habitación, cama, ojo

Ilustración: Mary Esther Lemus

Ser padres y la reinvención del sexo

6 / julio / 2023

La Habana. Verano de 2015. Nueve meses después nacería nuestra hija. No lo planeamos, pero estaba segura de que no interrumpiría mi primer embarazo. Yo tenía 22 años, una licenciatura y el puesto de trabajo de mis sueños, una casa propia —algo impensable con esa edad en Cuba—, una relación de tres años y el calor del verano.

En esas vacaciones fuimos con regularidad a la Fábrica de Arte, en el Vedado. Había salido «Qué lindo es el amor» de Interactivo, y la canción se convirtió en parte de la banda sonora de esa etapa. Recuerdo esos meses como los más divertidos, locos y experimentales de mi vida prematernal. Fueron los tiempos de mi primer beso a una chica y de nuestro primer trío.

Cada fin de semana íbamos a 26 y 11 y terminábamos en el Corner Café hasta las 7:00 a. m. Esa mañana de septiembre estábamos muy borrachos y en aquel cuarto de la segunda planta de mi casa hacía un calor insoportable. El sexo fue sobrenatural. Pocos días después comenzaron los síntomas.

Ella llegó cuando quiso y como quiso. Así de rebelde es.

Ni ganas ni neuronas… 

Ella nació en una calurosa madrugada de junio. Tras recuperarme de la cesárea regresamos a casa, con una niña de casi cinco kilos en brazos y la nueva vida de padres primerizos a cuestas. Todo a partir de ese momento se puede resumir en tres palabras: llanto, teta y mierda.

¿Cómo fue el sexo en ese primer año? No lo sé. Ni siquiera estoy clara de haberlo tenido. Una nube de pañales tapa ese recuerdo. La lujuria y el desenfreno no existían. Pero sí una herida de cesárea infectada por un estafilococo del salón de parto, mi sobrepeso, el cansancio y el sueño eternos, el dolor de los senos por la succión inexperta de ella y el exceso de leche.

Sé de amigas que comenzaron a tener relaciones sexuales antes de concluir la cuarentena. A esas las envidiaba mucho, no entendía de dónde sacaban las energías. Todavía no entiendo. Mi pareja dice que sí tuvimos sexo, pero que no recuerda ningún momento concreto.

Esos meses iniciales fueron de puro aprendizaje, máxima concentración y, sobre todo, dedicación a la nueva miembro de la familia. No había ganas ni neuronas para el sexo.

¿Hacer el amor o jugar al escondío?

Pasó un año. El sexo volvió, pero como una rutina. Éramos una pareja joven, pero aquello no era lo mismo. Hubo que gestionarlo de otra forma, buscar nuevas estrategias, probar en otros lugares de la casa, porque la cuna de la bebé estuvo en nuestra habitación hasta que cumplió cuatro.

Yo no podía tener sexo en la habitación. Él comenzaba a acariciarme y yo imaginaba que la niña se despertaba.

Experimentamos en otra habitación de la planta baja, en la sala, en la cocina, pero no dejaba de estar preocupada por ella. No la veía, no sabía si respiraba o estaba bien. Mis pensamientos de madre no me dejaban disfrutar ni tener orgasmos como debía. Tampoco recuerdo haberme masturbado en ese tiempo. Quizá lo hice, probablemente escondida en el baño en los pocos minutos que tenía para ducharme, porque en cualquier momento la bebé podía tener hambre y necesitar mis tetas.

Durante el trabajo de parto y las primeras semanas de lactancia los cuerpos gestantes producen oxitocina. La hormona provoca que los partos se acorten y se vivan con menos estrés; tanto que algunas piensen en tener otro bebé. En mi caso, la oxitocina se fue de dosis y me hizo olvidar los momentos difíciles y los que no y el sexo. Me hizo olvidar si lo tuve en esa etapa.

Los abuelos, los salvadores

Hasta que al fin tuvo edad para quedarse con los abuelos. Un fin de semana con los maternos y otro con los paternos. El paraíso terrenal y el regreso del sexo.

Los hijos dificultan ciertas prácticas como los bailecitos sexis, la gritadera, la música para el perreo previo, la disfrazadera, los juegos de roles y las prácticas grupales. Depende de la intimidad de cada pareja, pero nosotros necesitábamos ciertas cosas.

Teníamos la enorme suerte de contar con los «viejos». Recomenzaba así una segunda temporada en la relación y en la cama. Retornamos a algunas fiestas y bares, conocimos nuevas personas, reconectamos con viejos amigos.

Cinco años, casados y con un montón de fantasías en mente.

De sexo no se habla

En la universidad siempre se hablaba de sexo. En cualquier reunión, en medio de cualquier trabajo se terminaba hablando de penetración, felaciones, palos indecentes y temas aledaños. Y era riquísimo hablar de esos temas con amigos y amigas. Después de convertirnos en padres, nuestro círculo de amigos se compuso prácticamente de otros padres jóvenes como nosotros. Frikis con hijos e hijas. Coincidíamos en salidas a parques infantiles, cumpleaños o en cualquier reunión infanto-juvenil improvisada; pero los temas no eran los de antes.

