mincult el 27N, se encontraban 3 periodistas y un colaborador de estas plataformas.
Por primera vez se evidencia en toda su magnitud, y no solo por estar incluidos en las demandas de los protestantes, la represión y el hostigamiento sistemáticos a individuos/grupos incómodos para el aparato estatal. Ahí está el gas que le rociaron a varios jóvenes que intentaban llegar a la protesta pacífica y, más que todo, el doloroso aplauso que se generó en los más de 300 participantes cuando los negociadores leyeron la promesa, por parte de las autoridades, de que esa noche podrían regresar a sus casas sin miedo a represalias de la policía o la Seguridad del Estado.
De lo que estamos hablando, Perogrullo dixit, no es solamente de arte, periodismo, cultura o demandas gremiales específicas, sino de diseño de nación, de ciudadanía efectiva más allá de fríos datos en el carné de identidad, del viejo sueño de la democracia y las vías concretas para ejercerla.
Por supuesto que hay muchas variables en juego. E intereses mezquinos de uno y otro lado tratando de conectarse con los genuinos reclamos ciudadanos y capitalizar triunfos y heroicidad, así sean mínimos. Pero quien solo quiera ver las bajas pasiones, señalar los lunares y no la magnífica concertación de fuerzas y espíritu que entraña un haz de voces populares que pide diálogo civilizado es, cuando menos, ignorante, por no decir canalla.
Ninguna demanda, si viene en hombros de respeto y beligerancia honesta, debería ser desoída. Ninguna respuesta, si transita la misma dignificación del contendiente, debería ser descalificada. Pero los zapadores profesionales de la civilidad, que salen de cualquier parte y si tienen medios a su alcance, multiplican su cizaña, deberían ser descreídos y denunciados por todas las vías.
«Ahora se habla de “golpe blando”, pero ¿y la “dura realidad” que este pueblo ha sufrido durante décadas esperando un bienestar que nunca llega?», cuestiona la Dra. Teresa Díaz Canals. «Presenciamos el agotamiento definitivo de un modelo político, el modelo de socialismo burocrático», sostiene la historiadora Alina B. López. «En la Cuba que yo quiero somos ciudadanos con derechos, y quienes alzan la voz son admirados y no apedreados», defiende Tania Bruguera.
Howard Zinn, el pedagogo y revolucionario cuyo texto de historia de los EE. UU. fue publicado y aplaudido en Cuba, escribió: «Los ingredientes esenciales de esas luchas por la justicia son seres humanos que, aunque fuera por un momento, aunque estuvieran acosados por el miedo, rompieron con lo establecido e hicieron algo, por pequeño que fuera. Y aun los actos más pequeños, más antiheroicos, se suman a esa reserva de leña que puede encenderse por alguna circunstancia sorprendente y empezar el incendio de un cambio tumultuoso».
A fin de cuentas, San Isidro, el Vedado, y cualquier parte de la Isla o sus comunidades en el exterior que al menos se interese por las distintas caras de la verdad en nuestra hora actual y defienda el derecho del otro a ser honrado —Martí lo llamaba libertad— serán declarados territorios libres del Madagascar fantasioso que alguna vez podremos erigir aquí mismo. Ahí nos vemos.
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comentarios
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José Román
Eso no existe para UD, ?
Boris caro
Jesús Arencibia