Las quejas sobre las maestras de primaria o los piojos eran el centro del debate. Lo referido a la sexualidad estaba vetado porque los niños podían escucharnos y «ellos lo entienden todo».

Nos comimos el pastel

La poligamia y el sexo grupal son prácticas complicadas luego de parir. Cuando existe un hijo, hay que planificar más y mejor las cosas. Mi pareja y yo debatimos sobre invitar a una chica «unicornio» a casa para romper la rutina, pero siempre aparecían preguntas referidas a la niña. Nuestras experiencias se limitaban a cuando ella estaba con sus abuelos y solía ser una sola noche.

En una salida con amigos coincidí con la chica de mi primer beso, cuando aún yo no era madre. Solo hubo un beso entre nosotras y no nos volvimos a ver. Nunca nos habíamos tropezado ni en la cola de la guagua. Hubo alegría en el reencuentro. Nos actualizamos en unas pocas horas. Era madre y estaba casada. Quedamos para que las niñas jugaran en su casa del Vedado. Nos acercamos bastante en esos días y las niñas se entendían y eran felices.

«La chica del beso» habló conmigo de camino a la guardería de su pequeña. Su esposo y ella querían probar con otra pareja y éramos los elegidos. Pero tenía que ser en casa de ellos y con cuidado porque la niña y la madre de la chica estarían ahí.

Fijamos un fin de semana. Un detalle de tener hijos es que los planes pueden derrumbarse de la nada. Por más agendas que tengas, por más que te adelantes y te prepares, nunca tienes la seguridad de que vaya a ocurrir. Ese primer fin de semana acordado, una de las niñas tuvo una fiebrecita y cancelamos.

Los encuentros con ellos comenzaron siendo en su casa, con la niña dormida, pero ahí. Cero ruidos para no despertarla. Nada de gemidos ni nalgadas ni frases motivadoras. Teníamos una respuesta preparada por si de causalidad despertaba y preguntaba qué hacían sus papás y los tíos en la cama. Todo transcurría sigilosamente, pero se disfrutaba. Era algo nuevo y morboso para los cuatro.

En una ocasión nos vimos en nuestra casa, cuando teníamos la suya quemá y su mamá comenzaba a sospechar. En la nuestra tenía que ser en horario vespertino, porque las nenas estaban en el círculo infantil. Sobre las 4:00 p. m. parábamos y las recogíamos.

Por esa época, yo estaba leyendo un libro que me pasó el esposo de «la chica del beso», una especie de manual para el poliamor. Se llama Ética promiscua, de las autoras estadounidenses Dossie Easton y Janet W. Hardy. Aquel libro me ayudó a entender muchas cosas que hasta ese momento no tenía claras; sobre todo, en cuestiones de gestión de sentimientos. Entendí que el poliamor no es una práctica inocente y que se puede tomar a la ligera; al contrario, requiere de muchísima madurez, complicidad, comunicación y responsabilidad afectiva.

Europa y las mentes más abiertas

Después de emigrar y vivir en Europa, hemos descubierto que existe un mundo sexo-afectivo mucho más amplio y colorido que el que practicábamos y conocíamos en Cuba.

Clubes y saunas de intercambio de parejas, aplicaciones para encontrar singles o parejas swingers, discotecas abiertas en cualquier horario, bares temáticos de cualquier tipo, sex shops, cuartos oscuros, fiestas BDSM (bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo y masoquismo), bailarines eróticos, damas de compañía, playas nudistas, personas muchísimo más abiertas y dispuestas. He pensado que, si en Cuba existiera todo eso, el índice de divorcios sería mucho más bajo. También si hubiera niñeras y salarios dignos como para permitirse una.

Pero aquí no están los abuelos. Seguimos entonces limitándonos para tener sexo. Nuestros olímpicos palos son en las mañanas y en las primeras horas de la tarde. No queremos tampoco molestar a los vecinos. En estos pisos todo se escucha y más en el silencio de la noche. Nuestra niña, a pesar de su edad, aún no se acostumbra a dormir sola en su habitación y se va a la nuestra. Eso es fatal para nuestra salud sexual.

La realidad, tanto en Cuba como en España seguimos siendo padres, pero también una pareja joven. Están vivos los deseos de explorar, de conocer, de intercambiar, de husmear un poco en las nuevas posibilidades que brinda la cultura europea. Llegarán tiempos mejores y más mojados.

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Franklin

He aqui la señal de los nuevos tiempos. Siento pena por ti. No vale la pena explicarte nada. Ahh.verdad ya se. Soy un ser retrogado y conservador, se me olvidaba.
Franklin

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